ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 66
enero-junio,  2022, e22
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2022.66.22

ARTÍCULOS

Repensar la autoridad desde el anarquismo. Una relectura desde Bakunin*El presente artículo se ha realizado dentro del marco del proyecto de investigación «Vulnerabilidad en el pensamiento filosófico femenino. Contribuciones al debate sobre emergencias presentes» (PGC2018-094463-B100MINECO/AEI/FEDER, UE). Quisiera agradecer a los revisores sus pertinentes e interesantes comentarios.

Rethinking Authority from Anarchism. A Rereading from Bakunin

Edgar Straehle

Universidad de Barcelona

https://orcid.org/0000-0001-5200-9371

Resumen

Este artículo se propone releer la autoridad desde una perspectiva tradicionalmente antiautoritaria como la anarquista y, en concreto, desde el pensamiento de Bakunin. Para ello, se reflexiona desde unos textos poco estudiados del anarquista ruso y se muestra que, pese a sus críticas a la autoridad, no la quiso abolir sino repensar y transformar. La propuesta de Bakunin consistió en buscar un rostro alternativo a la autoridad hegemónica que explora desde su dimensión más cotidiana y relacional y donde aparece como una realidad cercana, espontánea, más democrática y asentada en la libertad. Después, se traslada la cuestión de la autoridad a su vertiente más práctica, donde la cuestión de la autoridad entronca con la llamada “autoridad moral” y sirve para cuestionar la clásica relación jerárquica entre la teoría y la acción. En esta reinterpretación de la autoridad encuentra Bakunin una suerte de poder que va más allá del poder y de la autoridad tradicional.

Palabras clave:  
Autoridad; Bakunin; anarquismo; poder; libertad; autoritarismo.
Abstract

This article proposes to reread authority from a traditionally anti-authoritarian perspective such as the anarchist one and, specifically, from Bakunin’s thought. To this end, I analyze some little studied texts of the Russian anarchist and show that, despite his criticisms of authority, he did not want to abolish authority but to rethink and transform it. Bakunin’s proposal consisted in seeking an alternative face to hegemonic authority, which he explores from its most everyday and relational dimension and where it appears as a close, spontaneous and more democratic reality that is based on freedom. Afterwards, the question of authority is examined from its more practical side, where the question of authority connects with the so-called “moral authority” and serves to question the classic hierarchical relationship between theory and action. In his reinterpretation of authority Bakunin finds a kind of power that goes beyond power and traditional authority.

Keywords:  
Authority; Bakunin; Anarchism; Power; Freedom; Authoritarianism.

Recibido: 26  mayo  2021. Aceptado: 29  noviembre  2021.

Cómo citar este artículo/Citation: Straehle, Edgar (2022) "Repensar la autoridad desde el anarquismo. Una relectura desde Bakunin". Isegoría, 66: e22. https://doi.org/10.3989/isegoria.2022.66.22

CONTENIDO

Muchas veces se ha descrito el anarquismo como un movimiento esencialmente antiautoritario y, por tanto, contrario a toda forma de autoridad. No lo ha sido solo desde fuera, cuando sobre todo a partir de la Revolución francesa se usó con mayor fuerza la palabra «anarquía» por parte de sus detractores como un término claramente negativo asociado al desorden, al desgobierno y a la ausencia de autoridad (Woodcock, 1979, p. 12Woodcock, George (1979): El anarquismo. Historia de las ideas y movimientos libertarios, Ariel, Barcelona.), sino también desde dentro. Sin ir más lejos, según Piotr Kropotkin «la anarquía niega no solamente las leyes existentes, sino todo poder establecido, toda autoridad; la esencia, sin embargo, continúa siendo la misma: la rebeldía contra todo poder, contra toda autoridad, en cualquier forma que se manifieste» (1900, p. 85Kropotkin, Piotr (ca. 1900): Palabras de un rebelde, Centro Editorial Presa, Barcelona.). En esta misma línea, podríamos citar muchos otros ejemplos, desde Daniel Guérin, quien afirmó en El anarquismo que «el libertario rechaza todo lo que sea autoridad» (2003, p. 31Guérin, Daniel (2003): El anarquismo, Anarres, Corrientes.), hasta Errico Malatesta, quien había escrito antes que «creemos -y por eso somos anarquistas- que la autoridad no puede hacer nada bueno, o que, si puede hacer algo relativamente bueno, produce en cambio daños cien veces mayores» (citado en Richards, 1974, p. 52Richards, Vernon (comp.) (1974): Malatesta. Pensamiento y acción revolucionarios, Proyección, Buenos Aires.). La arquía negada en el sustantivo an-arquía sería así identificada en gran medida con una autoridad interiorizada como el enemigo a combatir.

En este texto me propongo problematizar estas posiciones. Para ello, quisiera destacar dos aspectos cruciales para comenzar. Primero, la pluralidad de una tradición anarquista que tampoco en este tema fue del todo homogénea o unívoca. Segundo, la multiplicidad de sentidos o prácticas posibles asociables a una polisémica palabra como «autoridad». Por ello, conviene señalar de entrada que «antiautoritario» y «contrario a la autoridad» no tienen por qué significar lo mismo. Naturalmente, el anarquismo se ha considerado como enemigo de toda autoridad ilegítima y, por tanto, de toda autoridad impuesta, injusta, violenta y, por decirlo de forma en apariencia redundante, autoritaria. Sin embargo, eso no quiere decir que no hubiera anarquistas que no repensaran esta cuestión desde otros ángulos, manteniendo la palabra o evitándola. A menudo se criticó más el denominado «principio de autoridad», asociado al espíritu de sumisión, servilismo y obediencia, que la autoridad misma, una realidad más poliédrica y ambigua.

Por ejemplo, Pierre-Joseph Proudhon aportó en El principio federativo (1863) sugerentes reflexiones sobre la autoridad y apuntó que ciertamente había una contraposición entre autoridad y libertad, pero añadió que las dos formaban «una pareja cuyos dos términos están indisolublemente unidos y son, sin embargo, irreductibles el uno al otro» (1977, p. 84Proudhon, Pierre-Joseph (1977): El principio federativo, Editora Nacional, Madrid.). Por eso, agregó que la autoridad es una palabra vana sin una libertad que la discuta, resista o se someta, mientras que la supresión de la segunda vaciaba y desproveía de sentido a la primera. Para Proudhon, la libertad podía ocasionar la pérdida de autoridad, pero al mismo tiempo la dotaba de sentido y significación. Entre las dos habría una tensa interdependencia, por lo que concluía que toda forma política, incluso la federativa, consistía en un juego de contrapesos entre la libertad y la autoridad.

