ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 65
julio-diciembre, 2021, e02
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2021.65.02

El sentimiento de la naturaleza en Miguel de Unamuno: El goce de vivir y la paz del espíritu*El artículo se vincula con el Proyecto de investigación de la Universidad Pontificia Comillas (Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión) sobre “La condición humana ante los retos de la Ecología” (1-09-2016 a 2-09-2019, IP: A. Villar). Mi agradecimiento al personal de la Casa-Museo Unamuno (CMU) por la ayuda prestada durante la estancia realizada para consulta de documentos en los archivos, y al grupo de investigación por el Seminario de investigación mantenido durante dicho periodo.

The feeling of nature in Miguel de Unamuno: the joy of living and the peace of mind

Alicia Villar Ezcurra

Universidad Pontificia Comillas

https://orcid.org/0000-0002-0590-1620

Resumen

El artículo analiza e interpreta el sentimiento de la naturaleza en la obra de Miguel de Unamuno, en el marco de su filosofía poética, destacando su afinidad con Rousseau. Para ello, seleccionando y analizando algunos de sus escritos, se aborda los sentimientos de plenitud y sosiego que Unamuno experimenta en contacto con la naturaleza. En su amor a la naturaleza, personalizando lo viviente, don Miguel encontró tanto el gozo de vivir como la paz que le hacía recobrar fuerzas para emprender nuevos combates. Lejos del Unamuno agonista, los escritos analizados nos descubren al contemplativo que goza de la vida y experimenta su plenitud.

Palabras clave: 
Unamuno; sentimiento de la naturaleza; amor a la naturaleza; paisaje.
Abstract

The article analyzes and interprets the feeling of nature in the work of Miguel de Unamuno, within the framework of his poetic philosophy, highlighting his affinity with Rousseau. Selecting and analyzing some of his writings, the feelings of fullness and tranquility that Unamuno experiences in contact with nature are tackled. In his love of nature, personalizing the living, don Miguel found both the joy of living and the peace that it made him recover strength to start new battles. Far from the agonist Unamuno, the analyzed writings reveal the contemplative who enjoys life and experiences its fullness.

Keywords: 
Unamuno; Feeling of nature; Love of nature; Landscape.

Recibido: 6  febrero  2021. Aceptado: 26  mayo  2021.

Cómo citar este artículo/Citation: Villar Ezcurra, Alicia (2021) “El sentimiento de la naturaleza en Miguel de Unamuno: El goce de vivir y la paz del espíritu”. Isegoría, 65: e02. https://doi.org/10.3989/isegoria.2021.65.02

CONTENIDO

INTRODUCCIÓN

 

El mundo, para nosotros Marta y María,

nos da de comer y nos contempla y perfuma1Eróstrato. Nota inédita. CMU 68/15, p. 163.

Frente a las visiones mecanicistas e instrumentales propias de la modernidad, el romanticismo favoreció la contemplación de la naturaleza como un organismo vivo, dotado de finalidad y significado propio.2Cfr. Casado de Otaola, S., Naturaleza, Ciencia y sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismo, Fundación Jorge Juan y Marcial Pons, Madrid, 2010. A lo largo del siglo XIX, el desarrollo de la Botánica y la Zoología, así como la creación de los Museos de Ciencias Naturales y de los Jardines Botánicos impulsó un interés creciente por la protección de la naturaleza, incrementándose también la afición por viajar impulsada desde el siglo anterior.3García Zarza, E., “Paisajes y pueblos de Castilla y León en la obra de Unamuno”, en El joven Unamuno en su época (Coordina: Berchem, T., Laitenberger, H.), Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, Salamanca, 1997, p. 351. A ello se sumó el cultivo del tema del paisaje en los escritores de la Generación del 98, aunque no todos ellos compartieron una misma visión.4Ibíd., p. 352.

Miguel de Unamuno, además de reflejar su propio espíritu a través del paisaje, dedicó varios escritos al sentimiento de la naturaleza.5Cfr. El estudio de Rivero, M. A., “Del sentimiento de la naturaleza en Miguel de Unamuno”, en Paisaje y melancolía, Romero, D. y Murcia, I. (Coordinadores), Secretariado de Publicaciones, Universidad de Sevilla, 2011, pp. 288-289. El primero titulado El sentimiento de la naturaleza6Miguel Ángel Rivero menciona una primera reflexión sobre el sentimiento de la naturaleza en un escrito publicado en La Lucha de Clases en 1897 (Unamuno, M. de, Escritos socialistas. Artículos inéditos sobre el socialismo 1894-1922, edición e introducción de Pedro Ribas, Ayuso, Madrid, 1976, p. 261). Cfr. Rivero, M. A., op. cit., p. 291. lo incluyó en la serie de escritos titulados “La Flecha”, recogidos después en su libro Paisajes (1902).7Se publicaron primero en la revista bilbaína Ecos Literarios. Paisajes abre la edición de M. García Blanco de sus Obras Completas. Unamuno, M. de, Paisajes (1902), “La Flecha”, I “El sentimiento de la naturaleza”, OC I, Escelicer, Madrid, 1966, pp. 57-60. Las referencias textuales a los escritos de Unamuno se harán con respecto a esta edición de sus Obras. En la edición de sus Obras completas a cargo de Ricardo Senabre, se incluyen en el volumen VI (Paisajes y Recuerdos), Fundación José Antonio Fernández de Castro, Turner, Madrid, 2004 En 1909, abordó de nuevo el sentimiento de la naturaleza en el escrito final del libro Por tierras de Portugal y España (1911).8Unamuno, M. de, Por tierras de Portugal y España, “El sentimiento de la fortaleza” (sic) (1909), OC I, pp. 335-341. Se comprueba un error en el título, rectificado en la edición a cargo de Ricardo Senabre en Turner. Este último constituye “el credo” de lo que Unamuno vio en el paisaje, según Manuel García Blanco.9 OC I, Introducción de M. García Blanco, p. 12. Sin poder adentrarnos en todos los aspectos que se suscitan a propósito de este tema, analizaremos los escritos citados, así como otros textos seleccionados de la lectura de los distintos volúmenes de su obra10Para ello se han consultado no solo los escritos del Volumen I (Paisajes y Ensayos) de sus Obras Completas, sino también del resto de volúmenes (de II a IX), según la edición de M. García Blanco, antes citada. El análisis del tema de Del sentimiento trágico de la vida y el Tratado del amor de Dios se abordará en un artículo posterior. que, más allá del Unamuno trágico y agónico, expresan su experiencia del goce de vivir y que se vinculan con su filosofía poética. Antes, presentaremos el amor a la naturaleza en la vida de don Miguel, que explica que más adelante calificara el sentimiento de la naturaleza como un “amor inteligente, a la vez que cordial”, y “uno de los más refinados productos de la civilización y cultura”.11 “El sentimiento de la fortaleza” (sic), OC I, p. 336.

1. LA NATURALEZA EN LA VIDA Y OBRA DE MIGUEL DE UNAMUNO

 

Si bien el deseo de pervivencia constituye la esencia de la filosofía de Miguel de Unamuno, no puede ignorarse el peso del sentimiento de la naturaleza, en su obra literaria, filosófica y en su su propia biografía. A mi juicio corresponde a uno de sus sentimientos más permanentes, uno de los puntos que le unió a Rousseau. Se expresa claramente en sus escritos sobre viajes y excursiones por España: además de Paisajes y en De mi país (1903), en Por tierras de Portugal y de España (1911), inicialmente “veintiséis relatos por ciudades y campos de la Península Ibérica y las Islas Canarias”,12Prólogo a Andanzas y visiones españolas OC I, p. 345. Publicados en 1911 en la editorial Renacimiento, en la edición de 1920 añadirá otras excursiones y ordenará los escritos por orden cronológico según explica en el prólogo de esa edición. en Andanzas y visiones españolas (1922),13Cfr. OC I, pp. 345-500, artículos publicados antes en periódicos o revistas sobre Castilla y León, Aragón, Alicante, Extremadura, Portugal. y en Paisajes del alma, donde el sentimiento de la naturaleza se profundiza y expresa poéticamente. Asimismo, se recoge en sus poesías y en otros escritos que serán citados a lo largo del artículo.

1.1. El sentimiento de la naturaleza en el joven Unamuno: experiencia de libertad, fruición y fusión con la naturaleza

 

Antonio Machado observaba que, en la realidad anímica de todo hombre, hay varios “yos complementarios”, “vidas sucesivas” en expresión de Laín Entralgo.14Salcedo, E., Vida de Don Miguel, Anaya, Salamanca, 1964, Prólogo de Pedro Laín Entralgo, p. 10. El mismo Unamuno reconocía que en su madurez miraba como se mira a un extraño al joven de veinticinco años que había sido. Sin embargo, a pesar de su evolución intelectual, religiosa y política, el sentimiento de la naturaleza fue una constante en su vida. Los paisajes arroparon su infancia y Unamuno confiesa que: “fueron la primera leche de nuestra alma, aquellas montañas, valles o llanuras en que se amamantó” su espíritu y que le acompañaron hasta la muerte , de ahí que en sus valles vascos se sintiera recogido como en un nido.15 “Ciudad, campo, paisajes y recuerdos” (1911), Andanzas y visiones españolas,OC I, p. 362. Declara: “solo conservando una niñez eterna en el lecho del alma, sobre el cual se precipita y brama el torrente de las impresiones fugitivas es como se alcanza la verdadera libertad y se puede mirar cara a cara el misterio de la vida”.16 “Recuerdos de niñez y de mocedad” (1908), OC VIII, p. 156.

Para Unamuno “cada uno de nosotros lleva dentro de sí todo lo que ha sido”, y basta un momento de evocación para que se nos revele el niño que hemos sido.17 “Pepachu” (1915), OC VIII, p. 356. Recuerda perfectamente el efecto que en su infancia le causaba el campo, época de “aire y luz libre”, cuando salía a pasear y corría entre los árboles junto a la ría, accesible desde la villa de Bilbao. Entonces sentía “confusamente en el fondo del alma, la trabazón de todo”,18 “Recuerdos de niñez y mocedad”, p. 110. entretenido con insectos -luciérnagas, grillos, zapateros, moscas y cochorros o abejorros-, sus mejores juguetes naturales.19Ibíd., pp. 110-114. En su época de estudiante de bachillerato, dada la debilidad de su cuerpo, daba largos paseos a diario por prescripción facultativa. Con ello, según sus propias palabras experimentaba uno de los “goces más serenos y más hondos”.20Ibíd., p. 136. Disfrutando plenamente de la libertad: “goza en una pasividad calmosa, en un aplanamiento lleno de vida, el desfilar de las sensaciones fugitivas. Se derrama por el campo, se refresca al contacto de la frescura de los follajes, se restriega en verdura”.21Ibíd., pp. 136-137. Gozar, derramarse, restregarse, refrescarse, subrayan la fusión y fruición del joven Unamuno con la naturaleza campestre. Durante las vacaciones de verano, permanecía en la casa que su abuela tenía en el campo, en Deusto, y es ahí donde se le “despertó el alma al sentimiento del campo”.22Ibíd., p. 137.

