ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 64
enero-junio,  2021, e30
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376

Feminismo. Logros y nuevos retos

Feminism. Achievements and new challenges

Eva Palomo Cermeño

Universidad Rey Juan Carlos

https://orcid.org/0000-0002-7433-4084

Copyright: © 2021 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0).

Amelia Valcárcel, Ahora, feminismo. Cuestiones candentes y frentes abiertos. Madrid: Cátedra, 2019, 266 pp.

A principios del presente año se ha vuelto a reeditar la bien conocida obra de Amelia Valcárcel, Sexo y filosofía. Sobre “mujer” y “poder”, en la editorial Almud (1ª edición de Anthropos, en 1991). La autora, en su nuevo prólogo, analiza tanto la base ética y racionalista del feminismo como los nuevos retos que este afronta y los obstáculos que necesita ir venciendo en el panorama actual. Plantea la importancia de conservar los logros conquistados -que no concedidos- y de no retroceder ante nuevas amenazas que ocultan realidades perjudiciales para los derechos de las mujeres. Pero el libro que aquí reseñamos, Ahora, feminismo. Cuestiones candentes y frentes abiertos (Ed. Cátedra), vio la luz en 2019, alcanzando ya su quinta edición en 2020. Constituye un estudio acerca del recorrido del Feminismo -una filosofía y una teoría política-, desde sus comienzos barrocos e ilustrados hasta el presente, caracterizado por fenómenos como el MeToo o “la voluntad explícita en la agenda feminista actual de no soportar por más tiempo el acoso” (p. 237). Desde la Modernidad hasta la Globalización, el feminismo ha mostrado su potencial político para transformar y mejorar nuestras sociedades, haciéndolas más libres y democráticas. Sin embargo, vivimos momentos de enorme confusión y frivolidad por lo que la autora nos alerta sobre la necesidad de armarnos conceptualmente frente a ofensivas que buscan introducir en el feminismo -un espacio que es y ha sido de debate- planteamientos radicalmente opuestos al mismo.

Valcárcel plantea la existencia de cuatro bloques dentro del feminismo: una teoría explicativa, una agenda, una vanguardia a cargo de la citada agenda y, por último, unas consecuencias no previstas o no queridas. Son precisamente estos puntos los que estructuran el desarrollo del libro a lo largo de sus quince capítulos. En los primeros cuatro capítulos reconstruye la trayectoria de lo que es el feminismo desde su origen, lo cual es fundamental para entender lo que ocurre y poder situarse. Pudiera parecer que la genealogía feminista ya estuviera narrada y suficientemente estudiada, sin embargo, la visibilización de hechos, datos y personajes, así como el análisis de sus distintas aportaciones aún está lejos de completarse. Esta tarea la acomete con maestría y lucidez la autora, iluminando rincones oscuros y aportando nuevos ángulos para la reflexión, recurriendo a lo largo de su obra a nuestros referentes históricos, artísticos o literarios.