Este escrito se propone prolongar estos planteamientos y partir de las reflexiones de Bakunin, que sobre todo se concentraron en los últimos diez años de su vida, para explorar cómo la autoridad puede ser enfocada desde un marco que tradicionalmente no es el suyo. Su objetivo es repensar desde un ángulo alternativo y productivo, uno no autoritario, el incómodo problema de la autoridad. Recurriendo a la etimología de la palabra y partiendo de Bakunin, la meta consiste en cómo se puede pensar la autoridad más allá del arkhé que forma parte de la base de la palabra «anarquía».

BAKUNIN CONTRA LA AUTORIDAD

 

Sin duda, Bakunin fue muy crítico con la autoridad. Se refirió a esta como «una palabra y una cosa que detestamos de todo corazón» (1979b, p. 63Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.) o como «una negación flagrante de la humanidad«, »una monstruosidad» o «una fuente de esclavitud y de depravación intelectual y moral» (1986, p. 73Bakunin, Mijail (1986): Obras completas. Volumen V, Ediciones de la Piqueta, Madrid.). Declaró incluso «que nuestra libertad solo podía triunfar sobre las ruinas de toda autoridad» (1871, p. 50Bakunin, Mijail (1871): La théologie politique de Mazzini et l’Internationale, Imprimerie G. Guillaume Fils, Neuchatel.) y que «somos realmente enemigos de toda autoridad, porque sabemos que el poder corrompe tanto a los que están investidos de él como a los que están obligados a sometérsele» (1986, pp. 210-211Bakunin, Mijail (1986): Obras completas. Volumen V, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

En este contexto, Bakunin dirigió sus críticas contra el Estado y la religión. Respecto al primero, aclaró en Federalismo, socialismo y antiteologismo (1867) que tampoco en sus mejores versiones podía asumir un rostro compatible con la libertad y añadió que «toda teoría consecuente y sincera del Estado está esencialmente fundada en el principio de la autoridad», lo que a juicio de Bakunin era una «idea eminentemente teológica, metafísica, política» (1979a, pp. 142-143Bakunin, Mijail (1979a): Obras completas. Volumen III, Ediciones de la Piqueta, Madrid.). El Estado se le aparecía como un remanente secularizado de la religión, pero no menos dañino u opresor. La autoridad humana y política, defendía, se legitimaba y provenía de la divina, con lo que era crucial resaltar dicha conexión y no olvidar que asimismo se debía erradicar la segunda. Por esa razón, ya acuñó el concepto de “teología política” (Bakunin, 1871Bakunin, Mijail (1871): La théologie politique de Mazzini et l’Internationale, Imprimerie G. Guillaume Fils, Neuchatel.), que dirigió contra el revolucionario italiano Giuseppe Mazzini en el contexto de su posicionamiento abiertamente contrario a la Comuna de París, y sus críticas a la autoridad política lo fueron también, de manera directa o indirecta, a la religiosa. En esta línea, escribió en Dios y el Estado, publicado póstumamente en 1882, que

es evidente que mientras tengamos un amo en el cielo, seremos esclavos en la tierra. Nuestra razón y nuestra voluntad serán igualmente anuladas. En tanto que creamos deberle una obediencia absoluta, y frente a un dios no hay otra obediencia posible, deberemos por necesidad someternos pasivamente y sin la menor crítica a la santa autoridad de sus intermediarios y de sus elegidos (…). Toda autoridad temporal o humana procede directamente de la autoridad espiritual o divina. Pero la autoridad es la negación de la libertad. Dios, o más bien la ficción de Dios, es, pues, la consagración y la causa intelectual y moral de toda esclavitud sobre la tierra, y la libertad de los hombres no será completa hasta cuando hayan aniquilado completamente la ficción nefasta de un amo celestial (Bakunin, 1979b, p. 159Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

Una de las cuestiones que más azoraba a Bakunin era que esa autoridad que tanto criticaba estaba asimismo presente en los Estados revolucionarios. Pese a admirar la Revolución francesa, deploró que entonces se apelara sin cesar a un principio y una mística de la autoridad que conectaba con episodios funestos como el Terror y el uso indiscriminado de la guillotina (1977a, pp. 58-59Bakunin, Mijail (1977a): Obras completas. Volumen I, Ediciones de la Piqueta, Madrid.). Eso explica que Bakunin mostrara una actitud a la postre ambivalente. A su juicio, se debía revolucionar el sentido que la palabra «revolución» había adquirido en el seno de la tradición revolucionaria y librarla de sus tentaciones estatales y autoritarias. Se proponía extirparle ese peligroso legado jacobino que la Revolución francesa había transmitido a sus herederos, lo que también estuvo presente en la misma Comuna de París de 1871 que, a pesar de sus límites y de su derrota, valoró de forma encomiástica y esperanzadora. De ahí que Bakunin lamentara en sus Cartas a un francés sobre la crisis actual (1870) que

hay todavía muchos prejuicios jacobinos, muchas imaginaciones dictatoriales y gubernamentales en el proletariado de las grandes ciudades de Francia y aun en el de París. El culto a la autoridad, producto fatal de la autoridad religiosa, esa fuente histórica de todas las desgracias, de todas las depravaciones y de todas las servidumbres populares, no ha sido desarraigado aún completamente de su seno (1977a, p. 170Bakunin, Mijail (1977a): Obras completas. Volumen I, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

El problema que denuncia Bakunin es que también entre los revolucionarios abundaban imaginarios e ideales atravesados por el principio de autoridad, uno animado todavía por ese temido rescoldo religioso que debía ser superado. De ahí que declarara que la revolución por venir, y de la cual la Comuna de París era un buen mas no perfecto ejemplo, no se debía entender como un movimiento de arriba abajo sino al revés. Así pues, evolucionar la revolución desde una perspectiva anarquista pasaba a su vez por revolucionar su relación con la autoridad. De lo contrario, toda victoria contra el Estado no sería más que pírrica o aparente.

Esta cuestión también atraviesa su polémica con Marx y Engels. Como se sabe, Bakunin se posicionó contra cuestiones como la dictadura del proletariado y los componentes autoritarios del comunismo. Por su parte, Engels insistió en la conexión inevitable entre la revolución y la autoridad y en el prólogo de 1891 a La guerra civil en Francia de Marx identificó la Comuna de París, un acontecimiento común pero diferentemente reivindicado por comunistas y anarquistas, con la dictadura del proletariado. Antes, había escrito el breve texto De la autoridad (1873) en el que, frente a las posiciones de Bakunin, había afirmado de manera tajante que

los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella? (Engels, 1980, p. 400Engels, Friedrich (1980): “De la autoridad”, en Marx, Karl y Engels, Friedrich: Obras escogidas. Volumen II, Progreso, Moscú, pp. 399-401.).1En una carta del 1 de julio de 1871, justo tras la Comuna, Engels ya había escrito a Carlo Cafiero: «Bakunin tiene una teoría peculiar, que es en realidad una mezcla de comunismo y proudhonismo; el hecho de que quiera unir estas dos teorías en una sola muestra que no entiende absolutamente nada de economía política. Entre otras ideas que ha tomado prestadas de Proudhon está la de la anarquía como el estado final de la sociedad. Sin embargo, se opone a toda acción política de las clases trabajadoras, sobre la base de que sería un reconocimiento del estado político de las cosas; también todos los actos políticos son, en su opinión, “autoritarios”. Pero cómo espera que se rompa la actual opresión política y la tiranía del capital, y cómo pretende llevar a cabo su idea favorita de su idea favorita sobre la abolición de la herencia sin “actos de autoridad”, no lo explica» (Marx y Engels, 2010, p. 162).