Las sensaciones que en el joven Unamuno suscitaban los paisajes de su tierra natal se reflejan también en su primera novela: Paz en la guerra, que describe lugares reales y personajes ficticios sobre un fondo histórico.23Ribas, P., Filosofía, Política y Literatura en Unamuno, Ediciones Endymion, Madrid, 2017, p. 15. El paisaje aparece como el escenario de esa vida colectiva, observaba Julián Marías,24Marías. J., Miguel de Unamuno, Espasa-Calpe, Madrid, 1997, p. 112. pero también como expresión del sentimiento de la naturaleza experimentado por el joven Unamuno. Recuérdese al final de la novela, los sentimientos de Pachico cuando después de pasear por los montes, llega a la cima:

Tiéndese allí arriba, en la cima, y se pierde en la paz inmensa del augusto escenario, resultado y forma de combates y alianzas a cada momento renovados entre los últimos irreductibles elementos A lo lejos se dibuja la línea de alta mar cuasi un matiz del cielo, perfil que pasa sobre las cimas de las montañas.

¡Las montañas y el mar! ¡La cuna de la libertad y su campo!25Paz en la guerra, OC II, p. 298.

Tendido en la cresta, descansando en el altar gigantesco, bajo el insondable azul infinito, el tiempo, engendrador de cuidados, parécele detenerse. En los días serenos, puesto ya el sol, creyérase que sacan los seres todos sus entrañas a la pureza el ambiente purificador; se dibuja la lontananza, las montañas de azul y violeta que sostienen la bóveda celeste, en purísimo contorno, tan claro y nítido, tan cercano como la mata de argoma o brezo al alcance de la mano […]

Todo se le presenta entonces en plano inmenso, y tal fusión de términos y perspectivas del espacio llévale poco a poco, en el silencio allí reinante, a un estado en que se le funden los términos y perspectivas del tiempo. Olvídase del curso fatal de las horas, y en un instante que no pasa, eterno, inmóvil, siente en la contemplación del inmenso panorama, la hondura del mundo, la continuidad, la unidad, la resignación de sus miembros todos, y oye la canción silenciosa del alma de las cosas desarrollarse en el armónico espacio y el melódico tiempo.26Ibíd., p. 299.

Se comprueba que don Miguel comulga con el campo y se confunde con él.27A diferencia de otros autores, hábiles en describir el campo pero que no lo sienten. Como señala Pedro Cerezo,28Cerezo, P., Las máscaras de lo trágico. Filosofía y Tragedia en Miguel de Unamuno, Trotta, Madrid, 1996, p. 89. Pachico siente el latido pletórico de la vida del todo, revelación estimulante de “la hondura del mundo”, un secreto que sale a la luz y es afín al anhelo de eternidad del ser humano. La contemplación de la naturaleza le permite a Unamuno tomar perspectiva de las cosas, disfrutar de paz, silencio, pureza y descubrir en un instante la hondura del mundo y la unidad de todos sus miembros. En sus ensoñaciones se muestra afín a Rousseau y al Obermann de Sénancour, experimentando el sentido de pertenencia a la naturaleza, vivificando y fundiéndose con el mundo natural, a modo casi de éxtasis. Siente que su conciencia viene de la tierra, que hay un Alma del Universo que entonces identifica con Dios. De esta experiencia derivará el principio de la ética de la compasión que cuida y protege la vida y que desarrollará en Del sentimiento trágico de la vidaUnamuno, Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos y Tratado del amor de Dios, Edición de Nelson Orringer, Tecnos, Madrid, 2005..29Para un desarrollo de este tema véase: Villar, A., “Unamuno: pervivir, amar y compadecer”, en: Unamuno y nosotros (coordina Moreno Romo, J. C.), Anthropos, Barcelona, 2011, pp. 227-247.

En su viaje por Francia, Italia y Suiza (1889), Unamuno escribirá un diario de viaje que recoge su sentimiento de la naturaleza como goce de vivir. Inédito hasta el año 2017, es un documento privado y personal que registra sus vivencias durante el mes y medio del recorrido.30Unamuno, M. de, Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza, edición de Pollux Hernúñez, Editores Oportet, Madrid, 2017, Prólogo, pp. 7 y 11. Confiesa que viajaba a Italia con la “intrepidez” de sus veinticinco años, “llenos el corazón, como la cabeza, de un vago romanticismo cebado de las lecturas de Rousseau declamadas a las veces entre las montañas de mi tierra nativa vasca”.31 “Recuerdos de Marsella”, Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza (1910), p. 197. Al visitar la ciudad de Ginebra y al contemplar los Alpes recordaba al filósofo en los siguientes términos: “¡Cuántas veces meditaría en su salvación eterna contemplando el Monte Blanco! ¡Rousseau! ¡oh Rousseau!”.32Ibíd., p. 98. También visita la isla en la que vivió Rousseau. En un primer momento, al llegar a Suiza, Unamuno admira los lagos limpios que reposan “en el seno de las montañas”, caminos hermosos, pinares espesos, valles serenos, cimas engastadas en las nubes. Parece gustarle ese país de pastores, que vive en el monte y de él.33Ibíd., p. 88. Pero al adentrarse en los Alpes sufre una decepción y se lamenta: esperaba más y contaba con conmoverse más. Le horrorizan los hoteles en las cimas de los montes y el ferrocarril que horada la montaña, la explotación que hace perder el carácter agreste, y se lamenta: “Pobres Alpes! En manos de explotadores”.34Ibíd., p. 95. Años después, también se apartará de los lugares y paisajes “profanados por el turismo y la banal admiración de los veraneantes”.35 “Yuste”, (1908) Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 267.

En el recorrido desde Nápoles a Pompeya, fundido con el ambiente que le rodea, siente el goce de vivir y le “entran ganas de derretirse en el sol, y de diluirse en el aire”.36 Cfr. Salcedo, E., p. 60. Siente respirar con abandono la bahía de Nápoles, y todo le hace evocar la poesía de Virgilio, al contemplar el sol que tiñe el mar como “un rocío de oro y plata”. El paisaje le parece una obra de arte.37 “Pompeya. Divagaciones” (1892), OC I, p. 516. Se comprueba como su amor por la naturaleza de nuevo le hace derretirse, fusionarse con ella, y el lector recuerda las experiencias de Albert Camus en sus escritos sobre “Bodas” con el mundo.38Camus, A., El Verano. Bodas. Pocket Edhasa, Barcelona, 2000.

Con su traslado a la ciudad de Salamanca, Unamuno descubrirá los paisajes de Castilla y se reflejará en ellos. En En torno al casticismo (1895), señalaba que difería de casi todos sus paisanos en su visión de Castilla, “¡Ancha es Castilla!”, decía: “¡qué hermosa la tristeza reposada de ese mar petrificado y lleno de cielo!”39 OC I; p. 809. Cfr. Rabaté, J.-Cl., Guerra de ideas en el joven Unamuno (1899-1900), Biblioteca Nueva, Madrid, 2001, p. 59. En un artículo de 1889: “En Alcalá de Henares. Castilla y Vizcaya”, también expresó su admiración por los valores estéticos de los paisajes de Castilla,40 Cfr. Rabaté, J.-Cl., pp. 58-59 y ss. como Giner de los Ríos y los institucionistas. Admira la hermosura de la meseta y la aridez de las tierras de Castilla. Le atraen sus “sierras bravas”, la belleza de las sierras de Guadarrama, Gredos, Béjar, Francia y Gata, “lo más hermoso que puede verse”, y “de lo menos adulterado”.41 “Epílogo a Alpinismo castellano. Guía y crónicas de excursiones por las sierras de Gredos, Béjar y Francia” (1914), OC VIII, p. 1031. Más adelante precisa: “Por reacción se opuso la llanada a la montaña, y pareció olvidarse que Castilla es tierra montañesa también, o más bien que montañesa, serrana, Hay una Castilla serrana, tan Castilla como la llanera” (p. 1032).

2. EL UNAMUNO CONTEMPLATIVO: LA PAZ DEL CAMPO, DE LAS CUMBRES, DEL RÍO Y DEL MAR

 

El sentimiento de la naturaleza en don Miguel está impregnado de su personalidad, y su descripción de los paisajes, asemejan a pinturas, “esmaltadas de matices personales”, observaba Jerónimo de la Calzada, al sentirse “uno dentro del paisaje y alma con él”.42Calzada, J. de la, “El Unamuno paisajista”, Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, año 1952, n.º 3, p. 55. Unamuno admira la variedad de formas de vida, espectáculo de interés inagotable, y las puestas de sol marinas de “solemne majestad religiosa”, le “refrigeran el espíritu”.43 “La pesca de Espinho” (1908), Por tierras de Portugal y España , OC I, p. 222. A diferencia de Rousseau, sensible al verdor del paisaje y en especial a los Alpes, le gusta todo de la naturaleza, lo mismo la salvaje que la doméstica, la montaña bravía que la llanura. Encuentra hermosa y sublime a la montaña, pero, ¿y la llanada?, “acaso ¿no es toda ella cima?”, se pregunta.44 “El sentimiento de la fortaleza” (sic), (1909), Por tierras de Portugal y España, OC I, p. 339. Prefiere cualquier rincón de montaña, a los bellos jardines de Versalles, que le gustan pero encuentra artificiales. Antepone el paisaje amplio, severo, y prefiere “los pueblos terrosos de Castilla”, a los de casitas blancas en verdes valles.45Ibíd., p. 337.

