ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 64
enero-junio,  2021, e25
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376

Los secuestros de la democracia

The kidnappings of democracy

Maria Medina-Vicent

Universitat Jaume I

https://orcid.org/0000-0002-2716-6786

Copyright: © 2021 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0).

Ramón A. Feenstra. Democracia. Historia de un secuestro. Granada: Universidad de Granada, 2020, 116 pp.

A través de la metáfora del secuestro, Ramón Feenstra analiza un proceso clave para entender la historia reciente de la democracia occidental: la influencia de diversos grupos de interés y poderes en la toma de decisiones políticas. En la actualidad, la desafección e indignación de la ciudadanía surgen como respuesta a este fenómeno creciente. En esta obra el autor trata de identificar los principales actores que participan en un secuestro: los secuestradores, los cómplices, los rehenes, las víctimas y los negociadores, y lo hace a través de nueve capítulos que mantendrán al lector/a al pie del cañón en todo momento.

Tal y como señala el autor en el primer capítulo (“La voz de alarma”, pp. 9-17), personalidades procedentes de diferentes espacios, e incluso de la política, vienen advirtiendo en los últimos tiempos que la democracia se encuentra cautiva a manos de una serie de poderes. Desde escritores como José Saramago, a movimientos como el 15M, periodistas, e incluso economistas como Simon Johnson y personalidades del mundo de la política como José Mújica o Gianis Varufakis, advierten de forma vehemente de la necesidad de recuperar la capacidad de la ciudadanía para influenciar en la política. El secuestro de la democracia, aunque no reivindicado por parte de dichos poderes, supone la incapacidad de acción autónoma de los gobiernos y que se produzca una separación real de poderes en gran parte de las democracias actuales.

El siguiente paso que da el autor en su reivindicación es el de identificar a los rehenes. Comienza dicha operación con el segundo capítulo titulado “Los secuestrados I: partidos políticos y gobiernos” (pp. 17-34). Partiendo del reconocimiento del secuestro como una situación en la que los rehenes se convierten en un mero instrumento de uso para otros fines, señala que, en el caso de la democracia, los rehenes son las instituciones y no las personas en sí mismas. Además, añade, no se genera ruido ni reivindicación alguna por parte de los secuestradores en busca de una recompensa, ya que lo que se pretende es mantener a los rehenes cautivos el máximo tiempo posible. De este modo, “se mantiene una democracia en la forma y apariencia, pero se la vacía de contenido” (p. 17). Resulta razonable, por tanto, que se inaugure una tendencia clara hacia una desafección creciente y generalizada de la ciudadanía, que se traduce en un descenso en el voto y también en la baja afiliación a partidos políticos, entre otras cuestiones. Y es que, en cierta medida, la ciudadanía se siente traicionada por el desmantelamiento del papel de instituciones como los partidos políticos o los sindicatos, que antaño se encargaban de monitorizar los abusos de poder de la democracia, pero que ahora se han convertido en meros títeres de los intereses económicos de las elites.

A lo largo del tercer capítulo “Los secuestrados II: los medios de comunicación” (pp. 35-40), Feenstra reflexiona acerca del papel de los medios de comunicación a la hora de propiciar una democracia libre y consciente. Si bien en otro tipo de secuestros, los medios de comunicación se convierten en medios estratégicos para que los secuestradores hagan valer su poder y comuniquen sus demandas, en el caso del secuestro de la democracia, el cautiverio de los mismos por parte de grupos de poder económico, impide la formación de una opinión pública fundamentada y crítica, obstruyendo la fiscalización de los centros de poder por parte de la ciudadanía. Y es que los medios deben ser independientes de aquellos poderes que tienen cautiva a la democracia, pero hoy en día esto dista mucho de la realidad, que se caracteriza por la progresiva concentración de empresas que controlan la titularidad de muchos medios de comunicación. Estos grandes grupos mediáticos, que suelen contar con la participación de bancos y fondos buitre en su accionariado, suponen un aumento en la pobreza temática y comunicativa, dejando de lado noticias importantes o silenciando voces en función de los intereses de los propietarios. Tal y como señala Feenstra, en el secuestro de la democracia los medios de comunicación “se convierten en un altavoz de los secuestradores de la democracia y sus intereses” (p. 39).

En el cuarto capítulo titulado “Los secuestrados III: los sindicatos” (pp. 41-46), el autor analiza otro actor importante para la democracia: los sindicatos. El papel negociador y defensor de los derechos de los trabajadores que todo sindicato debe tener, pasa a ser en el contexto del secuestro de la democracia más vital que nunca, ya que, si el sindicalismo se convirtiese en un movimiento fuerte, sería mucho más difícil que los poderes económicos secuestrasen a la democracia. No obstante, este papel parece haber ido deteriorándose a medida que los gobiernos de países como España e Italia se han visto obligados a cumplir los dictámenes de organismos como el Banco Central Europeo, siendo los sindicatos incapaces de hacer frente a las políticas de la austeridad. Hoy en día, los sindicatos adoptan posiciones defensivas en lucha por su propia supervivencia como estructura. Sin duda, los sindicatos son también, junto a los partidos políticos, gobiernos y los medios de comunicación, rehenes del actual secuestro de la democracia, apunta el autor.