La autoridad devino un aspecto clave que separaba a anarquistas y comunistas. No por casualidad, las reflexiones de Engels influyeron en escritos posteriores de la tradición comunista, como Socialismo y anarquismo (1901) de Lenin, que prolongaban el debate con el anarquismo. Además, Engels abundó en esta cuestión en otros textos como Los bakuninistas en acción (1873), donde quiso dar cuenta del fracaso de las posiciones de Bakunin desde un fallido ejemplo práctico como el levantamiento que hubo en España en 1873 con el fin de destapar sus límites e incoherencias.2Sin entrar en la exactitud de sus afirmaciones, denunció que al constituirse el gobierno de los cantones «aquellos mismos (los bakuninistas) que tanto vociferaban contra el Poder político, que tan violentamente nos acusaban de autoritarios, se apresuraron a ingresar en aquellos gobiernos (…). Tanta contradicción entre la teoría y la práctica, entre la propaganda y el hecho significaría muy poco si de semejante conducta resultara o hubiera podido resultar alguna ventaja para nuestra Asociación, algún progreso en el camino de la organización de nuestras fuerzas, algún paso dado hacia el cumplimiento de nuestra aspiración fundamental, la emancipación de la clase trabajadora. Pero ha sucedido todo lo contrario, como no podía menos de suceder» (Engels, 1968). Por otro lado, no hay que olvidar la larga carta que había enviado a Theodor Cuno el 24 de enero de 1872, donde Engels (Marx y Engels, 2010, pp. 307-308) se explayó en sus duras críticas a Bakunin en torno a la autoridad.

Sin embargo, las críticas de Bakunin iban más allá del debate con el comunismo, pues no solo le preocupaba la autoridad política sino también la social. En un pasaje en el cual anunciaba a su manera el posterior concepto de «violencia simbólica», expuso la enorme dificultad que entrañaba esta tarea y escribió en Dios y el Estado (1882) que había que distinguir

entre la autoridad oficial y por consiguiente tiránica de la sociedad organizada en Estado, y la influencia, y la acción naturales de la sociedad no oficial, sino natural sobre cada uno de sus miembros. La rebelión contra esa influencia natural de la sociedad es mucho más difícil para el individuo que la rebelión contra la sociedad oficialmente organizada, contra el Estado, aunque a menudo sea tan inevitable como esta última. La tiranía social, a menudo aplastadora y funesta, no presenta ese carácter de violencia imperativa, de despotismo legalizado y formal que distingue la autoridad del Estado. No se impone como una ley a la que todo individuo está forzado a someterse so pena de incurrir en un castigo jurídico. Su acción es más suave, más insinuante, más imperceptible, pero mucho más poderosa que la de la autoridad del Estado. Domina a los hombres por los hábitos, por las costumbres, por la masa de los sentimientos y de los prejuicios tanto de la vida material como del espíritu y del corazón, y constituye lo que llamamos la opinión pública. Envuelve al hombre desde su nacimiento, lo traspala, lo penetra, y forma la base de su existencia individual; de suerte que cada uno es en cierto modo cómplice contra sí mismo, más o menos, y muy a menudo sin darse cuenta siquiera. Resulta que, para rebelarse contra esa influencia que la sociedad ejerce naturalmente sobre él, el hombre debe rebelarse, al menos en parte, contra sí mismo, porque, con todas sus tendencias y aspiraciones materiales, intelectuales y morales, no es nada más que el producto de la sociedad. De ahí ese poder inmenso ejercido por la sociedad sobre los hombres (Bakunin, 1979b, p. 157Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

Para Bakunin, la autoridad no es solo un principio sobre el cual se yergue el Estado, sino también uno que anida dentro de nosotros y que se extiende y reproduce por todo el campo de lo social. Por ello, toda crítica a la autoridad debía ir más allá de una posición meramente ácrata y, al mismo tiempo, toda tentativa de repensarla debía ser consciente de su intrincada y ubicua materialización cotidiana. Eso explica que la revolución perseguida por Bakunin debiese pasar a su vez por una metamorfosis de la sociedad y de (o contra) nosotros mismos. Ahí se topó con su mayor desafío intelectual.

PLANTEAR LA AUTORIDAD DE OTRA MANERA

 

La compleja respuesta de Bakunin al problema de la autoridad nunca fue tenida en cuenta por la tradición marxista. Más sorprendentemente, tampoco recibió gran atención en la anarquista, lo que quizá se explique por la incomodidad que esta cuestión puede suscitar en un movimiento antiautoritario. Cabe decir que no es un aspecto desconocido en el anarquismo, pues sus más importantes pasajes sobre la autoridad han sido incluidos en varias de las antologías de los escritos de Bakunin. De todos modos, eso no ha impedido que estos textos apenas hayan sido examinados en profundidad o que, en conocidas monografías sobre su pensamiento, como las de Ángel Cappelletti (1986)Cappelletti, Ángel (1986): Bakunin y el socialismo libertario, Minerva, Buenos Aires. o Brian Morris (1993)Morris, Brian (1993): Bakunin. The Philosophy of Freedom, Black Rose Books, Nueva York., no hayan sido propiamente analizados. Incluso el libro Anarchism and Authority (2007McLaughlin, Paul (2007): Anarchism and Authority. A Philosophical Introduction to Classical Anarchism, Routledge, Nueva York.) de Paul McLaughlin, cuyo objetivo es retomar el problema de la autoridad desde el anarquismo, ha dedicado poca atención a estas reflexiones de Bakunin.