Podría pensarse que Unamuno, eterno luchador, traslada su alma atormentada y agónica al paisaje, más bien creo que traslada su dimensión contemplativa, según la expresión de Carlos Blanco Aguinaga.46Blanco Aguinaga, C., El Unamuno contemplativo, El Colegio de México, México, 1959. Al describir los objetos que conforman el paisaje y atender a su propio interior, Unamuno recurre a metáforas para expresar los ensueños que despiertan los lugares que recorre, y su imaginación actúa subjetivamente, como advierte Marianne Candis.47Candis, M., “El paisaje en la vida y en la obra de Miguel de Unamuno”, Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, n.º 4, 1953, p. 72. Junto al Tormes, invita a visitar el paraje de la Flecha, cantado por fray Luis de León, ingenio que reconcentró “uno de los sentimientos más raros en la castiza literatura castellana: el sentimiento de la Naturaleza”. Frente a la opinión de que es propio de la época moderna, para don Miguel lo nuevo fue su expresión “más adecuada y transparente”. Aunque el sentimiento de la naturaleza no esté claramente expresado salvo en fray Luis de León, el campo de Castilla “se siente” en muchas obras de la literatura castellana, observa. El huerto de la Flecha fue su “refugio de verdura y de sosiego”, en el que se apartó de las disputas de su siglo y donde “cantó a la armonía y a la paz”.48 “La Flecha. I. El sentimiento de la naturaleza”, Paisajes, OC I, p. 60. Como fray Luis, don Miguel parece reponer su salud en el campo de las fatigas del magisterio. Después del curso y tras finalizar los exámenes, exclamaba: “¡Vacaciones por fin! Tres meses por delante para melodizar y armonizar el ánimo apacentándolo en verdura de los campos, en luz libre que baja sobre los montes desde un sol desnudo”.49 “Divagaciones vacacionales” (1914), OC VIII, p. 326. Es el tiempo para viajes y excursiones que le permiten disfrutar de la naturaleza.

2.1. Las excursiones: nutrir su cuerpo y espíritu y desligarse de los problemas cotidianos

 

Para los regeneracionistas españoles y la Institución Libre de Enseñanza las excursiones se convirtieron en un medio valioso de aprender y de lograr una formación integral.50Joaquín Costa defendió ese modo animado y vivo de enseñar por medio de la naturaleza. Cfr. García Zarza, E., “Paisajes y pueblos de Castilla y León en la obra de Unamuno”, en El joven Unamuno en su época (Coordina: Th. Berchem y H, Laitenberger), Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, Salamanca, 1997, p. 351. Véase también: Casado de Otaola, S., Naturaleza Patria. Ciencia y sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismo, Fundación Jorge Juan y Marcial Pons, Madrid, 2010. Unamuno también alentó la organización de asociaciones de excursionistas o sociedades análogas que dieran a conocer las bellezas del paisaje. Para él, el campo es “una liberación”.51 “Ciudad, campo, Paisajes y recuerdos” (1911), Andanzas y visiones españolas,OC I, p. 361. Andariego desde su juventud52Cfr. Salcedo, E., Vida de Don Miguel, p. 178. como Rousseau, disfruta con los paseos y las excursiones, sólo o acompañado de amigos. Como señalamos anteriormente, en su juventud adquirió la “pasión por las ascensiones a las cimas de las montañas” de su País Vasco, y gozó del excursionismo como “un juego libre”, sin reglamento alguno.53 “Juego limpio” (1917). OC VII, p. 614. En dicho artículo critica la actividad de los boy-scouts por ser no un juego en sí mismo, sino una preparación para otra cosa. Más tarde también necesitará escaparse de la ciudad y “sacudirse el polvo de su biblioteca”, emprender excursiones antes de volver a reanudar sus tareas.54 “Excursión” (1909), Por tierras de Portugal y España, OC I, pp. 285-286. Durante las vacaciones, especialmente en verano, cuando aprovecha para viajar confiesa: “salgo a hacer repuesto de paisaje, a almacenar en mi magín y en mi corazón visiones de llanura, de sierra o de marina, para irme luego de ellas nutriendo en mi retiro”.55 “Ciudad, campo, paisajes y recuerdos” (1911), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 360. Busca correr por los campos, riberas, montes y valles.56 “Divagaciones vacacionales” (1914), OC VIII, p. 326. También se pasa horas disfrutando del encanto de “la monótona planicie” y se siente “volar por campos, montañas, valles”.57 “El sentimiento de la fortaleza” (sic), p. 341. Emprende sus andanzas por España y Portugal, y se desliga de los problemas cotidianos, lejos de los periódicos y la política,58 “Las Hurdes” (1913), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 407. y se sumerge en la España intrahistórica.59 Cfr. Salcedo, E., p. 178, Véase la descripción de este viaje por las Hurdes en las pp. 178-180. “España está por descubrir”, había dicho en 1895 (En torno al casticismo), criticando a los que hablaban de lugares sin conocerlos, pues considera que para conocer un pueblo no basta con conocer su alma, sino también su suelo y tierra.60 “Excursión” (1909), Por tierras de Portugal y España, OC I, p. 282.

Aprovecha los fines de semanas y vacaciones escolares, sobre todo desde 1911, su etapa más fecunda a juicio de Emilio Salcedo, aunque antes había escrito algunos artículos de viaje.61 Cfr. Salcedo, E., p. 167. En verano de 1911 realiza excursiones por tierras de Ávila, faldeando la sierra de Gredos, y días después por tierras de montaña de Santander. Esas excursiones son “un consuelo, un descanso y una enseñanza”, y sobre todo “uno de los mejores medios de cobrar amor y apego a la patria”.62 “Excursión”, OC I, p. 281. A lo largo de las excursiones y paseos, experimenta la hermandad con árboles, rocas y ríos. En la ascensión a la montaña prueba la resistencia de su cuerpo y toma conciencia de su salud. En breves descansos sobre la hierba siente fundirse “con el ambiente y se siente hijo de la libre Naturaleza”.63Ibíd., p. 283. A veces, su mirada descansa en las charcas floridas, soñando lentamente en la hora de la siesta.

En el verano de 1911, vive días a solas de “augusto silencio” en la cumbre de la Peña de Francia, descubriendo la imagen viva de lo inalterable. El sol de las cumbres le ilumina los repliegues del corazón.64 “El silencio de la cima” (1911) Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 356. Su descripción de la subida a la cumbre recuerda la experiencia de Pachico antes citada: comunión con la naturaleza, libertad y paz,65 Cfr. Cerezo, P., p. 94. descritas con abundantes metáforas. Así, se envuelve “en mortaja de resurrección en el silencio”, en búsqueda de algún otro “yo” que ha ido dejando en las encrucijadas y en los combates del camino de la vida. Disfruta de absoluto sosiego, repara su espíritu y lo prepara para futuros combates.66 “Epílogo a Alpinismo castellano. Guía y crónicas de excursiones por las sierras de Gredos, Béjar y Francia de Andrés Pérez-Cardenal” (1914), OC VIII, p. 1032. Después de estar acampado en los altos de la sierra de Gredos, a dos mil quinientos metros de altura, regresa con el alma llena de paz y de olvido, y revela, sin embargo: “nada se me ocurre, lector, decirte de ello”.67 “De vuelta a la cumbre” (1911), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 351. Y es que, en ocasiones, Unamuno silencia algunos de sus sentimientos más hondos, como sus impresiones de Granada y su gozo del Albaicín, “baño en algo etéreo”, experiencias de “plenitud de vida silenciosa y oculta”.68Ibíd., p. 351.

En el verano de 1913 recorre Las Hurdes, acompañado de dos amigos franceses,69Le acompañan su amigo Jacques Chevalier y Mauricio Legendre, que ya conocía Las Hurdes, así como el tío Ignacio, un campesino de La Alberca. y pocos días después detalla sus impresiones,70 “Las Hurdes”, Andanzas y visiones españolas, OC I, pp. 405-415. por tierras extremeñas, que califica de solemnes. Descubre algo religioso en la majestad de ciertos alcornoques. Después de Granadilla, recorre “soledades henchidas de luz de cielo”, perfumadas con las jaras “pebetero del desierto”, y donde crecen madroños, romero, lentisco y la retama que cantó Leopardi. Saliendo al amanecer, el panorama le hace recordar una vez más el sentimiento de la montaña del que habla Obermann de Sénancour, inspirado también por Rousseau.

En Las Hurdes, sus sentimientos son ambivalentes. Consideradas entonces la vergüenza de España,71Ibíd., p. 408. tierras en las que sus habitantes han trabajado heroicamente “para arrancar un misérrimo sustento a una tierra ingrata”. Así, tanto reconoce que la naturaleza es “madre en el parto, en el querer, madrastra”, en palabras de Leopardi, como evoca el estado de naturaleza de Rousseau, al ver a una joven entre las piedras de un río. Admira la belleza del paisaje, valles y cumbres, al tiempo que lamenta la dura vida de los pobres hurdanos en esas tierras pedregosas y míseras. En Las Hurdes Altas goza de la emoción de las ascensiones lentas que van ganando horizonte hasta llegar a la cumbre. De allí saldrá con destino a Las Batuecas y luego una vez más a la Peña de Francia, cumbre de silencio y sosiego,72Ibíd., p. 415. donde digiere las miserias de los barrancos hurdanos, y donde volverá en varias ocasiones.73 E. Salcedo, p. 180. En la cumbre, la vida parece “un sueño y un soplo”;74 “En la Peña de Francia” (1913), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 416. sin distracciones ni diversiones, “en el seno de este reposo”, le invaden “aluviones de energía y un tumulto de pensamientos informes, larvas de ideas, que, formando nebulosa, buscan liberación. El silencio está preñado de rumores”,75Ibíd., p. 419. observa.

En resumen, la montaña no solo limpia su cuerpo con el aire de las alturas, restaura su alma con el silencio de las cumbres,76Ibíd., p. 352. o la puesta de sol. En sus excursiones por campos y montes experimenta un sentimiento de libertad radical; se libera del decorum,77Unamuno considera que el decorum de los antiguos romanos no se traduce completamente con nuestro “decoro”, que es la seriedad de los que están vacíos por dentro (“De vuelta a la cumbre”, p. 352). se chapuza en la infancia y da vida a su corazón.78 “De vuelta de la cumbre” (1911), pp. 352-353. A los que viven perdidos entre negocios o diversiones, en un tráfago mundano, aconseja escaparse a las cumbres, llevándose la cultura en el alma79Ibíd., pp. 353-354. y enseñándonos a vivir sin comodidades. Tanto restaura el cuerpo con el silencio de las alturas,80Ibíd., p. 350. como el alma se libera de toda pesadumbre.

Tú juntas lo terreno y lo celeste

Y en el desierto de tu excelsa cumbre

Se deshace la humana pesadumbre

Y cae reseca la mundana peste.81Poesía LXXXII, “A mi hermana montaña”, OC VI, p. 885.