El feminismo como tradición política de la Modernidad tiene su origen en el pensamiento barroco ilustrado, y se desarrolla en una primera ola, entre 1673 y 1792. El discurso religioso que identifica a la mujer con el mal ya no es hegemónico; sí lo es el del origen natural de la inferioridad de las mujeres, de corte aristotélico. Desde el racionalismo cartesiano, se cuestionan las tradiciones y los prejuicios. El filósofo Poullain de la Barre plantea que la inteligencia no tiene sexo, en un ambiente donde ya existe el preciosismo. Ya en plena Ilustración continúa la polémica feminista y Mary Wollstonecraft cuestiona la naturalización de la desigualdad presente en la obra de J. J. Rousseau, señalando la inconsistencia entre sus conclusiones y las premisas de las que parte. Señala Valcárcel cómo tras la Ilustración y a pesar de la misoginia de la reacción romántica del siglo XIX -aún presente en la producción cultural actual-, el discurso de la naturaleza quedó ‘tocado’, y también insiste en la importancia de que no se invisibilice esta primera ola feminista, pues caemos en la tentación del adanismo. La segunda ola, protagonizada por el sufragismo, comienza en 1848 con la Declaración de Seneca Falls y se extiende hasta después de la Segunda guerra mundial con la Declaración de los Derechos Humanos en 1948. Partiendo de la vindicación del derecho a la educación, se consiguen los derechos civiles y políticos. Su legado ha sido muy disminuido y distorsionado por el conocimiento androcéntrico, pero los estudios feministas lo han recuperado, destacando su vocación universalista e internacionalista. Bajo la influencia de la obra de Simone de Beauvoir y Betty Friedan, la tercera ola feminista aborda ya a finales de los años sesenta del pasado siglo, cuestiones como los llamados derechos sexuales y reproductivos y la denuncia de todos aquellos pactos no explícitos que excluyen a las mujeres, pasando las acciones positivas y la paridad a formar parte de la agenda feminista.

A lo largo de los siete capítulos siguientes la autora aborda cuestiones aún candentes, que afectan a las mujeres como sujetos políticos y a su autoconciencia. Su relación como ciudadanas con el poder, la ética y la estética de los sexos, el papel de la rabia, el talento femenino y su experiencia intelectual o su relación con las religiones, las guerras y la cultura de la paz. Analiza la relación de las mujeres con el poder, sabiendo que, con sus modalidades históricas, el patriarcado es universal, sigue existiendo y el varón es la medida de todas las cosas. Nos recuerda la importancia de no caer en falacias naturalistas o en construcciones románticas como la invención del matriarcado. Nos topamos pues, con invariantes culturales y antropológicas en la opresión de las mujeres y su menor valoración en la jerarquía sexual, pero el feminismo no se caracteriza por ser escéptico. De hecho, señala la autora que “las mujeres a medida que progresa su autoconciencia como sexo discriminado, desarrollan solidaridades asertivas para alcanzar metas comunes: igualdad, derechos, oportunidades, respeto y una vida libre de violencia” (p. 89). Su reflexión sobre la ética y la estética resulta clave para comprender muchos de los fenómenos actuales en torno a la representación de las mujeres y el poder. Las mujeres están hechas para agradar -como diría J. J. Rousseau- y así se las ha representado -y heterodesignado- como objeto de deseo, no como poder. Las mujeres siguen estando bajo la mirada ajena. Y aquí plantea algunas hipótesis: que el deber de agradar está por encima de cualquier otro adjudicado a las mujeres, que este deber aumenta en proporción al grado de libertad conseguido y que el modo en que se manifiesta la ruptura ética “compromete una manera estética de mostración” (p. 104). Por ello, añade que la moda estetiza las costumbres y valores de un momento determinado en lo ético y en lo político. En un contexto de mayor libertad femenina el deber de agrado se ha erotizado dando lugar a una “feminidad expresionista” acorde con el canon masculino. Sabiendo que el signo no referencia tanto obediencia como disponibilidad, la autora nos convoca a no olvidar la semiótica y a encarar los signos, aunque ello sea conflictivo en el contexto actual y en sociedades formalmente igualitarias. Por otra parte, las mujeres comienzan a sacar su ira al espacio público y les pesa la ley del agrado, pero ¿tiene rostro el enemigo a responsabilizar? Así, continúa planteando preguntas para la reflexión: “¿Qué tipo de combustible es la cólera? ¿Forma parte la violencia contra las mujeres de la guerra de sexos? Sin duda, “verbalizar y actuar parecen mejores estrategias que autodevorarse” (p. 124). Explica cómo a partir de los años setenta del siglo XX, las mujeres asisten a una “deflación de expectativas” en las sociedades supuestamente igualitarias. Todos los ámbitos del quehacer humano son androcéntricos, incluidos el arte -especialmente resistente- y la cultura, lo que llevará al feminismo a acuñar conceptos como el techo de cristal, que abre el debate acerca de las medidas correctoras de la desigualdad como las cuotas, las acciones positivas y, sobre todo, la paridad. Pero ¿cuál es el destino del talento femenino? Señala la autora que solo muy excepcionalmente se compara a una mujer con un varón homólogo. De ello se encarga la misoginia que define al patriarcado, apoyada por la ginofobia: “La ginofobia intenta castigar lo que la misoginia señala como punible” (p. 138). Estudia el canon artístico construido contra el talento femenino y las diversas reacciones, el arte asertivo, la inversión de roles en la iconografía y el uso del humor, a su juicio necesario, pero no suficiente. Explica también cómo las mujeres, aunque intenten habitar los espacios de poder, rara vez pueden decidir sobre ellos. Serían como presencias sin una memoria compartida. Se impone pues, “ganar grados infinitésimos de libertad […] esas pequeñas libertades y respetos que cada mujer tiene que negociar día a día allá donde esté” (p. 158).