Lo primero que llama la atención es que Bakunin promovió una respuesta interna que conduce a la exploración de otros rostros de la autoridad. Desde este prisma, la revolución ya no consiste en suprimir la autoridad sino en revolucionarla. Para ello, tal y como hizo en la segunda entrega de El imperio knuto-germánico y la revolución social (1871), aunque son unas páginas que muchas veces se incluyen en el volumen de Dios y el Estado, el primer paso de Bakunin fue afirmar que no rechazaba todo tipo de autoridad, porque

cuando se trata de zapatos, prefiero la autoridad del zapatero; si se trata de una casa, de un canal o de un ferrocarril, consulto la del arquitecto o del ingeniero. Para esta o la otra ciencia especial, me dirijo a tal o cual sabio. Pero no dejo que se impongan a mí ni el zapatero, ni el arquitecto ni el sabio. Les escucho libremente y con todo el respeto que merecen su inteligencia, su carácter, su saber, pero me reservo mi derecho incontestable de crítica y de comprobación. No me contento con consultar una sola autoridad especialista, consulto a varias; comparo sus opiniones y elijo la que me parece más justa. Pero no reconozco autoridad infalible, ni aun en las cuestiones especiales; por consiguiente, por mucho respeto que pueda tener hacia la honestidad y la sinceridad de tal o cual individuo, no tengo fe absoluta en nadie (Bakunin, 1979b, pp. 66-67Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

Desde un principio, Bakunin resaltó que hay una autoridad que existe al margen de las instituciones gubernamentales y que hace descender a la vida cotidiana. De nuevo, la autoridad no es vista más como algo externo sino interno a nosotros. O, con mayor precisión, a nuestras relaciones. La autoridad no es una cosa o institución, sino un tipo de relación que cada uno de nosotros o nosotras puede establecer con otras personas mediante un acto de confianza y/o reconocimiento. Por ello, la autoridad ya no es estatal o religiosa, las cuales sí deben ser combatidas y erradicadas con todo el vigor posible, ni siquiera una institución en singular, sino algo más espontáneo, cotidiano e incluso fluido. Para ello, separa la autoridad del poder y (por el momento) la sitúa en un ámbito epistémico, en un saber o conocimiento no entendido como simplemente teórico o científico. En este espacio, además, la democratiza. Y no solo por situarla en el demos, sino por enfocarla de una manera plural que se desmarca del ideal unitario sobre el cual se asienta la soberanía. De este modo, cada persona puede reconocer a varias como autoridad, pero también puede convertirse en autoridad para una pluralidad de ellas.

El primer gesto revolucionario de Bakunin consiste en entender la autoridad no en singular sino en plural, como autoridades que se extienden y diseminan de manera cotidiana por toda la sociedad. Con ello, lejos de asociar la autoridad a la distancia lo hace a la proximidad. Más aún, Bakunin cree que este tipo de autoridad alternativa es inevitable, y en modo alguno indeseable. Finalmente, explicita, no habría una sola autoridad por profesión o especialidad, sino también varias en cada una de ellas, las cuales pueden ser consultadas según cada ocasión.

Por otro lado, esta autoridad no se entiende desde un marco vinculado a la violencia o la represión. Para Bakunin esta autoridad alternativa no proviene ni puede provenir de la imposición ni del poder, mucho menos de la violencia, sino que debe tener su origen en el libre reconocimiento que a alguien se le otorga por su propia sabiduría, experiencia o valía personal, y por eso no se puede forzar. Además de que ninguna autoridad es infalible y el error es ínsito a los humanos, imponerla supondría eliminar el carácter libre de la relación y, con ello, convertirla más bien en autoritarismo. Desde esta perspectiva, autoridad y autoritarismo no son sinónimos sino antónimos, pues el autoritarismo es la respuesta a la que precisamente se recurre ahí donde no se logra la autoridad deseada y que, por ello, se intenta imponer.

En el esquema de Bakunin se manifiesta una doble e insuperable limitación respecto a la autoridad: por un lado, una sabiduría o conocimiento que, por sus límites humanos y su posible falibilidad, no puede imponerse; por el otro, una libertad irrenunciable que, aunque se topara con alguien infalible, no debe desaparecer o eliminarse nunca. Esta libertad, que no es un simple consentimiento ni asentimiento, se revela así como el verdadero fundamento de esta autoridad. Por eso, no solo es compatible con el anarquismo, sino que, en la medida en que rechaza la posibilidad de un arkhé que se pueda imponer sobre los demás, deber ser en sí misma anarquista. Dicho de otro modo, esta autoridad no solo es compatible con la libertad, sino que es incompatible con su ausencia; no solo no excluye la libertad, en realidad la presupone y necesita, pues su existencia dota de sentido a todo este proceso. Además, este énfasis en la libertad resultaba importante porque uno de los grandes temores contra el cual combatieron los anarquistas era ese espíritu servil, ese llamado «principio de autoridad», que era uno de los mayores soportes del autoritarismo y de la existencia de los Estados. Paradójicamente, el cultivo de esta otra autoridad serviría para evitar la consagración del odiado principio de autoridad.

Un aspecto central de esta reconceptualización de la autoridad, y que coincide con la posterior revisión de este concepto por parte de pensadores como Alexandre Kojève (2005)Kojève, Alexandre (2005): La noción de autoridad, Nueva Visión, Buenos Aires. o Hannah Arendt (2003)Arendt, Hannah (2003): Entre pasado y futuro, Península, Barcelona., o en parte Max Weber (1964)Weber, Max (1964): Economía y sociedad, FCE, México., reside en el desplazamiento de su punto de gravedad. Frente al autoritarismo, no se sostiene sobre sí misma, reposa sobre los otros, justamente sobre quienes la reconocen, escogen o instituyen como tal. Por decirlo con una palabra etimológicamente relacionada, son esos otros quienes autorizan a ser tal a la autoridad, y lo hacen desde una libertad no compatible con la imposición y sí con una siempre posible revocación futura. Además, con ello se atestigua que la autoridad no puede ser absoluta, incondicional, unilateral o irresistible. Desde este prisma, se presenta como lo contrario al poder soberano. La paradoja de la autoridad, ahí donde se testimonia su carácter dependiente, es que es una suerte de poder o influencia que actúa sobre quienes le han hecho ser lo que es.

Con el fin de alejarla de todo remanente religioso, Bakunin explicita que esta autoridad no se debe confundir con la fe. Mientras que el poder forma parte del ámbito de lo político, y por eso se lo debe combatir a ultranza, se debe hacer lo propio con una fe que pertenece a la esfera religiosa. Una fe semejante, arguye en El imperio knuto-germánico y la revolución social (1871), «me transformaría inmediatamente en un esclavo estúpido y en un instrumento de la voluntad y de los intereses ajenos» (1979b, p. 67Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.). Con ello se retornaría a un esquema despótico del cual pretende escapar. A ello se refiere con mayor detalle en el siguiente pasaje:

Si me inclino ante la autoridad de los especialistas y si me declaro dispuesto a seguir, en una cierta medida y durante todo el tiempo que me parezca necesario, sus indicaciones y aun su dirección, es porque esa autoridad no me es impuesta por nadie, ni por los hombres ni por Dios. De otro modo, la rechazaría con horror y enviaría al diablo sus consejos, su dirección y su ciencia, seguro de que me harían pagar con la pérdida de mi libertad y de mi dignidad los fragmentos de verdad humana, envueltos en muchas mentiras, que podrían darme. Me inclino ante la autoridad de los hombres especiales porque me es impuesta por la propia razón. Tengo conciencia de no poder abarcar en todos sus detalles y en sus desenvolvimientos positivos sino una pequeña parte de la ciencia humana (Bakunin, 1979b, p. 67Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