En las cumbres, quieto, Unamuno se pregunta por el para qué de los que van y vienen “por los valles de agitación y de ruido”82 “El silencio de la cima”, Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 357. y siente con íntima fuerza su radical vanidad. Sin embargo, hasta en la misma cima recuerda los libros, o más bien su alma. Así, contemplando volar a un buitre, recuerda a Obermann de Sénancour, que al ver dirigirse hacia él un águila de los Alpes, pensaba: “Jamás ha sido conocido el silencio en los valles tumultuosos; no es sino en las cimas frías donde reina esta inmovilidad, esta solemne permanencia en que no expresará lengua alguna que la imaginación no ha de alcanzar”.83Ibíd., p. 359. En la cima de la Peña de Francia, siente la eternidad debajo del tiempo, tocando el fondo “del mar de la vida”,84Ibíd., p. 358. la inmovilidad en medio de las mudanzas, la eternidad debajo del tiempo.

No sólo el campo y las cumbres inspiran al Unamuno contemplativo y poético, también le inspiran los paseos por las orillas del río, que tienen “personalidad”, “fisionomía y vida propias”.85 “Trujillo” (1909), Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 330. Le gusta pasear por las apacibles orillas del Tormes, que recuerda al leer a uno de sus poetas favoritos, el “dulcísimo Wordsworth”, y su soneto titulado: “Escrito en una hoja en blanco de El perfecto pescador de caña”. El soneto recoge a su vez la lectura de un libro de Walton, donde fluye “alegre piedad”.86 “El perfecto pescador de caña. Después de leer a Walton” (1904), OC I; p. 1183. Unamuno leyó el libro Isaac de Walton (1593-1683) gracias a un estudiante inglés, Royall Tyler, y por él se entera de que su obra es estimada como clásica en Inglaterra, “aunque se habla de ella mucho más que se la lee” (p. 1184). Aunque nunca ha pescado a la caña, don Miguel evoca los sentimientos de reposo que le despiertan sus paseos por las orillas de los ríos que, como el libro de Isaac de Walton, exhalan “calma sedante”.87Ibíd., p. 1190. “Es el paisaje en el reino de las formas visibles lo que la música en el reino de los sonidos”, observa Unamuno.88Ibíd., p. 1185. El agua da vida al paisaje y purifica las alma del hombre y de la naturaleza: “¡Qué sabroso descanso el de sentarse a la orilla del río y a la sombra de un álamo, a dejarse vivir en suave baño de resignada dejadez, mirando correr las aguas! ¡Qué secreta escuela de resignación y de calma!”.89Ibíd., p. 1187.

Espíritu en movimiento, Unamuno transita de la contemplación a la reflexión, y la quietud se convierte en aparente marcha opuesta a la del curso fluvial; imágenes y pensamientos se apaciguan. Entonces gozamos con la “sensación pura de la vida”, y purificadas hasta nuestras alegrías, paladeamos la vida desnuda. Adormecida la inteligencia, sentimos “la música del cuerpo”, lavándonos de la costra de los afanes diarios, el alma respira a sus anchas la serenidad de la naturaleza. Gozando de la vida como sus dueños, nos liberamos de sufrirla como sus esclavos;90Ibíd., p. 1188. comprendemos la sabiduría del “bástele a cada día su malicia” que disipa las penas y templa las alegrías. Advierte Unamuno que Dios creó el mundo para los contemplativos, y el que cultiva la escuela de la contemplación se hará manso y poseerá la tierra.91 “El perfecto pescador de caña. Después de leer a Walton”, p. 1189.

Don Miguel necesita el contacto con el campo y la naturaleza, como el aire que respira. Precisa vivir en una ciudad pequeña, como la tranquila Salamanca que le permite pasear por los alrededores de la ciudad. Le gusta vivir en una ciudad en la que desde el centro se pueda llegar a pie al campo libre y en un cuarto de hora. En Salamanca, “ciudad alegre, íntimamente alegre”, puede pasear por la carretera de Zamora en adelante; cansa sus piernas, al tiempo que descansa su espíritu y su vista en la contemplación de la extensa llanura, la sierra nevada, o el verdor de las orillas del río.92 “Salamanca” (1914), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 423. Se abandona a la íntima calma que se desprende de la campiña, como el campo que rodea al Tormes en la Flecha, donde “desde el cielo purísimo desciende al alma fecundante lluvia de paz”.93 “La Flecha”, III, Paisajes, OC I, p. 64. Junto al río, en un prado y en un soto de álamos, a veces don Miguel lleva un libro que al final no lee y acaba cerrando, como nos describe en su escrito Fantasía de verano.94 “Fantasía de verano (de una carta inacabada e inacabable)” (1911), OC VII, p. 475. El perpetuo rumor del río refresca el alma y “se junta allí dentro, en el alma, con la verdura que por los ojos se me mete también en ella. Y así me canta al borde del corazón la verdura”.95Ibidem. Después se echa “casi en pelota” sobre el prado, y se revuelca en la hierba; luego se chapuza en el agua, mirando “como rompen las ondas del río contra las ondas de la respiración de mi pecho”. Entonces, cuando el viento moja con la hierba sus cabellos, siente como si le “brotasen raíces al toque del suelo” y se queda traspuesto. Sueña su “vegetalidad”, y en esas horas en las que “se siente hundir en su animalidad”, le pasan por debajo del lecho de su espíritu “pensamientos cósmicos que no caben en lenguaje alguno”. Es entonces cuando comprende “aquello de que un paisaje es un estado de conciencia”.96Ibíd., p. 477.

Paseando por los bosques próximos a Jarandilla, disfruta del verdor y el frescor que encuentra por todas partes: castaños, torrentes que bajan saltando, “naturaleza risueña y amable”.97 “Yuste” (1908), Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 267. ¡Qué poco se conoce España!, se lamenta una vez más, y recuerda a todos los que hablan de Castilla, León y Extremadura cómo si sólo hubiera páramos secos y tristes.98Ibíd., p. 267. En Gran Canaria, paseando por el castañar de Osorio, la visión del anochecer: “parece llevarnos a la fuente de la vida, algo que nos invita dulcemente a confundirnos con la madre tierra”.99 “La Gran Canaria” (1909), Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 316. Recorriendo la quebrada de los Tilos, sueña “quedarse allí, en un hoy perpetuo, sin ayer y sin mañana!”100Ibíd., OC I, p. 319.

“El campo nos ama”, declara Unamuno en Ciudad, campo, paisajes y recuerdos, y allí “se ahogan nuestras dos semillas ciudadanas o sociales más malignas”, que son la de la vanidad y la de la envidia. Es difícil envidiar a otro “cuando le adivina allí, a lo lejos, perdido en un repliegue de lontananza, visto desde la cima de una montaña”; es difícil sentirse envanecido y pagado de sí a la orilla del mar, “frente a la inmensa sabana ondulante”.101 “Ciudad, campo, paisajes y recuerdos” (1911), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 363.

En Tenerife la soledad del mar ejerce en él un efecto sedante, “casi un narcótico”.102 “La Laguna de Tenerife” (1909), Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 322. Al regresar de Canarias en barco, con destino a Oporto; en los cuatro días de travesía, “descubre poéticamente el mar”, señala Emilio Salcedo, y compone El poema del mar,103 Cfr. Salcedo, E., p. 161. cuando llega a Oporto. Durante el verano de 1909, disfruta de la costa portuguesa de Aveiro, contemplando “el dulce y manso mar”, con frecuencia bravío, que viene “a besar la tierra y a mezclarse con ella”. Con la puesta de sol: “de una solemne majestad religiosa”, goza y refrigera su espíritu.104 “La pesca de Espinho” (1909), Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 223. En Mallorca, disfruta de la calma y de la sensación de bienestar, pensando que cuando sienta la vejez en el corazón del alma, se acordará de su luz espléndida, de sus almendros e higueras, de su lago subterráneo.105 “En la calma de Mallorca” (1916), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 446. Embriagado por la luz del cielo de Mallorca, por “la maravilla luminosa” de la costa,106 “En la isla dorada” (1916), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 453. y con el alma recogida oye “el chirriar de las cigarras estremecidas de sol en las copas de los viejos olivos cenobitas de Valldemosa”.107 “Los olivos de Valldemosa. Recuerdos de Mallorca” (1916), Andanzas y visiones españolas, OC I, pp. 451-452. En 1924, el confinamiento en la isla de Fuerteventura impulsará su “sentido poético de la naturaleza” y alcanzará cumbres liricas, según indica Manuel García Blanco.108 OC VI, Introducción de García Blanco, M., p. 42. El mar, la noche, la luna, las estrellas, las nubes y el sol inspirarán sus sonetos. Disfrutará tomando el sol, casi desnudo; mirando las olas recuerda a Homero y “pesca metáforas”.109 Cfr. Salcedo, E., p. 258. Dedica dieciocho sonetos al mar o a las olas que vienen a morir a la playa y confiesa: “Es en Fuerteventura donde he llegado a conocer a la mar, donde he llegado a una comunión mística con ella, donde he sorbido su alma y su doctrina”.110Comentario al soneto XXXII, OC VI, Introducción de García Blanco, M., pp. 43-44. En uno de los poemas,111 “Cuando el cansancio de esperar me abruma / Y me vuelvo al afán de cada día / Contemplo ansioso vuestra teoría / Sonetos de la mar, olas de espuma”. OC, VI. p. 691 (Cfr. M. A. Rivero, p. 301). Unamuno se refiere no al mar, sino a “la mar”, detalle que destaca Miguel Ángel Rivero, interpretando el cambio de acepción como una manifestación del incremento de su vínculo con el mar, que adquiere connotaciones maternales.112Rivero, M.A., “Del sentimiento de la naturaleza en Miguel de Unamuno”, op. cit., p. 301.

En la época de su destierro en Hendaya, se consuela contemplando “la mar incitadora y seductora”, ya se la vea plácida o se encrespe; la mar “llamando al eterno misterio de la vida inquieta y aventurera”.113 “Desde Hendaya. XV” (1927), OC VIII, p. 680. En la playa de Ondarraitz, baña “la niñez eterna” de su espíritu en la visión de la eterna niñez del mar, “que nos habla de antes de la historia o mejor debajo de ella, de su sustancia divina”.114 Cfr. Salcedo, E., p. 298. En Hendaya puede disfrutar del campo que incluso en invierno encuentra acogedor. Pasea por la ribera francesa, faldea la montaña fronteriza, subiendo por su vertiente. Entre los robles, don Miguel siente que le enverdecía la soledad íntima, y que “a las puertas del invierno de su vida, en las postrimerías de su otoño”, le “brotaban en el fondo del ánimo verdores de argoma con doradas flores, y verdores de boj sobre rastrojos de follaje roblizo”.115 OC VIII, “Desde Hendaya, XXXIV. En la linde fronteriza” (1925), p. 705.

