ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 65
julio-diciembre 2021, e15
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376

HACIA UN DIARIO DE LA RAZÓN: LICOFRÓN Y LA ONTOLOGÍA PARA BACHILLERES

TOWARDS A DIARY OF REASON: LYCOPHRON AND THE ONTOLOGY FOR UNDERGRADUATES

Pedro Redondo Reyes

Universidad de Murcia

https://orcid.org/0000-0002-5426-3848

Francisco J. Fernández. Lycofrón. Diario de clase. Almería: Círculo Rojo, 2021, 182 pp.

CONTENIDO

Justo en el momento en que el Gobierno de España se dispone a reformar por enésima vez el sistema educativo modificando los currículos de la enseñanza secundaria, Francisco J. Fernández, un excelente conocedor de la filosofía moderna y de Leibniz en particular, nos ofrece un texto que, entre sus muchas lecturas o recepciones, cabe considerar un verdadero mentís a las posiciones defendidas por la administración educativa tocantes a la oportunidad de mantener asignaturas tales como Filosofía en el bachillerato y a su sentido en la sociedad actual. No obstante, Lycofrón no parte de un objetivo declarado tal, aunque se preste a una lectura polemista. El libro es lo que promete su título y algo más: un diario filosófico, escrito por un alumno (apodado Clitofonte: recuérdese aquel displicente discípulo de Sócrates) a instancias de su profesor, un diario en el que, a lo largo de cuarenta y nueve entradas (correspondientes a tantas clases), se traza un camino filosófico dominado por la figura del sofista griego Licofrón, cuyas ideas son el inicio y excusa para un singular trayecto filosófico. Lycofrón es, al mismo tiempo, una exploración de las posibilidades del diario filosófico como género (un formato con precedentes ilustres, como Arendt o Schopenhauer), inevitablemente tentativo y asistemático, lugar idóneo para la experimentación con la propia escritura y, por tanto, abonado para la ficción. Pues es evidente que este diario contiene un núcleo importante de experiencias docentes, sobre cuyo material Fernández ha seleccionado aquellos aspectos pertinentes tendentes a la unidad de los temas tratados, con personajes y caracteres con un estatuto ficcional no siempre claro, y con una ligera trama que alienta el devenir filosófico (nos referimos con ello al dibujo de los personajes: el profesor y Clitofonte, con sus respectivas voces y caracteres, que significativamente cobran aún mayor entidad en la última parte, la más técnica). En este sentido, Lycofrón es también un paso más en la evolución en la propia escritura de Fernández, que con El descrédito de los quilates. Efectos de palabra (escrito junto a Jon Baltza, Irún 1999) y Los huesos de Leibniz (Madrid 2015) se atuvo al género epistolar -como buen leibniziano-, pero también al tratado con El filósofo del océano (Irún 1998); una escritura, nos parece, que se ha ido acendrando atenta al matiz, a las paradojas del lenguaje y al esprit de géométrie propio del autor.

Ya en la primera entrada del diario Clitofonte anota que el profesor advierte que el curso será “una especie de ontología para bachilleres” (p. 15), lo que se cumple mediante la atención desde el inicio a la figura de Licofrón (presente a lo largo del texto cada vez que es necesario anclar las revueltas del pensamiento al tema propuesto). Este sofista es conocido, sobre todo, por la noticia que de él dio Aristóteles (Física I 2, 185b29) acerca de su propuesta de eliminar la cópula en los predicados. El diario va, así, dando cuenta de las propuestas de investigación del profesor y del propio devenir en el filosofar de Clitofonte, mientras apreciamos la emergencia de otros asuntos menores: la relación del maestro y el discípulo, el anclaje de la racionalidad abstracta en la cotidianidad más trivial, la posibilidad de insertar el pensamiento crítico en el sistema educativo actual, las posibilidades de un adolescente para comenzar a pensar. El texto nos ofrece -debido a que cada jornada se ataca un aspecto distinto del problema de origen (el verbo ser)- la sensación de un abordaje ab initio de determinadas cuestiones básicas de la filosofía occidental, con el íntimo placer que produce el respeto al lector. Pues el diario -al mismo tiempo una suerte de trama, un vaivén del pensamiento y un registro à propos imperfecto al modo de los apuntes de clase de la Estética de Hegel o del Curso de Saussure- es también un diálogo irónico con el lector, y es aporético en tanto que dialógico; bajo el pretexto de un mero ejercicio docente (que, no se olvide, es tan viejo como las quaestiones quodlibetales) se nos propone una lectura crítica de los autores clásicos (con una querencia lógica por Platón y Aristóteles, Leibniz y Hegel, Heidegger y Ortega, García Calvo y Savater; en el caso de estos últimos, merece la pena releer la querelle que mantuvieron en el diario El País en 1989, un subtexto en los motivos de Fernández en esta obra)1 Véase El País, 10 de abril y 25 de abril de 1989. ; una lectura nada inocente que transita, como era de esperar, desde la ontología a la teoría política pasando por la ética y la epistemología. Pero las soluciones que aporta Clitofonte nunca son definitivas, afrontan la ironía del profesor -un remedio contra la pretensión de sistematicidad- y todo ello haciendo de Lycofrón un texto tan técnico como lúdico.