Este texto recoge varios elementos explicados, subrayando el papel de un yo deliberadamente en condicional y no sujeto a ninguna imposición menos la propia. Como si fuera una modulación alternativa de la autonomía kantiana, Bakunin resalta que la única imposición posible es la que uno se da a sí mismo desde la propia razón, aunque lo relevante es que esta suerte de autonomía peculiar, por la que uno se da la ley a sí mismo, siempre pasa por un momento de exterioridad. Lo que uno hace entonces, obviamente desde una perspectiva ideal, es aceptar racional, voluntaria y libremente la influencia del otro en un proceso en el que el yo nunca desaparece. Y si este proceso se logra, recalca, es como resultado de un acto de modestia o una asunción de nuestra finitud, donde uno reconoce su incapacidad a la hora de poder alcanzar o abarcar todo el conocimiento. De algún modo, la autoridad emerge como la respuesta lógica a las propias deficiencias o limitaciones. Gracias a nuestra modestia nos abrimos a los demás y nos dejamos influir por ellos. Otorgar un reconocimiento a los otros pasa por reconocernos antes como seres limitados e incompletos, por admitir que no albergamos todas las respuestas y que, al menos en algunas ocasiones, requerimos e incorporamos la aportación de los otros en nuestras existencias. De nuevo, es precisamente la limitación asociada a la autoridad la que suministra ese potencial reivindicado por Bakunin.

En resumidas cuentas, en la relación de autoridad se evidencia que no somos sujetos completamente autónomos o soberanos. O, mejor, que el nomos de la autonomía no tiene por qué quedar preso en los muros del sí mismo o autós y que puede desplegar un carácter prosocial. A fin de cuentas, esos otros no comparecen como enemigos o rivales, sino como seres de confianza con los que poder tejer lazos de complicidad y que nos brindan la oportunidad de poder escapar de nuestras propias limitaciones o errores. Gracias a la autoridad se espolea y potencia la dimensión relacional de unas personas que no deben ser enfocadas como meros individuos aislados o atomizados, con lo que se fomenta un camino alternativo a pensar los seres humanos como “self-made men”, como seres hechos a sí mismos, por sí mismos y desde sí mismos; como individuos que no deben nada a nadie y que por ello no tienen ninguna gratitud que ofrecer a los demás.3En este contexto, es interesante recordar que según Malatesta «abolir la autoridad, abolir el gobierno, no significa destruir las fuerzas individuales y colectivas que se agitan en el seno de la humanidad, o a las miles de influencias que los hombres ejercen mutuamente los unos sobre los otros; esto sería reducir la humanidad a un amasijo de átomos separados unos de otros e inertes, cosa imposible, y que de ser posible daría por resultado la destrucción de toda la sociedad, es decir, la muerte de la humanidad» (1989, p. 74).

Por otro lado, esta otra autoridad puede ser anarquista (no está gobernada por un arkhé) por una razón adicional. No solo porque la autoridad lo es en la medida en que es reconocida o elegida por alguien, sino también porque la relación que se teje entre ambos polos no puede ser predeterminada ni dominada por quien ostenta la posición de autoridad. Lo que se desarrolla en cada relación depende de una interacción y redefinición mutuas que no pueden ser fijadas de antemano. La libertad, pues, no solo se manifiesta a la hora de reconocer o instituir una autoridad u otra, sino que también influye en cómo se desenvuelve (o renueva) el modo de relación entre ambos polos. Es decir, no solo es institutiva sino también constitutiva y reconstitutiva. Y, con ello, la pluralidad no afecta únicamente al número de autoridades que puede haber, sino también a los tipos de relaciones posibles que se establecen en cada ocasión.

Proudhon, quien ya había destacado en El principio federativo que la autoridad y la libertad eran dos principios contrarios y simultáneamente interdependientes, también añadió que la primera inicia y la segunda determina. La autoridad está así provista de una dimensión inaugural que, de nuevo, conecta con su etimología.4Para un reciente análisis de la autoridad desde este carácter inaugural, véase Révault d’Allonnes (2008). No hay que olvidar el verbo inaugurare está conectado en latín con una auctoritas que deriva del verbo augere, cuyo significado es «hacer crecer, mejorar o expandir». Desde esta perspectiva, la autoridad espolea y propicia los comienzos, mas no los gobierna ni determina.5 Acerca de la deriva histórica del término arkhé Hannah Arendt ha escrito: »A los verbos griegos archein (“comenzar”, “guiar” y finalmente “gobernar”) y prattein (“atravesar”, “realizar”, “acabar”) corresponden los verbos latinos agere (“poner en movimiento”, “guiar”) y gerere (cuyo significado original es “llevar”). Parece como si cada acción estuviera dividida en dos partes, el comienzo, realizado por una sola persona, y el final, en el que se unen muchas para “llevar” y “acabar” la empresa aportando su ayuda (…). En ambos casos, la palabra que originalmente designaba solo la segunda parte de la acción, su conclusión -prattein y gerere-, pasó a ser la palabra aceptada para la acción en general, mientras que las que designaban el comienzo de la acción se especializaron en el significado, al menos en el lenguaje político. Archein pasó a querer decir principalmente “gobernar” y “guiar” cuando se usó de manera específica, y agere significó “guiar” en vez de “poner en movimiento”. Así, el papel de principiante y guía (…) pasó a ser el del gobernante; la original interdependencia de la acción, la dependencia del principiante y guía con respecto a los demás debido a la ayuda que éstos prestan y la dependencia de sus seguidores con el fin de actuar ellos mismos en una ocasión, constituyeron dos funciones diferentes por completo: la función de dar órdenes, que se convirtió en la prerrogativa del gobernante, y la función de ejecutarlas, que pasó a ser la obligación de sus súbditos« (Arendt, 1993, pp. 212-213). Nuestra tentativa de repensar la autoridad más allá del arkhé remite a su sentido gobernante y, con ello, buscaría recuperar ese otro lado asociado a lo principiante e inaugural. Por otro lado, el problema de una autoridad entendida desde el autoritarismo, y que Bakunin desafía, reside en la unión entre el comienzo y el final. Del mismo modo que todo ser humano se caracteriza por una incompletitud que lo abre hacia los demás y de paso hacia la autoridad, esta misma se define por su propia finitud, pues consiste en una influencia que debe ser acogida y de facto es apropiada por los demás. La autoridad se sitúa en una suerte de papel emisor que depende de una recepción que nunca es meramente pasiva y que la puede modificar, enriquecer e incluso ampliar o contrariar. Dicho de otro modo, ninguno de los dos polos sería soberano y, por eso, la autoridad en cuestión podría ser propiamente anarquista. Al fin y al cabo, esta autoridad se mueve más bien en el entre que se define y redefine sin cesar entre los dos polos. Por ello, en todos estos casos no es tan importante qué es la autoridad, sino cómo se desarrolla, cómo se apropia o no y qué se hace con ella.