La nieve también es símbolo de paz para Unamuno. Y en Paisajes del alma evocará el silencio de la nevada, que no resbala como la lluvia, sino que “nivela y queda”. La nieve le recuerda a la infancia, por su “desnudez y blancura” y a la vejez por la blancura de las canas. La nieve es “silenciosa y allanada”, observa, como lo son el alma del niño y del anciano.116 “¡Ay de aquel que al llegar al ardoroso estío de la vida, al agosto de las pasiones ardorosas, no conserva en el alma la blanca nieve de la infancia, de donde manan surtidores de frescura desbordante!”, Paisajes del alma, “Nieve” (1922), OC I, p. 508.

3. PERSONALIZACIÓN DE LA NATURALEZA

 

En su escrito Desde la soledad (1904), Unamuno confiesa que para “poder encontrar sociedad en el retiro de la Naturaleza y conversar con árboles, pájaros, arroyos, rocas y nubes, y que éstos nos digan algo, es preciso llegar a cierta comunión con ellos, descender a la raíz de nuestra semejanza, buscarlos como semejantes y prójimos”.117 “Desde la soledad” (1904), OC V, p. 951. En Recuerdos entre montañas (1915), tiene presente un pasaje de la Tentación de San Antonio de Flaubert, en el que el santo desea confundirse con la tierra, Unamuno recupera sus ensoñaciones juveniles panteísticas:

… cuando me tendía bajo un árbol en la falda del Pagazarri, a hacerme el mundo que tenía delante, llegué a fingirme, primero, que mi conciencia se engrandecía y derramaba por la tierra que me servía de sustento y que eran olas de mi pensamiento las cumbres de Oiz, de Udala, de Amboto, de Sollube, penetrando en el cielo. Pero luego daba en pensar que no era así, sino que la conciencia me venía de la tierra, que era yo como una planta que por sutiles raíces recibía del suelo sus soñaciones. Y es desde entonces desde cuando me persigue la vieja idea, la idea multisecular, de que nuestra Tierra es también un grande animal que piensa y sueña y crea y espera, y que hay, en el sentido más estricto, un Alma del Universo, y que ese Alma es Dios. (Aquí un pedante dogmático exclamaría: ¡Panteísmo puro! ¡Bueno!).118 “Recuerdos entre montañas” (1915), OC VIII, pp. 358-359.

Imaginar lo que vemos es poesía,119 “País, paisaje y paisanaje” (1933), OC I, p. 705. y así siente hermanos a los árboles o la montaña, y en tono franciscano, declara:

Yo como tú, montaña soy montaña

Y siento que eres, como yo, persona,

Nos cubre el cielo con igual corona

Y ambos salimos de la misma entraña.120LXXXII, “A mi hermana la montaña”, OC VI, p. 885.

Don Miguel mantiene una comunicación personal con el monte que le resulta familiar, dirá en su escrito Estética montesina (1902). Trata “personalmente a cada encina, a cada fresno, a cada espino”.121 “Estética montesina” (1902), OC V p. 941. Liberado de pesadumbres, “el verdor de los árboles es un reclamo al silencio y aquietamiento interiores”. A veces se figura que un árbol le mira y que le adiestra en la lección de la paciencia.122 “Frente a los Negrillos” (1915), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 431. Alimenta con su imaginación su amor por la naturaleza, aunque ello le lleve a situarse por encima del mundo de la lógica.123 Cfr. “Programa” (1906): “¿Te duele algo? ¡Ahonda en tu dolor! ¡Piensa en ello! ¡Alimenta tu pasión!
Alimenta tu pasión y engendrarás paradojas y te crearás un mundo, por encima del miserable mundo de la lógica”, OC VII, p. 447
Si en La retama Leopardi representó la paz como una guerra contra la naturaleza y que los hombres han de unirse frente a ella, Unamuno siente que muchos álamos y riachuelos son acaso más prójimos suyos que hombres brutos que habitan en algunas ciudades.124 “Sarta de pensamientos, Sin cuerda lógica, pero con la impalpable liga de una cadena de agujas que cuelgan de un imán” (1905), OC VII, pp. 436-437. Y así el Unamuno poeta convierte lo trivial en sublime y de este modo nos lo descubre.125Diálogos del escritor y el político. “IV Poeta y abogado” (1908). “El filósofo hace trivial lo sublime; el poeta hace sublime a lo trivial. Y al sublimarlo nos lo descubre” (OC V, p. 970). “Porque la poesía es hacer nuevo el sol de cada día y todo nuevo bajo él; de la poesía es revelarnos cómo la vida es creación continua” (OC V, p. 971). En Paisajes del alma también expresa poéticamente la unidad y personalización de la naturaleza, cuando la “había cubierto todas las cumbres rocosas del alma” y la soledad era absoluta. “Los arroyos que desde el valle contemplaban las cumbres estaban hechos con aguas que del derretimiento de las encumbradas nieves descendían; su alma era del alma excelsa que se arrecía de frío. Y la verdura se alimentaba de aquellas mismas aguas de las nieves”.126Paisajes del alma (1918), OC I, p. 503. Hermandad y animismo, pues los arroyos y los árboles contemplan a las cumbres, y las cumbres a los arroyos y árboles: “Acaso éstos envidiaban la excelsitud y hasta la soledad de las cumbres. Hastiados del bosque”.127Ibíd.

A lo largo de su vida Unamuno renovó las experiencias panteísticas de su juventud, vinculadas después a la experiencia del Dios que busca y en el que quiere creer. Una nota inédita así lo revela:

En un hermoso crepúsculo se siente a Dios porque se siente la unidad y comunión viva de todo lo que nos rodea, su personalidad. Nos envuelve una persona, el aire su respiración, el cielo nos mira, etc.

Dios es la suprema belleza porque lo individualiza todo. Es la unión de lo más personal con lo más universal. Y lo más personal y lo más universal a la vez es el todo. Dios es la necesidad de individualizar el todo (CMU 68/15, p. 17).

En ocasiones, Unamuno que se pregunta el para qué de todo, y ante las doctrinas de Darwin y de Wallace se cuestiona el para qué de las bellas formas, colores y matices. En Estética montesina, admirando la estrella de flores de una clavelina, se pregunta: “¿para qué sirven estas bellas formas? ¿Para qué este esplendor de colores?”.128 “Estética montesina” (1902), OC V, p. 942. En ellas ve la expresión de “plenitud de vida, el derrame de exceso vital” es “su himno a la vida”.129Ibíd., p. 942.

La riqueza del texto que sigue excusa su extensión:

El silencio del monte recibía en su regazo mi para qué y se callaba. ¿Es que no hay para qué? -proseguía yo-; ¿y entonces esta hermosura? ¿No es la belleza misma un para qué? [...]

Me tendí cara arriba mirando al cielo y proseguí: de aquí la virtud liberadora de la belleza, de aquí, de su inutilidad, de su santa inutilidad, de que para nada ulterior y de fuera de ella misma sirve, de que no es en sí medio alguno para cosa alguna. No tiene para qué por ser ella misma su propio para qué…130Ibíd., p. 943.

… La vida pura, la vida libre de todo o que no es vida, la vida libre de la muerte que de continuo la acompaña, ¿no es acaso la belleza misma? ¿No es la belleza la eterna aspiración a la eternidad? ¿No es la eternización de la momentaneidad?131 “Estética montesina”, p. 944.

El sentimiento de la naturaleza en Unamuno se enmarca en su filosofía poética, y la más “pura poesía humana” a su juicio “es inaccesible a quien no haya pasado alguna vez en su vida por crisis mística, más o menos efímera”.132Recuerdos de niñez y mocedad,OC VIII, p. 146. Como Rousseau, confiesa que nunca se sintió más cerca de todos los seres humanos como cuando se encuentra “en medio de un monte de encinas o siquiera de un soto de álamos”.133 “Frente a los Negrillos” (1915), OC I, p. 432. Para lograr la paz interior necesita alejarse de la muchedumbre, ir al campo para regresar con fuerzas a sus propios combates;134 “Ascensión y asunción” (1932), OC VII, p. 680. incluso se pregunta si el mayor encanto de la sociedad humana es que hace amar la soledad.135 “Sarta de pensamientos” (hacia 1905), OC VII, p. 440. Para Unamuno el campo libre es una “lección de moral, de piedad, de serenidad, de humildad, de resignación, de amor”.136 “Ciudad, campo, paisajes y recuerdos” (1911), p. 363, OC I. Indica que en el campo se ahogan la vanidad y la envidia, las semillas sociales más malignas. En medio del campo, contempla el gran poema del Gran Creador, el Gran Poeta, pues “la lógica del universo, no es sino una estética”.137 “Divagaciones vacacionales” (1916), OC VIII, p. 329. Considera que “no hay paisaje feo”;138 “El sentimiento de la fortaleza” (sic), OC I; p. 337. en cambio la vida ruidosa de la gran ciudad, Madrid o París, le hace sentirse prisionero y perdido. Considera que Madrid es terrible, pues ahí no hay auténtica sociedad, ni naturaleza: no es fácil aislarse, ni comunicarse de verdad. Se entablan relaciones, observa, pero rara vez se abre el alma.139 “Ensayos, II, 30. Cfr. Candis, M., p. 72. En su escrito Divagaciones vacacionales, considera que la falta de imaginación lleva a muchos a “entontecerse” o a arrastrar una vida miserable en las grandes ciudades , y el que se aburre en el campo, a su juicio es por que tiene una “mente chica y despoblada”.140 “Divagaciones vacacionales” (1914), OC VIII, p. 330. No comprende a los que van de vacaciones a grandes ciudades y prefiere “comer pan moreno junto a una fuente cantora, al pie de una encina”,141Ibíd., p. 330. oir a Spinoza que le habla de lo eterno que estar en vacaciones pendiente del periódico y de la información de la última crisis ministerial o disputa en las Cortes.

Paseando por los jardines de Buen Jesús del Monte, en Braga, encuentra que son bonitos y muy cómoda la subida en elevador, pero añora la dura ascensión a Gredos142 “O Bom Jesus do monte” (1908), Por tierras de Portugal y España, OC I; p. 232. y la solemne Castilla. “¡Qué difícil de educar es el sentimiento de la naturaleza!”,143Ibíd., p. 232. se lamenta. Distanciado de los que no sienten el paisaje, Unamuno “mete la verdura del campo en su corazón, verdeciéndolo, y derrama la sangre de éste en aquél, enrojeciéndolo de humanidad”.144 “Lo que puede aprender Castilla de los catalanes” (1915), OC IX, p. 323.