En el capítulo dedicado a las religiones, nos recuerda la autora que estas han sido y aún son en muchos lugares “los principales y a veces exclusivos vehículos normativos”, lo que afecta especialmente a las mujeres. En la Modernidad se entiende que cada creyente debe acatar las leyes compartidas, ese mínimo común que emana de la ética. Actualmente la tolerancia implica la aceptación de la diversidad y ello nos lleva a plantearnos la resolución de conflictos normativos en torno a cómo respetar el principio de universalidad, cuáles son esos mínimos compartidos y si todo vale en sociedades multiétnicas y/o multiculturales en esta era de la globalización. Las relaciones entre ética y religiones son complejas y los debates más tensos se dan en torno a las normativas de género.1Entendido este como “un término meramente analítico que sirve para clasificar los diferentes rasgos o normas que se atribuyen a las personas en razón de su sexo biológico” (p. 167). Otro debate que no evita la autora es el de las mujeres como supuestas pacificadoras en los conflictos, en las guerras. Las mujeres fueron botín de guerra o moneda de cambio en las transacciones políticas y bélicas, pero también se las ha presentado como mediadoras por naturaleza. Y como indica Valcárcel, “es la cultura la que nos ha enseñado en qué consiste nuestra naturaleza” (p. 185), en este caso pacificadora. Y añade “Un cierto derecho al mal, que nos tiene que hacer rechazar también la idea complaciente de que las mujeres poseemos una naturaleza pacífica espontánea: unas la tendrán y otras no” (p. 191). Nuevamente aparece el viejo tema de que las mujeres no somos la mujer, tan brillantemente teorizado por Celia Amorós -autora muy citada por Valcárcel en este libro-, a propósito del Nominalismo. En cualquier caso, el feminismo asume en su agenda la paz y la no violencia como fines éticos de la humanidad.

Resulta muy esclarecedor su análisis feminista de los obstáculos que se interponen en el camino de la autoconciencia; el borrado interesado de las mujeres, el ridículo como estrategia contra las mujeres sabias, la idea de inmanencia, o la feminidad como máscara que debe agradar. En los últimos cuatro capítulos la autora desmenuza esa agenda sobrevenida a la que debe dar respuesta el feminismo, como humanismo que es. Cada época trae consigo una agenda específica que el patriarcado sabe bien cómo aprovechar (el caso del negocio/sistema prostitucional y pornográfico es paradigmático), y, a pesar de que las argumentaciones feministas son bastante estables, es necesario abordarla sin temor para que no se produzcan retrocesos en su agenda principal, en aquello que ya se ha debatido y cerrado. Un debate sobrevenido en esta tercera ola en la que nos encontramos es desde hace tres décadas el multiculturalismo, junto a otros frentes abiertos: “género, pornopoder y vientres de alquiler” (p. 212). Frente al universalismo, el multiculturalismo acepta la multiculturalidad en todas sus expresiones, y esto no es baladí para los derechos de las mujeres que parecen estar siempre en el filo de la navaja. La autora comenta las identidades reactivas, la formación de guetos y la tentación comunitarista, citando el eslogan y manifiesto de las jóvenes francesas musulmanas, Ni putas ni sumisas.2Este manifiesto fue ampliado y analizado por la feminista Fadela Amara con el mismo título en 2003 (Ed. Cátedra). Las jóvenes llevaban una doble vida dentro y fuera de su comunidad. Dentro eran consideradas putas y fuera sumisas. Llama a evitar tanto la xenofobia como la “beatería de la tolerancia”, ambas carentes de empatía con el sufrimiento de otras mujeres. Así mismo, insiste en la importancia de la laicidad y en el modo en que las religiones “se ponen de acuerdo con bastante facilidad cuando se trata de las libertades de las mujeres” (p. 226).