Por otro lado, las reflexiones de Bakunin no parten tanto de una posición teórica como de la observación de lo que ocurre de manera cotidiana en nuestras vidas, donde unos y otros nos influimos y enriquecemos mutuamente sin cesar, donde unos somos autoridades para otros y viceversa. Como apunta Bakunin en El imperio knuto-germánico y la revolución social (1871), «yo recibo y doy, tal es la vida humana» (1979b, p. 64Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.) y «cada uno es autoridad dirigente y cada uno es dirigido a su vez» (1979b, p. 64Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.). Detrás de la práctica corriente de la autoridad anida y se desarrolla una dinámica de la reciprocidad que la alimenta y mantiene viva. De hecho, la confianza que se otorga a alguien y por la cual este se convierte en autoridad puede leerse como una suerte de juego de dones y contradones que la renuevan y refuerzan.

Además, con ello se observa con más fuerza la democratización de la autoridad propuesta por Bakunin. Por un lado, como se ha dicho, la autoridad ha sido “descendida” al pueblo llano, a gente como el zapatero o al arquitecto, con lo que, en vez de ser una realidad ajena y extraña, pasa a ser próxima y cotidiana. Desde esta perspectiva, se abre la autoridad a cada uno de nosotros. Para Bakunin, esta pluralidad de la autoridad es un elemento indispensable, ya que, si hubiera un individuo que pudiera saberlo todo y sin el cual no se pudiera aplicar el saber de la ciencia, sostiene que «habría que expulsar a ese hombre de la sociedad, porque su autoridad reduciría inevitablemente a todos los demás a la esclavitud y a la imbecilidad» (1979b, p. 67Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

Bakunin destaca que la falta de omnisciencia es positiva e incluso necesaria para el buen desarrollo de la sociedad. En caso contrario existiría una autoridad problemática que asumiría una posición indiscutible de superioridad y que tendría siempre razón. En consecuencia, una que a su vez no tendría a nadie como autoridad, con lo que quebraría la práctica de la reciprocidad. Eso explica que esta autoridad llevada al extremo, una que no transitaría de persona en persona, sino que estaría encarnada en una sola, pudiera pasar a ser una nueva forma de poder o soberano. Esta figura, por su carácter inhumano y el riesgo de poder convertirse en un déspota, debería ser expulsada de la sociedad según Bakunin, pues sería un peligroso extraño respecto al resto de personas.6Además, esta respuesta conecta con sus reflexiones acerca de la religión. Frente al «si dios no existiera habría que inventarlo» de Voltaire, Bakunin opuso la sentencia de «si Dios existiese realmente, habría que hacerlo desaparecer» (1979b, p. 62). Como en el caso de Dios, el principal problema de la autoridad es entenderla desde la ilusión de la unidad, la omnisciencia, la indiscutibilidad, la omnipotencia y, por extensión, la soberanía. En definitiva, Dios es para Bakunin el símbolo de la servidumbre y de la obediencia más completa.

Finalmente, la autoridad es entendida en Bakunin desde el prisma de la igualdad. Ahora bien, no es una igualdad entendida desde una perspectiva como la horizontalidad. Ciertamente la autoridad comporta una relación asimétrica y en apariencia desigual, pero esta asimetría se revela como anómala y ambivalente, ya que resulta compatible con la no dominación y la no imposición. El polo superior puede ostentar la palabra, pero esta solo es verdaderamente efectiva en la medida en que es escuchada y reconocida (incluso reapropiada) por el polo inferior. La influencia de la autoridad solo es posible porque ha sido previamente autorizada, de modo que su ser no depende de sí mismo sino de los demás. Por ello mismo, la autoridad no puede pretender ser patrimonializada por nadie. En caso contrario, como en el discurso de los caciques según el análisis clásico del antropólogo Pierre Clastres (1978, pp. 138-139)Clastres, Pierre (1978): La sociedad contra el Estado, Monte Ávila editores, Barcelona., su contenido podría ser ignorado o despreciado. Además, en la autoridad no solo se retiene la capacidad de revocar o retirar el reconocimiento hacia una autoridad en concreto, ya que también se lo puede otorgar a una alternativa.

A causa del rol ejercido por los otros, y frente a la poderosa imagen que muchas veces la autoridad ha querido cultivar de sí misma, se revela que esta se caracteriza en realidad por una fragilidad y precariedad inerradicables. Como afirmó Alexandre Kojève en La noción de autoridad, la autoridad «es la posibilidad que tiene un agente de actuar sobre los demás (o sobre otro), sin que esos otros reaccionen contra él, siendo totalmente capaces de hacerlo» (2005, p. 36Kojève, Alexandre (2005): La noción de autoridad, Nueva Visión, Buenos Aires.). Así pues, la autoridad implica una reacción siempre posible, pero no actualizada. Por ello, no reposa sobre la impotencia de los demás, sino sobre una potencia no realizada y muchas veces olvidada. En rigor, pues, no se puede decir que alguien es una autoridad, sino más bien que está investido de autoridad. Si se quiere ver la autoridad como una forma de poder, sería de uno que depende de un poder previo que asume el rostro de una concesión. O, por decirlo en otras palabras, la autoridad tendría poder sobre las mismas personas que tienen poder sobre ella. Y ahí no hay ninguna circularidad o contradicción, sino una bidireccionalidad e interdependencia que rompen con la concepción soberana del poder o de la autoridad tradicional.

Además, la respuesta a la cuestión de la asimetría no consiste en horizontalizarla sino más bien en simetrizarla. Lo que nos hace iguales en estos casos no es que nuestras relaciones sean siempre horizontales, sino que, según el caso, cada uno de nosotros pueda estar en un lado u otro de la relación; que cada de uno de nosotros pueda ser autoridad o referirse a una. De ahí que Bakunin concluya que «no hay autoridad fija y constante, sino un cambio continuo de autoridad y de subordinación mutuas, pasajeras y sobre todo voluntarias» (1979b, p. 67Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.). Dicho de otro modo, la igualdad no se obtiene por abolir la autoridad sino por democratizarla y diseminarla por toda la sociedad.