REFLEXIONES FINALES

 

Decía Unamuno: “yo quiero un público que deje de serlo, es decir, que piense por su cuenta. Y por eso procuro darle qué pensar, yéndole contra el pelo”.145 “De mi vida” (1914), OC VIII, p. 307. A la vista de los escritos aquí referidos, bien podría decirse que don Miguel también quería un público que sintiera por su cuenta el amor a la naturaleza, convencido de que vivifica y fortalece cuerpo y alma, es consuelo de vida y de humanidad. Se comprueba que si bien el pensamiento de la muerte y el enigma de lo que habrá después “es el latir mismo” de su conciencia,146 Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos, cap. III. su alma se distiende cuando se abandona a la contemplación de la naturaleza. Al igual que la mirada de un alma hermana, un “sereno campo verde” le hace empaparse “en vida ambiente” y creer en su porvenir. Así es como convierte al amor en “medicina contra la muerte”.147 Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos, cap. VII. En el campo, recobra la salud,148En su obra de Teatro: La Esfinge, uno de los personajes (Felipe) recomienda al protagonista (Ángel): “Vete al campo; sumérgete en naturaleza libre; derrama en su serenidad tu espíritu, y luego, recojiéndote (sic) en ti mismo, espera a Dios” (OC V, p. 152). se esculpe a sí mismo, se forja un alma. Se siente parte del mundo natural, profundamente interconectado con él, y en ello se repite.149El mismo reconoció que “todo autor que escribe mucho se repite mucho, y cuanto más original sea, cuanto más saque de su fondo …más se repite”. “Soliloquio”, citado en la introducción de M. García Blanco, OC V, p. 45. Ama el misterio y necesita un sostén, que en ocasiones encuentra en las “entrañas de la madre tierra”150 “El hermano Juan o el mundo es teatro”, OC V, p. 821. que le atraen, convertido en “hiedra que busca sol”.151Ibíd., p. 729. En una carta de 1900 a su amigo Valentí Camp,152Citada por Cerezo, P., Las máscaras de lo trágico. Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno, p. 50: “Acaso en el fondo sea mi concepción del universo poética más que otra cosa, y de raíz poética mi filosofía y mi odio a la ideocracia”. reconoce el fondo poético de su concepción del mundo. El poeta recrea el mundo y cuando muestra un árbol, una encina, lo hace de tal modo que parece que “se la ve por primera vez”, “recién hecha, hecha para ti, fresca y chorreando vida”.153 “Discurso en la velada en honor de Gabriel y Galán, celebrada en el Teatro Bretón de Salamanca, el día 26 de marzo de 1905”, OC IX, pp. 146-147. Así, el sentimiento de la naturaleza en Miguel de Unamuno se vincula con su filosofía poética, pues lo poético eterniza lo fugitivo y universaliza lo local.154Ibíd., p. 147. Para ello recurre a su “lógica metafórica” o “lógica sentimental”155Sobre su lógica metafórica véase entre otros: “Diálogos del escritor y el político. III: El juego de las ideas” (1908), OC V, pp. 968-969. que se dirige al corazón del lector y a los afectos que unen. Siendo fiel a su Credo poético156 OC VI, p. 169. piensa sintiendo y siente pensado, expresando poéticamente su experiencia de una vida gozosa, de ahí que califique el sentimiento de la naturaleza como un amor inteligente y cordial que le hace vivir el “plenitud de plenitudes” más que el “vanidad de vanidades y todo vanidad”. Como tal, experimenta que cuanto mejor sea nuestra vida, más cuesta dejarla.157 “Credo optimista” (1913), OC V, p. 1014. Poco antes señala: “Creo en la ascensión de la Humanidad hacia lo bueno, lo bello, lo verdadero…Pesimista es el que, concibiendo un estado de perfección y de felicidad terrenas, no cree que nos acerquemos a él o podamos alcanzarlo”.

Unamuno, luchador, cuando el combate le agota y precisa sosiego, busca la concordia consigo mismo, y encuentra una tregua y descanso en “la naturaleza, en el campo”,158 “Ascensión y asunción” (1932), OC VII, p. 679. en la cumbre, junto al arroyo, al pie de un árbol, en la costa, “sobre la madre tierra y bajo el padre cielo”, unido y reconciliado con todo ello.159Ibíd., p. 679. Ahí, goza, experimenta como Rousseau, el puro “sentimiento de la existencia”. Como hemos visto, en la contemplación de la belleza del mundo natural, tanto del mar como del arroyo, del frondoso bosque como del páramo, del cielo cuajado de estrellas o de la puesta de sol marino, su espíritu se refrigera,160 “La pesca de Espinho” (1909), Por tierras del Portugal y España, OC I, p. 222. aquieta sus preocupaciones y encuentra “paz de vida”. Y así, don Miguel, que tras los horrores vividos en los últimos años, y que en sus notas sobre El resentimiento trágico de la vida confesaba: “da asco ser hombre”,161Unamuno, Miguel de, Del resentimiento trágico de la vida, Alianza Editorial, 1991. años antes soñó con “una muerte dulce y natural en el seno de la Naturaleza”.162 “Guadalupe” (1908), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 263. Para terminar, destaco unas palabras de Unamuno de 1935, al ser nombrado ciudadano de honor de la República, una circunstancia excepcional. Entonces se presentó como: “hombre de calle, de casino, de mitin a las veces, pero también de cátedra, de lección, de campo y de montaña, mezclado en luchas que mellan, aunque alguna vez agucen el espíritu”.163 “Palabras de agradecimiento al ser nombrado ciudadano de honor de la República, en 1935”, OC IX (Discursos y artículos), p. 458. Así, don Miguel, entre otras muchas cosas fue de campo y de montaña. Quizá él mismo fue como el corazón de la encina, con el que “hacen los charros dulzainas en que canta el corazón de la muerta encina”.164 “Al pie de una encina” (1934), OC I, p. 670.

NOTAS

 
*

El artículo se vincula con el Proyecto de investigación de la Universidad Pontificia Comillas (Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión) sobre “La condición humana ante los retos de la Ecología” (1-09-2016 a 2-09-2019, IP: A. Villar). Mi agradecimiento al personal de la Casa-Museo Unamuno (CMU) por la ayuda prestada durante la estancia realizada para consulta de documentos en los archivos, y al grupo de investigación por el Seminario de investigación mantenido durante dicho periodo.

1

Eróstrato. Nota inédita. CMU 68/15, p. 163.

2

Cfr. Casado de Otaola, S., Naturaleza, Ciencia y sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismoCasado de Otaola, Santos, Naturaleza, Ciencia y sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismo, Fundación Jorge Juan y Marcial Pons, Madrid, 2010., Fundación Jorge Juan y Marcial Pons, Madrid, 2010.

3

García Zarza, E., “Paisajes y pueblos de Castilla y León en la obra de UnamunoGarcía Zarza, Eugenio, “Paisajes y pueblos de Castilla y León en la obra de Unamuno”, en El joven Unamuno en su época (Coordina: Theodor Berchem, Hugo Laitenberger), Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, Salamanca, 1997, p. 351. ”, en El joven Unamuno en su época (Coordina: Berchem, T., Laitenberger, H.), Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, Salamanca, 1997, p. 351.

4

Ibíd., p. 352.

5

Cfr. El estudio de Rivero, M. A., “Del sentimiento de la naturaleza en Miguel de UnamunoRivero, Miguel Ángel, “Del sentimiento de la naturaleza en Miguel de Unamuno”, en Paisaje y melancolía, Diego Romero e Inmaculada Murcia (coordinadores), Secretariado de Publicaciones, Universidad de Sevilla, 2011.”, en Paisaje y melancolía, Romero, D. y Murcia, I. (Coordinadores), Secretariado de Publicaciones, Universidad de Sevilla, 2011, pp. 288-289.

6

Miguel Ángel Rivero menciona una primera reflexión sobre el sentimiento de la naturaleza en un escrito publicado en La Lucha de Clases en 1897 (Unamuno, M. de, Escritos socialistas. Artículos inéditos sobre el socialismo 1894-1922, edición e introducción de Pedro Ribas, Ayuso, Madrid, 1976, p. 261). Cfr. Rivero, M. A., op. cit., p. 291.

7

Se publicaron primero en la revista bilbaína Ecos Literarios. Paisajes abre la edición de M. García Blanco de sus Obras CompletasUnamuno, Miguel de, Obras Completas, edición de Ricardo Senabre, Fundación José Antonio de Castro, Turner, Vol. VI, Paisajes y Recuerdos, Madrid, 2004. Unamuno, M. de, Paisajes (1902), “La Flecha”, I “El sentimiento de la naturaleza”, OC IVol. I. Paisajes y ensayos, 1966., Escelicer, Madrid, 1966, pp. 57-60. Las referencias textuales a los escritos de Unamuno se harán con respecto a esta edición de sus ObrasUnamuno, Miguel de, Obras, IX Vols., edición de M. García Blanco, Escelicer, Madrid.. En la edición de sus Obras completasUnamuno, Miguel de, Obras Completas, edición de Ricardo Senabre, Fundación José Antonio de Castro, Turner, Vol. VI, Paisajes y Recuerdos, Madrid, 2004 a cargo de Ricardo Senabre, se incluyen en el volumen VI (Paisajes y RecuerdosUnamuno, Miguel de, Obras Completas, edición de Ricardo Senabre, Fundación José Antonio de Castro, Turner, Vol. VI, Paisajes y Recuerdos, Madrid, 2004), Fundación José Antonio Fernández de Castro, Turner, Madrid, 2004

8

Unamuno, M. de, Por tierras de Portugal y España, “El sentimiento de la fortaleza” (sic) (1909), OC IVol. I. Paisajes y ensayos, 1966., pp. 335-341. Se comprueba un error en el título, rectificado en la edición a cargo de Ricardo Senabre en Turner.

9

OC IVol. I. Paisajes y ensayos, 1966., Introducción de M. García Blanco, p. 12.

10

Para ello se han consultado no solo los escritos del Volumen I (Paisajes y EnsayosVol. I. Paisajes y ensayos, 1966.) de sus Obras CompletasUnamuno, Miguel de, Obras Completas, edición de Ricardo Senabre, Fundación José Antonio de Castro, Turner, Vol. VI, Paisajes y Recuerdos, Madrid, 2004, sino también del resto de volúmenes (de II a IX), según la edición de M. García Blanco, antes citada. El análisis del tema de Del sentimiento trágico de la vida y el Tratado del amor de DiosUnamuno, Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos y Tratado del amor de Dios, Edición de Nelson Orringer, Tecnos, Madrid, 2005. se abordará en un artículo posterior.