La propuesta de Fernández es, después de todo, una vuelta a la filosofía racionalista, a la razón crítica, y un desapego consciente a cualesquiera prácticas filosóficas que son propias del milieu actual (el ecofeminismo, el transhumanismo, la bioética, et similia). Fernández es un racionalista y no permite veleidades, aunque no llegue hasta las consecuencias finales. Pero la racionalidad clásica es, en realidad, un punto de vista y una metodología desde el que tratar temas que para el profesor son interesantes (quizá para sus alumnos, quizá para la filosofía, quizá como recordatorio al lector) pero que también son azarosos; Lycofrón es también, por ello, un viaje organizado a través de problemas concatenados rigurosamente, pero rigurosamente del gusto de Fernández, como es evidente si se contempla su producción anterior. Así, por ejemplo, el problema del lenguaje: un pasaje de Aristóteles (fr. 91 R.) también referido a Licofrón sitúa el problema de la vacuidad de las palabras y por ende de toda posibilidad de definición o atribución (“La vacuidad de las palabras parecía involucrar la vacuidad o no de la propia filosofía”, p. 55); el problema de la definición (algo ya abordado en Los huesos de Leibniz); la constitución del Estado y la naturaleza de las leyes; el ajedrez; etc. Dos observaciones son pertinentes aquí: que la ilación de los asuntos tratados es congruente y que, a pesar del marco escogido -el de la filosofía para bachilleres-, el avance en cada uno de ellos es penetrante al tiempo que narrativo, y Fernández mantiene la variatio en su presentación al hallarlos y discutirlos en lugares no propiamente filosóficos (“No os fieis de los que se presentan a sí mismos como filósofos. A menudo las verdades se encuentran en otros sitios”, p. 56). La última sección del diario tiene un tono más técnico: referencias bibliográficas, anotaciones de corte histórico o incluso personal que, también de la mano de Clitofonte, sirven tanto para fundamentar el proceso vivido en las páginas anteriores (es decir, a lo largo del curso) como para sostener el tono aporético del conjunto (“ya habéis visto en qué me fijo, en cómo no hay que dar por sentado nada, en cómo, si uno tiene dudas, ha de plasmarlas, no disimularlas. Y eso que alcanzamos es lo que alcanzamos: no hay concepto del concepto, no hay idea de la idea”, p. 179) y una vaga confianza en el abismo, del tipo del sapere aude.

Lycofrón. Diario de clase es una rara avis en el panorama filosófico actual. Representa una original tentativa de escritura filosófica que comparte tics de la literatura actual, tan amante de borrar cualquier límite entre la biografía y la ficción, cruzándose a menudo con el ensayo (en este sentido, los personajes del diario están al servicio de la filosofía, pero Fernández no pretendía otra cosa); en este aspecto, es especular con esas formas de escritura. Y junto a su inherente carácter combativo (pues es también una forma de abordar la entrada a la filosofía no solo para estudiantes) es, también, una presentación de los asuntos filosóficos que preocupan a su autor desplegados con una dicción cuya pureza debe entenderse como solución estilística si se piensa a quiénes representa la persona loquens del diario. Y es, en fin, una vuelta festiva, aporética, de una progresión implacable en su argumentación, a la gran filosofía, la que se ocupa de la ontología, de la ética y del pensamiento político.

Nota

 
1

Véase El País, 10 de abril y 25 de abril de 1989.