En un pasaje en el que en teoría no está reflexionando explícitamente sobre la autoridad, Bakunin añade en la primera entrega de El imperio knuto-germánico y la revolución social (1870) que

en el momento de la acción, en medio de la lucha, las tareas se dividen, naturalmente, según las aptitudes de cada uno, apreciadas y juzgadas por la colectividad entera: unos dirigen y mandan, otros ejecutan los mandatos. Pero ninguna función se petrifica, ni se fija, ni queda irrevocablemente asociada a una persona. El orden y el avance jerárquicos no existen, de suerte que el comandante de ayer puede convertirse en el subalterno de hoy. Nadie se eleva por encima de los demás, y cuando se eleva no es más que para caer un instante después, como las olas del mar, volviendo siempre al nivel saludable de la igualdad. En este sistema, no hay propiamente Poder (Bakunin, 1977b, pp. 59-60Bakunin, Mijail (1977b): Obras completas. Volumen II, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

Así se vuelve a evidenciar que el problema no es tanto la asimetría, siempre que se desarrolle dentro del marco comentado, sino la jerarquía, sobre todo en un sentido etimológico (hierarkhía) donde se afirma y sacraliza el arkhé. De hecho, en este contexto especifica que lo que se puede dar, en propiedad, no es una forma de poder, algo que en buena medida se alcanza por el carácter rotatorio y porque siempre son “los mandados” quienes en realidad “mandan”.7Añade Bakunin: «He ahí la disciplina verdaderamente humana, la disciplina necesaria para la organización de la libertad. Esa no es la disciplina predicada por vuestros estadistas republicanos. Estos quieren la vieja disciplina francesa, rutinaria y ciega. El jefe, no elegido libremente y sólo para un día, sino impuesto por el Estado para largo tiempo si no para siempre, manda» (1977b, pp. 59-60). Aunque de todos modos no convendría idealizarla de manera ingenua, Bakunin propugna que la revolución debe pasar por una revolución de la autoridad que no pasa por su abolición sino por su transformación revolucionaria. Dicho de otro modo, el problema de la autoridad es un problema real que no puede ser contestado únicamente desde la teoría, sino que debe ser respondido en cada momento, con sus dificultades y limitaciones, en el terreno de la práctica.

PRACTICAR LA AUTORIDAD DE OTRA MANERA

 

Desde la perspectiva de Bakunin, un gran problema político del presente tenía que ver con la ignorancia de la población, razón por la que la cuestión pedagógica fue muy importante para él y para gran parte la tradición anarquista. Ahora bien, se debe matizar que, además de extender el campo del conocimiento al saber de las profesiones y la gente corriente, Bakunin se opuso a entender la autoridad epistémica desde una perspectiva singular e ingenua. Respecto a la cuestión de la ciencia escribió un pasaje conscientemente ambivalente como el siguiente en la segunda entrega de El imperio knuto-germánico y la revolución social (1871):

Nosotros reconocemos (…) la autoridad absoluta de la ciencia (…). Fuera de esa autoridad, la única legítima, porque es racional y está conforme a la naturaleza humana, declaramos que todas las demás son mentirosas, arbitrarias, despóticas y funestas. Reconocemos la autoridad absoluta de la ciencia, pero rechazamos la infalibilidad y la universalidad de los representantes de la ciencia (…). Pero, aun rechazando la autoridad absoluta, universal e infalible de los hombres de ciencia, nos inclinamos voluntariamente ante la autoridad respetable, pero relativa, muy pasajera, muy restringida, de los representantes de las ciencias especiales, no exigiendo nada mejor que consultados en cada caso, y muy reconocidos por las indicaciones preciosas que quieran darnos, a condición de que ellos quieran recibirlas de nosotros sobre cosas y en ocasiones en que somos más sabios que ellos; y en general, no pedimos nada mejor que ver a los hombres dotados de un gran saber, de una gran experiencia, de un gran espíritu y de un gran corazón sobre todo, ejercer sobre nosotros una influencia natural y legítima, libremente aceptada, y nunca impuesta en nombre de alguna autoridad oficial cualquiera que sea, terrestre o celeste. Aceptamos todas las autoridades naturales, y todas las influencias de hecho, ninguna de derecho; porque toda autoridad o toda influencia de derecho, y como tal oficialmente impuesta, al convertirse pronto en una opresión y en una mentira, nos impondría infaliblemente (…) la esclavitud y el absurdo. En una palabra, rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiadas, patentadas, oficiales y legales, aunque salgan del sufragio universal, convencidos de que no podrán actuar sino en provecho de una minoría dominadora y explotadora, contra los intereses de la inmensa mayoría sometida. He aquí en qué sentido somos realmente anarquistas (Bakunin, 1979b, pp. 68-69Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

Si bien reivindica inequívocamente la autoridad de la ciencia, la presenta como una de carácter limitado por diversos aspectos (en otra ocasión sitúa la verdad de la ciencia en el porvenir) que eluden cualquier posición propiamente cientifista.8En otro fragmento Bakunin apuntó que «lo que predico es, pues, hasta un cierto punto, la rebelión de la vida contra la ciencia, o más bien contra el gobierno de la ciencia. No para destruir la ciencia -esto sería un crimen de lesa humanidad-, sino para ponerla en su puesto, de manera que no pueda volver a salir de él» (1979b, p. 91). Por otro lado, apunta que un problema clásico de la autoridad reside en su institucionalización y, con ello, en su supeditación a un marco oficial, legal y estatal que la desnaturaliza. Además, Bakunin reincide en estas líneas en la reciprocidad, destacando que toda autoridad debería tener a su vez otras autoridades para de este modo mantener este ideal igualitario compatible con la asimetría de la autoridad.

Un aspecto importante adicional es que Bakunin subraya que la autoridad no se puede arrogar derecho alguno, pues se da más bien como un factum. No puede ser exigida o reclamada nunca a priori, tampoco darse como presupuesta, sino que siempre, y en tanto en que se sostiene sobre la libertad, es y debe ser reconocida a posteriori sobre la base de una realidad dada. Por así decir, la autoridad es algo que básicamente ocurre (happens) y que no se puede predicar o prescribir con anterioridad. A fin de cuentas, en eso consiste un auténtico reconocimiento. Además, como efecto de la libertad, todo reconocimiento de alguien como autoridad puede estar motivado por un carácter hasta cierto punto imprevisible y de todos modos posteriormente cancelable. Para concluir, el fragmento concluye puntualizando que en este sentido Bakunin entiende que es anarquista, corroborando que su consideración de la autoridad no es solo una valoración personal, sino una que en modo alguno resulta incompatible con el anarquismo. Su problema no es la autoridad en sí, sino que unos privilegiados se la arroguen como un derecho y por la cual adquiere un carácter legal, oficial y excluyente.

La cuestión no concluye aquí, pues Bakunin no solo reconoció la importancia de la autoridad epistémica sino también una de carácter práctico, y de un carácter que en mayor o menor medida también tenía componentes pedagógicos. En este tema le siguió alguien a priori contrario a toda autoridad como Kropotkin, quien matizó justamente acerca de la memoria de Bakunin que

el nombre de «Mijaíl», aunque sonaba con frecuencia en las conversaciones, no era como el de un jefe ausente, cuyas opiniones se consideraban como leyes, sino como el de un amigo personal, de quien todos hablaban con amor, en un espíritu de compañerismo. Lo que más llamó mi atención, fue que la influencia de Bakunin se hacía mucho menos sentir como la de una autoridad intelectual, que como la de una personalidad moral (…). La colosal figura del revolucionario, que lo había dado todo por el triunfo de la revolución, viviendo sólo para ella y tomando de su concepción el modo más elevado y puro de apreciar la vida, continuaba inspirándolos (1910, p. 181Kropotkin, Piotr (1910): Memorias de un revolucionario, Maucci, Buenos Aires.).