11

“El sentimiento de la fortaleza” (sic), OC I, p. 336Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

12

Prólogo a Andanzas y visiones españolas OC I, p. 345Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966.. Publicados en 1911 en la editorial Renacimiento, en la edición de 1920 añadirá otras excursiones y ordenará los escritos por orden cronológico según explica en el prólogo de esa edición.

13

Cfr. OC I, pp. 345-500Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966., artículos publicados antes en periódicos o revistas sobre Castilla y León, Aragón, Alicante, Extremadura, Portugal.

14

Salcedo, E., Vida de Don MiguelSalcedo, Emilio, Vida de Don Miguel, Anaya, Salamanca, 1964., Anaya, Salamanca, 1964, Prólogo de Pedro Laín Entralgo, p. 10.

15

“Ciudad, campo, paisajes y recuerdos” (1911), Andanzas y visiones españolas,OC I, p. 362Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

16

“Recuerdos de niñez y de mocedad” (1908), OC VIII, p. 156Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

17

“Pepachu” (1915), OC VIII, p. 356Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

18

“Recuerdos de niñez y mocedad”, p. 110.

19

Ibíd., pp. 110-114.

20

Ibíd., p. 136.

21

Ibíd., pp. 136-137.

22

Ibíd., p. 137.

23

Ribas, P., Filosofía, Política y Literatura en UnamunoRibas, Pedro, Filosofía, Política y Literatura en Unamuno, Ediciones Endymion, Madrid, 2017., Ediciones Endymion, Madrid, 2017, p. 15.

24

Marías. J., Miguel de UnamunoMarías, Julián, Miguel de Unamuno, Espasa-Calpe, Madrid, 1997., Espasa-Calpe, Madrid, 1997, p. 112.

25

Paz en la guerra, OC II, p. 298Vol. II. Novelas, 1967..

26

Ibíd., p. 299.

27

A diferencia de otros autores, hábiles en describir el campo pero que no lo sienten.

28

Cerezo, P., Las máscaras de lo trágico. Filosofía y Tragedia en Miguel de UnamunoCerezo, Pedro, Las máscaras de lo trágico. Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno, Trotta, Madrid, 1996., Trotta, Madrid, 1996, p. 89.

29

Para un desarrollo de este tema véase: Villar, A., “Unamuno: pervivir, amar y compadecerVillar, A., “Unamuno: pervivir, amar y compadecer”, en: Unamuno y nosotros (coordina Moreno Romo, J. C.), Anthropos, Barcelona, 2011, pp. 227-247.”, en: Unamuno y nosotros (coordina Moreno Romo, J. C.), Anthropos, Barcelona, 2011, pp. 227-247.

30

Unamuno, M. de, Apuntes de un viaje por Francia, Italia y SuizaUnamuno, Miguel de, Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza, edición de Pollux Hernúñez, Editores Oportet, Madrid, 2017., edición de Pollux Hernúñez, Editores Oportet, Madrid, 2017, Prólogo, pp. 7 y 11.

31

“Recuerdos de Marsella”, Apuntes de un viaje por Francia, Italia y SuizaUnamuno, Miguel de, Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza, edición de Pollux Hernúñez, Editores Oportet, Madrid, 2017. (1910), p. 197.

32

Ibíd., p. 98. También visita la isla en la que vivió Rousseau.

33

Ibíd., p. 88.

34

Ibíd., p. 95.

35

“Yuste”, (1908) Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 267.

36

Cfr. Salcedo, E., p. 60Salcedo, Emilio, Vida de Don Miguel, Anaya, Salamanca, 1964..

37

“Pompeya. Divagaciones” (1892), OC I, p. 516Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

38

Camus, A., El Verano. BodasCamus, A., El Verano. Bodas. Pocket Edhasa, Barcelona, 2000.. Pocket Edhasa, Barcelona, 2000.

39

OC I; p. 809Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966.. Cfr. Rabaté, J.-Cl., Guerra de ideas en el joven Unamuno (1899-1900)Rabaté, Jean-Claude, Guerra de ideas en el joven Unamuno (1899-1900), Biblioteca Nueva, Madrid, 2001., Biblioteca Nueva, Madrid, 2001, p. 59.

40

Cfr. Rabaté, J.-Cl., pp. 58-59 y ssRabaté, Jean-Claude, Guerra de ideas en el joven Unamuno (1899-1900), Biblioteca Nueva, Madrid, 2001..

41

“Epílogo a Alpinismo castellano. Guía y crónicas de excursiones por las sierras de Gredos, Béjar y Francia” (1914), OC VIII, p. 1031Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970.. Más adelante precisa: “Por reacción se opuso la llanada a la montaña, y pareció olvidarse que Castilla es tierra montañesa también, o más bien que montañesa, serrana, Hay una Castilla serrana, tan Castilla como la llanera” (p. 1032).

42

Calzada, J. de la, “El Unamuno paisajistaCalzada, Jerónimo de la, “El Unamuno paisajista”, Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, 1952, n.º 3.”, Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, año 1952, n.º 3, p. 55.

43

“La pesca de Espinho” (1908), Por tierras de Portugal y España , OC I, p. 222Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

44

“El sentimiento de la fortaleza” (sic), (1909), Por tierras de Portugal y España, OC I, p. 339Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

45

Ibíd., p. 337.

46

Blanco Aguinaga, C., El Unamuno contemplativoBlanco Aguinaga, Carlos, El Unamuno contemplativo, El Colegio de México, México, 1959., El Colegio de México, México, 1959.

47

Candis, M., “El paisaje en la vida y en la obra de Miguel de UnamunoCandis, Marianne, “El paisaje en la vida y en la obra de Miguel de Unamuno. Castilla y lo intelectivo”, Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, 1953, n.º 4, pp. 71-83.”, Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, n.º 4, 1953, p. 72.

48

“La Flecha. I. El sentimiento de la naturaleza”, Paisajes, OC I, p. 60Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

49

“Divagaciones vacacionales” (1914), OC VIII, p. 326Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

50

Joaquín Costa defendió ese modo animado y vivo de enseñar por medio de la naturaleza. Cfr. García Zarza, E., “Paisajes y pueblos de Castilla y León en la obra de UnamunoGarcía Zarza, Eugenio, “Paisajes y pueblos de Castilla y León en la obra de Unamuno”, en El joven Unamuno en su época (Coordina: Theodor Berchem, Hugo Laitenberger), Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, Salamanca, 1997, p. 351. ”, en El joven Unamuno en su época (Coordina: Th. Berchem y H, Laitenberger), Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, Salamanca, 1997, p. 351. Véase también: Casado de Otaola, S., Naturaleza Patria. Ciencia y sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismoCasado de Otaola, Santos, Naturaleza, Ciencia y sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismo, Fundación Jorge Juan y Marcial Pons, Madrid, 2010., Fundación Jorge Juan y Marcial Pons, Madrid, 2010.

51

“Ciudad, campo, Paisajes y recuerdos” (1911), Andanzas y visiones españolas,OC I, p. 361Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

52

Cfr. Salcedo, E., Vida de Don MiguelSalcedo, Emilio, Vida de Don Miguel, Anaya, Salamanca, 1964., p. 178.

53

“Juego limpio” (1917). OC VII, p. 614Vol. VII. Meditaciones y ensayos espirituales, 1969.. En dicho artículo critica la actividad de los boy-scouts por ser no un juego en sí mismo, sino una preparación para otra cosa.

54

“Excursión” (1909), Por tierras de Portugal y España, OC I, pp. 285-286Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

55

“Ciudad, campo, paisajes y recuerdos” (1911), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 360Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

56

“Divagaciones vacacionales” (1914), OC VIII, p. 326Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

57

“El sentimiento de la fortaleza” (sic), p. 341.

58

“Las Hurdes” (1913), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 407Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

59

Cfr. Salcedo, E., p. 178Salcedo, Emilio, Vida de Don Miguel, Anaya, Salamanca, 1964., Véase la descripción de este viaje por las Hurdes en las pp. 178-180.

60

“Excursión” (1909), Por tierras de Portugal y España, OC I, p. 282Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

61

Cfr. Salcedo, E., p. 167Salcedo, Emilio, Vida de Don Miguel, Anaya, Salamanca, 1964..

62

“Excursión”, OC I, p. 281Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

63

Ibíd., p. 283.

64

“El silencio de la cima” (1911) Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 356Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

65

Cfr. Cerezo, P., p. 94Cerezo, Pedro, Las máscaras de lo trágico. Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno, Trotta, Madrid, 1996..

66

“Epílogo a Alpinismo castellano. Guía y crónicas de excursiones por las sierras de Gredos, Béjar y Francia de Andrés Pérez-Cardenal” (1914), OC VIII, p. 1032Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

67

“De vuelta a la cumbre” (1911), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 351Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

68

Ibíd., p. 351.

69

Le acompañan su amigo Jacques Chevalier y Mauricio Legendre, que ya conocía Las Hurdes, así como el tío Ignacio, un campesino de La Alberca.

70

“Las Hurdes”, Andanzas y visiones españolas, OC I, pp. 405-415Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

71

Ibíd., p. 408.

72

Ibíd., p. 415.

73

E. Salcedo, p. 180Salcedo, Emilio, Vida de Don Miguel, Anaya, Salamanca, 1964..

74

“En la Peña de Francia” (1913), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 416Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

75

Ibíd., p. 419.

76

Ibíd., p. 352.

77

Unamuno considera que el decorum de los antiguos romanos no se traduce completamente con nuestro “decoro”, que es la seriedad de los que están vacíos por dentro (“De vuelta a la cumbre”, p. 352).

78

“De vuelta de la cumbre” (1911), pp. 352-353.

79

Ibíd., pp. 353-354.

80

Ibíd., p. 350.

81

Poesía LXXXII, “A mi hermana montaña”, OC VI, p. 885Vol. VI. Poesía, 1969..

82

“El silencio de la cima”, Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 357Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

83

Ibíd., p. 359.

84

Ibíd., p. 358.

85

“Trujillo” (1909), Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 330Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

86

“El perfecto pescador de caña. Después de leer a Walton” (1904), OC I; p. 1183Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966.. Unamuno leyó el libro Isaac de Walton (1593-1683) gracias a un estudiante inglés, Royall Tyler, y por él se entera de que su obra es estimada como clásica en Inglaterra, “aunque se habla de ella mucho más que se la lee” (p. 1184).

87

Ibíd., p. 1190.

88

Ibíd., p. 1185.

89

Ibíd., p. 1187.

90

Ibíd., p. 1188.

91

“El perfecto pescador de caña. Después de leer a Walton”, p. 1189.