Llegados al quinto capítulo (“¿Rehenes o también cómplices?”, pp. 47-52), Feenstra se pregunta acerca de quién son realmente las víctimas del secuestro de la democracia, y si los anteriores agentes tratados tienen alguna responsabilidad en el mismo. En este sentido, el autor indica que, a pesar de ser víctimas del secuestro, dichas instituciones también son en parte responsables del mismo, ya que, por ejemplo, los partidos políticos se han concentrado demasiado en su supervivencia al precio de dejar de lado su sentido central, al igual que los sindicatos. Y en ese dejar de lado sus funciones radicales, han ido convirtiéndose en parte, en responsables del secuestro de la democracia. Tal y como señala el autor: “El actual estado de cautividad se ha producido por la incapacidad de frenar el poder de los secuestradores y ello ha conducido a que la víctima última sea el conjunto de la ciudadanía” (p. 50). En este contexto de cautiverio de la democracia y progresivo desmantelamiento de instituciones como los sindicatos, los partidos políticos y los medios de comunicación, la ciudadanía se ha convertido en rehén de un secuestro donde no se demanda un rescate a pagar.

En el sexto capítulo titulado “Los secuestradores” (pp. 53-64) Feenstra se adentra en el móvil de los captores de la democracia. Señala que la crisis del 2008/2009, al contrario de suponer un cambio en el modelo económico predominante, supuso su afianzamiento, y que esto se debe en gran parte a la consolidación de una élite que ha sido capaz de apoderarse de las instituciones democráticas y de sus procesos de toma de decisiones. En este sentido, los representantes políticos de países como España, Grecia o Italia declaraban no tener libertad de decisión y acción para salir de la crisis, ya que estaban sujetos a las influencias de otros grupos económicos de poder. Aquí se hace patente el cautiverio, que no es declarado por parte de los secuestradores en busca de un rescate, si no de los propios cautivos. De este modo, el poder económico ha colonizado al poder político mediante la concentración de recursos y riqueza en pocas manos, unidas por la confluencia de sus intereses, destacando entre ellos el sistema bancario.

En el séptimo capítulo el autor aborda “Las respuestas de las víctimas: desde el Síndrome de Estocolmo hasta la rebeldía” (pp. 65-80). Como ya se había comentado, la ciudadanía sería aquí la víctima principal del secuestro, algo que se traduce en el gran descontento y desconfianza que esta muestra hacia las instituciones democráticas en los últimos años. Por esta razón, Feenstra señala un aumento en la volatilidad en las preferencias del electorado a la hora de votar, algo que se traduce en diferentes respuestas de las víctimas hacia el secuestro de la democracia. En este sentido, plantea dos reacciones diferentes que van del síndrome de Estocolmo electoral a la rebeldía del voto, es decir, del voto por partidos que defienden posturas que no convienen al bienestar de la persona que vota, al voto a partidos de corte populista que priman por sus habilidades comunicativas. En el primer caso, parece existir una aceptación del cautiverio e incluso de los argumentos y la lógica de los captores; mientras que en el segundo parece haber una intención de hacer patente el enfado por dicha situación en las urnas.

El octavo capítulo aborda la figura de “Los negociadores” (pp. 81-84), una pieza clave en la liberación de los rehenes. Sin embargo, a raíz del carácter peculiarmente silencioso del secuestro de la democracia, y de la conversión de la ciudadanía en verdadera víctima del mismo, aquellas instituciones que deberían ejercer de negociadoras se han acabado convirtiendo en rehenes (en especial los partidos políticos). La brevedad de este capítulo recae en una razón central que señala Feenstra muy acertadamente: “no parece que la ciudadanía deba esperar que ningún negociador realice de forma solitaria y heroica una gran maniobra que libere y devuelva a la democracia y sus instituciones a un estado de libertad” (p. 82). Es decir, si alguien va a tener que actuar en pro de la liberación de la democracia, habrá de ser la ciudadanía, que es también la víctima.

De este modo, el noveno y último capítulo trata de pensar “La lucha por la liberación” (pp. 85-104), no sin antes advertir el autor la dificultad de tal empresa. Y es que, la rendición voluntaria de los secuestradores no parece un escenario viable, así como tampoco la posibilidad de realizar un pago y un rescate. Feenstra admite no conocer las soluciones concretas para el secuestro de la democracia, pero sí trata de establecer un punto de partida desde el que pensarlas. Así pues, repasa diferentes modelos de democracia más allá de la democracia representativa-electoral, que deja el poder de la ciudadanía en el mero voto. Señala que el camino se encuentra en las propuestas que refuercen los procesos de deliberación y participación por parte de la sociedad civil, o su papel como monitorizadora de los partidos políticos. Así pues, monitorizar los centros de poder y conseguir que las instituciones democráticas recuperen su libertad son dos de las premisas que plantea Feenstra para liberar el secuestro de la democracia. Esto requiere, según el autor, un aumento en el papel activo de la sociedad civil a través de diferentes instrumentos como huelgas, acampadas, ocupaciones de lugares públicos, manifestaciones, movilizaciones como la primavera árabe, el 15M y Occupy Movement (2011), la Revolución de los paraguas en Hong Kong (2014) y la Nuit Debout en Francia (2016). También iniciativas más cercanas al campo de la economía y el consumo que tratan de recuperar el potencial transformador de la sociedad civil son un ejemplo de esto.

Llegados a este punto, podemos sintetizar una de las ideas principales de esta obra, y es que “el secuestro de la democracia es un cautiverio muy particular que se comete con el mayor sigilo posible” (p. 53). Sin embargo, como también se demuestra en este libro, su secuestro puede hacerse visible a través del ruido ciudadano. Atacar a los captores desde el potencial de la sociedad civil, la acción ciudadana que hace uso de diferentes recursos y herramientas para mostrar qué poderes están manteniendo a la democracia presa de unos intereses que solamente benefician a las elites.