En esta última parte del libro, realiza además una crítica tanto al uso muy generalizado de términos como ‘género’ y ‘empoderamiento’ -que no poder-, como a otros menos popularizados como ‘micropolítica’, biopolítica’, ‘heteropatriarcado’ y las acepciones ‘post’. Nos anima a analizarlos y a no aceptarlos acríticamente, ya que puede tratarse de humo, de “una batería retórica que busque embarullar un discurso, el feminista, que siempre ha gustado de la claridad” (p. 243). También cita las palabras que buscan evitar la discusión en aquellos frentes que tiene abiertos actualmente el feminismo, implementando el miedo: ‘feminazi’, ‘transfobia’, ‘surrofobia’, etc. El feminismo sospecha, haciendo honor a su hermenéutica, que se está tratando de mermar su reconocimiento, al oponerse este a negocios muy lucrativos. No sería la primera vez. En último lugar, Valcárcel estudia cómo desde hace dos décadas estamos asistiendo a una sustitución del canon feminista por un canon nuevo que arriba al feminismo “desde fuera de su bagaje teórico admitido, que no mantenían ninguna agenda particular, que no formaban parte tampoco de su vanguardia” (p. 248) como verdadera “maniobra de suplantación” (p. 257). Para ello se centra en autoras como G. Spivak y sus planteamientos postcoloniales, que considera próximos al relativismo cultural; G. Rubin y su defensa de que todas las ‘culturas sexuales’ son válidas y todo puede ser deseado; y J. Butler quien defiende que no solo el género es algo construido, sino que el sexo también lo es, lo que da lugar a las ‘culturas queer’. Para Valcárcel, el feminismo debate, pero no todo aquello susceptible de entrar en el debate puede considerarse feminismo. De hecho, los estudios de género no tienen por qué incluir necesariamente el feminismo.

Concluir destacando el interés de este libro por su actualidad, profundidad y valentía a la hora de abordar los numerosos debates, avances y obstáculos que bordean desde hace tiempo al feminismo. Una invitación a la reflexión, a la sensatez y a la solidaridad frente a la irracionalidad y a la aceptación irresponsable de lo que nos toca vivir. Su lectura nos deja un poso de esperanza y un deseo de poder leer pronto su siguiente obra. Como señala nuestra autora al hablar de las políticas feministas: “Instalan a la humanidad frente a su propio objetivo humano. La obligan a trascenderse e inventarse como tal […] Nunca por lo tanto dejarán de ser necesarias, porque la libertad y la igualdad no pertenecen al orden espontáneo de las cosas” (p. 262).

NOTAS

1

Entendido este como “un término meramente analítico que sirve para clasificar los diferentes rasgos o normas que se atribuyen a las personas en razón de su sexo biológico” (p. 167).

2

Este manifiesto fue ampliado y analizado por la feminista Fadela Amara con el mismo título en 2003 (Ed. Cátedra). Las jóvenes llevaban una doble vida dentro y fuera de su comunidad. Dentro eran consideradas putas y fuera sumisas.