92

“Salamanca” (1914), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 423Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

93

“La Flecha”, III, Paisajes, OC I, p. 64Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

94

“Fantasía de verano (de una carta inacabada e inacabable)” (1911), OC VII, p. 475Vol. VII. Meditaciones y ensayos espirituales, 1969..

95

Ibidem.

96

Ibíd., p. 477.

97

“Yuste” (1908), Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 267Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

98

Ibíd., p. 267.

99

“La Gran Canaria” (1909), Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 316Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

100

Ibíd., OC I, p. 319Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

101

“Ciudad, campo, paisajes y recuerdos” (1911), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 363Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

102

“La Laguna de Tenerife” (1909), Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 322Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

103

Cfr. Salcedo, E., p. 161Salcedo, Emilio, Vida de Don Miguel, Anaya, Salamanca, 1964..

104

“La pesca de Espinho” (1909), Por tierras de Portugal y de España, OC I, p. 223Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

105

“En la calma de Mallorca” (1916), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 446Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

106

“En la isla dorada” (1916), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 453Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

107

“Los olivos de Valldemosa. Recuerdos de Mallorca” (1916), Andanzas y visiones españolas, OC I, pp. 451-452Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

108

OC VIVol. VI. Poesía, 1969., Introducción de García Blanco, M., p. 42.

109

Cfr. Salcedo, E., p. 258Salcedo, Emilio, Vida de Don Miguel, Anaya, Salamanca, 1964..

110

Comentario al soneto XXXII, OC VIVol. VI. Poesía, 1969., Introducción de García Blanco, M., pp. 43-44.

111

“Cuando el cansancio de esperar me abruma / Y me vuelvo al afán de cada día / Contemplo ansioso vuestra teoría / Sonetos de la mar, olas de espuma”. OC, VI. p. 691Vol. VI. Poesía, 1969. (Cfr. M. A. Rivero, p. 301).

112

Rivero, M.A., “Del sentimiento de la naturaleza en Miguel de UnamunoRivero, Miguel Ángel, “Del sentimiento de la naturaleza en Miguel de Unamuno”, en Paisaje y melancolía, Diego Romero e Inmaculada Murcia (coordinadores), Secretariado de Publicaciones, Universidad de Sevilla, 2011.”, op. cit., p. 301.

113

“Desde Hendaya. XV” (1927), OC VIII, p. 680Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

114

Cfr. Salcedo, E., p. 298Salcedo, Emilio, Vida de Don Miguel, Anaya, Salamanca, 1964..

115

OC VIIIVol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970., “Desde Hendaya, XXXIV. En la linde fronteriza” (1925), p. 705.

116

“¡Ay de aquel que al llegar al ardoroso estío de la vida, al agosto de las pasiones ardorosas, no conserva en el alma la blanca nieve de la infancia, de donde manan surtidores de frescura desbordante!”, Paisajes del alma, “Nieve” (1922), OC I, p. 508Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

117

“Desde la soledad” (1904), OC V, p. 951Vol. V. Teatro,1968..

118

“Recuerdos entre montañas” (1915), OC VIII, pp. 358-359Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

119

“País, paisaje y paisanaje” (1933), OC I, p. 705Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

120

LXXXII, “A mi hermana la montaña”, OC VI, p. 885Vol. VI. Poesía, 1969..

121

“Estética montesina” (1902), OC V p. 941Vol. V. Teatro,1968..

122

“Frente a los Negrillos” (1915), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 431Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

123

Cfr. “Programa” (1906): “¿Te duele algo? ¡Ahonda en tu dolor! ¡Piensa en ello! ¡Alimenta tu pasión!

Alimenta tu pasión y engendrarás paradojas y te crearás un mundo, por encima del miserable mundo de la lógica”, OC VII, p. 447Vol. VII. Meditaciones y ensayos espirituales, 1969..

124

“Sarta de pensamientos, Sin cuerda lógica, pero con la impalpable liga de una cadena de agujas que cuelgan de un imán” (1905), OC VII, pp. 436-437Vol. VII. Meditaciones y ensayos espirituales, 1969..

125

Diálogos del escritor y el político. “IV Poeta y abogado” (1908). “El filósofo hace trivial lo sublime; el poeta hace sublime a lo trivial. Y al sublimarlo nos lo descubre” (OC V, p. 970Vol. V. Teatro,1968.). “Porque la poesía es hacer nuevo el sol de cada día y todo nuevo bajo él; de la poesía es revelarnos cómo la vida es creación continua” (OC V, p. 971Vol. V. Teatro,1968.).

126

Paisajes del alma (1918), OC I, p. 503Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

127

Ibíd.

128

“Estética montesina” (1902), OC V, p. 942Vol. V. Teatro,1968..

129

Ibíd., p. 942.

130

Ibíd., p. 943.

131

“Estética montesina”, p. 944.

132

Recuerdos de niñez y mocedad,OC VIII, p. 146Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

133

“Frente a los Negrillos” (1915), OC I, p. 432Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

134

“Ascensión y asunción” (1932), OC VII, p. 680Vol. VII. Meditaciones y ensayos espirituales, 1969..

135

“Sarta de pensamientos” (hacia 1905), OC VII, p. 440Vol. VII. Meditaciones y ensayos espirituales, 1969..

136

“Ciudad, campo, paisajes y recuerdos” (1911), p. 363, OC IVol. I. Paisajes y ensayos, 1966.. Indica que en el campo se ahogan la vanidad y la envidia, las semillas sociales más malignas.

137

“Divagaciones vacacionales” (1916), OC VIII, p. 329Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

138

“El sentimiento de la fortaleza” (sic), OC I; p. 337Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

139

“Ensayos, II, 30. Cfr. Candis, M., p. 72.

140

“Divagaciones vacacionales” (1914), OC VIII, p. 330Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

141

Ibíd., p. 330.

142

“O Bom Jesus do monte” (1908), Por tierras de Portugal y España, OC I; p. 232Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

143

Ibíd., p. 232.

144

“Lo que puede aprender Castilla de los catalanes” (1915), OC IX, p. 323Vol. IX. Discursos y artículos, 1971..

145

“De mi vida” (1914), OC VIII, p. 307Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970..

146

Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos, cap. IIIUnamuno, Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos y Tratado del amor de Dios, Edición de Nelson Orringer, Tecnos, Madrid, 2005..

147

Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos, cap. VIIUnamuno, Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos y Tratado del amor de Dios, Edición de Nelson Orringer, Tecnos, Madrid, 2005..

148

En su obra de Teatro: La Esfinge, uno de los personajes (Felipe) recomienda al protagonista (Ángel): “Vete al campo; sumérgete en naturaleza libre; derrama en su serenidad tu espíritu, y luego, recojiéndote (sic) en ti mismo, espera a Dios” (OC V, p. 152Vol. V. Teatro,1968.).

149

El mismo reconoció que “todo autor que escribe mucho se repite mucho, y cuanto más original sea, cuanto más saque de su fondo …más se repite”. “Soliloquio”, citado en la introducción de M. García Blanco, OC V, p. 45Vol. V. Teatro,1968..

150

“El hermano Juan o el mundo es teatro”, OC V, p. 821Vol. V. Teatro,1968..

151

Ibíd., p. 729.

152

Citada por Cerezo, P., Las máscaras de lo trágico. Filosofía y tragedia en Miguel de UnamunoCerezo, Pedro, Las máscaras de lo trágico. Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno, Trotta, Madrid, 1996., p. 50: “Acaso en el fondo sea mi concepción del universo poética más que otra cosa, y de raíz poética mi filosofía y mi odio a la ideocracia”.

153

“Discurso en la velada en honor de Gabriel y Galán, celebrada en el Teatro Bretón de Salamanca, el día 26 de marzo de 1905”, OC IX, pp. 146-147Vol. IX. Discursos y artículos, 1971..

154

Ibíd., p. 147.

155

Sobre su lógica metafórica véase entre otros: “Diálogos del escritor y el político. III: El juego de las ideas” (1908), OC V, pp. 968-969Vol. V. Teatro,1968..

156

OC VI, p. 169Vol. VI. Poesía, 1969..

157

“Credo optimista” (1913), OC V, p. 1014Vol. V. Teatro,1968.. Poco antes señala: “Creo en la ascensión de la Humanidad hacia lo bueno, lo bello, lo verdadero…Pesimista es el que, concibiendo un estado de perfección y de felicidad terrenas, no cree que nos acerquemos a él o podamos alcanzarlo”.

158

“Ascensión y asunción” (1932), OC VII, p. 679Vol. VII. Meditaciones y ensayos espirituales, 1969..

159

Ibíd., p. 679.

160

“La pesca de Espinho” (1909), Por tierras del Portugal y España, OC I, p. 222Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

161

Unamuno, Miguel de, Del resentimiento trágico de la vidaUnamuno, Miguel de, Del resentimiento trágico de la vida, Alianza Editorial, 1991., Alianza Editorial, 1991.

162

“Guadalupe” (1908), Andanzas y visiones españolas, OC I, p. 263Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

163

“Palabras de agradecimiento al ser nombrado ciudadano de honor de la República, en 1935”, OC IX (Discursos y artículos), p. 458Vol. IX. Discursos y artículos, 1971..

164

“Al pie de una encina” (1934), OC I, p. 670Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966..

FUENTES

 

Unamuno, Miguel de, Obras, IX Vols., edición de M. García Blanco, Escelicer, Madrid.

Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966.

Vol. II. Novelas, 1967.

Vol. III. Nuevos ensayos, 1968.

Vol. IV. La raza y la lengua, 1968.

Vol. V. Teatro,1968.

Vol. VI. Poesía, 1969.

Vol. VII. Meditaciones y ensayos espirituales, 1969.

Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970.

Vol. IX. Discursos y artículos, 1971.

Unamuno, Miguel de, Obras Completas, edición de Ricardo Senabre, Fundación José Antonio de Castro, Turner, Vol. VI, Paisajes y Recuerdos, Madrid, 2004

Unamuno, Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos y Tratado del amor de Dios, Edición de Nelson Orringer, Tecnos, Madrid, 2005.

Unamuno, Miguel de, Del resentimiento trágico de la vida, Alianza Editorial, 1991.

Unamuno, Miguel de, Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza, edición de Pollux Hernúñez, Editores Oportet, Madrid, 2017.

BIBLIOGRAFÍA

 

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Candis, Marianne, “El paisaje en la vida y en la obra de Miguel de Unamuno. Castilla y lo intelectivo”, Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, 1953, n.º 4, pp. 71-83.

Calzada, Jerónimo de la, “El Unamuno paisajista”, Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, 1952, n.º 3.

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Cerezo, Pedro, Las máscaras de lo trágico. Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno, Trotta, Madrid, 1996.

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