Aunque evitara la palabra, Kropotkin evidenciaba aquí la importancia de eso que muchas veces se han denominado «autoridad moral». Se trata de un ángulo importante, pues nos permite realizar un triple gesto respecto a la autoridad: situarla en el terreno no de la teoría sino de la práctica; destacar el carácter ejemplar o exhortativo que una acción puede generar; y problematizar el tradicional y jerárquico vínculo entre la teoría y la praxis, en la medida en que habitualmente se considera que la segunda debe obedecer a la primera y entiende a esta como una suerte de autoridad respecto a aquella.

Todo ello entronca con la conocida propaganda por los hechos, antes de ser identificada con actuaciones violentas o terroristas, y con la reivindicación de la centralidad que debía asumir la acción política según muchos anarquistas. En opinión de Ricardo Mella, «el ejemplo es más poderoso que la preceptiva. Siempre los hechos son más contundentes que las predicaciones, más eficaces que las palabras» (1975, pp. 179-180Mella, Ricardo (1975): Ideario, CNT, Toulouse.). Por su parte, Malatesta y Cafiero la defendieron como una forma de actuación más honesta, que a ojos de la gente no se quedaba en mera retórica (Masini, 1973, p. 108Masini, Pier Carlo (1973): Storia degli anarchici italiani da Bakunin a Malatesta, Rizzoli, Milán.). Desde este prisma, la revolución no solo se debía defender con discursos, parlamentos y teorías, sino que debía ser integrada y encarnada en la vida de uno mismo. Finalmente, Gustav Landauer apuntó acerca de la «propaganda por los hechos» que «no se trata de matar seres humanos, sino, al contrario, del renacimiento del espíritu humano, de la regeneración del espíritu humano y de la energía productiva de las grandes comunidades» (1895Landauer, Gustav (1895): “Der Anarchismus in Deutschland”, Die Zukunft, 10.).

También Bakunin aportó reflexiones que sintonizaban con estos planteamientos. Para empezar, resaltó la relevancia de la conexión entre hechos y palabras para evitar contradicciones performativas que detectaba en otros movimientos o que habían desprestigiado a la religión cristiana a lo largo de su historia (1979b, p. 72Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.). Para seguir, sentenció en sus Cartas a un francés sobre la crisis actual (1870) que

quien quiera propagar la revolución, debe ser él mismo francamente revolucionario. Para sublevar a los hombres, es preciso tener el diablo en el cuerpo; de otro modo, no se hace más que pronunciar discursos que abortan, sólo se produce un ruido estéril, no hechos. Por consiguiente, ante todo, los cuerpos francos propagandistas deben estar revolucionariamente inspirados y organizados; deben llevar la revolución en su seno, para poder provocarla y suscitarla a su alrededor; además, deben trazarse un sistema, una línea de conducta conforme al fin que se proponen. ¿Cuál es ese fin? No es el de imponer la revolución a los campos, sino el de provocarla y el de suscitarla. Una revolución impuesta, sea por decretos oficiales, sea a mano armada, no es la revolución, sino la contrarrevolución, porque provoca necesariamente la reacción (1977a, pp. 82-83Bakunin, Mijail (1977a): Obras completas. Volumen I, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

El problema aquí presente es que la revolución anarquista también pasa por revolucionar la relación entre la teoría y la praxis. Bakunin teme que se promueva una disociación entre ambas que desemboque en el gobierno de la primera sobre la segunda, lo que a su vez justifica implícitamente la jerarquía entre quienes piensan y ordenan y quienes obedecen y actúan bajo las órdenes de los primeros. La revolución, considera, no reside propiamente en las palabras, sino en los actos y en los hechos, y por eso mismo son estos los que se deben promover y poner en primer lugar. De lo contrario, como máximo se puede alcanzar una transformación política mas no una transformación social revolucionaria y, por tanto, tampoco una emancipación. Como con la autoridad, Bakunin reclama una concordancia entre medios y fines. De ahí que subraye que toda imposición de la libertad o la igualdad no conduzca sino a la negación de estas o que, en el fondo, no sea más que una confirmación de su inexistencia.

En otro momento Bakunin fue más allá y apuntó en Cartas a un francés sobre la crisis actual (1870) que

debemos propagar nuestros principios, no ya con palabras, sino con hechos, porque esa es la más popular, la más potente y la más irresistible de las propagandas. Callemos algunas veces nuestros principios cuando la política, es decir, nuestra impotencia momentánea ante una gran potencia contraria, lo exija; pero seamos siempre despiadadamente consecuentes en los hechos. La salvación de la revolución está en eso (Bakunin, 1977a, p. 121Bakunin, Mijail (1977a): Obras completas. Volumen I, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

Un aspecto central de esta concepción de la práctica revolucionaria consistía no solo en la inescindibilidad de la teoría y la praxis, razón por la que toda idea revolucionaria debía estar acompañada por su aplicación práctica en la vida de quienes las defendieran, sino también en la prioridad de la segunda sobre la primera. Desde esta perspectiva, la vida de los referentes revolucionarios aparecía como una especie de palabra viva e interpeladora. Por ello, no se debe entender esa vida como una mera encarnación o ejemplificación de unos principios, como una simple palabra o doctrina personificada y, por tanto, de nuevo como una aplicación o apéndice de una teoría que, de manera indirecta, retiene su primacía. Lo importante es que la práctica vital puede arrojar por sí misma un mensaje político, que cada persona puede convertirse en un ejemplo que interpela, inspira y hace crecer a los demás, quienes, a su vez, prolongando esta »tradición de la acción«, pueden ser reconocidos más tarde como ejemplos para las nuevas generaciones. Al respecto, hay que resaltar la importancia de la dimensión transitiva que puede adquirir la autoridad. Además, quizá eso ayude a explicar también el relevante papel de las biografías, o incluso autobiografías, en la tradición anarquista.

Las reflexiones de Bakunin sobre la educación siguieron una pauta en parte semejante. En este tema aflora otra vez la cuestión de la autoridad, y de nuevo con sus respectivos matices. Por ejemplo, el anarquista ruso sostuvo que en las primeras fases de la educación infantil se debe admitir la necesidad de apelar al «principio de autoridad», aunque enseguida agregó que debería ir desapareciendo con el paso del tiempo. El desarrollo educativo de los niños se corresponde así con la progresiva disolución de una autoridad que, con la entrada en la mayoría de edad, debería haber quedado suprimida. En un pie de página de la segunda entrega de El imperio knuto-germánico y la revolución social (1871Bakunin, Mijail (1871): La théologie politique de Mazzini et l’Internationale, Imprimerie G. Guillaume Fils, Neuchatel.) aclara Bakunin:

este principio debe aminorarse gradualmente a medida que la educación y la instrucción de los niños avanza, para dejar plaza a su libertad ascendente. Toda educación racional no es, en el fondo, más que esa inmolación progresiva de la autoridad en beneficio de la libertad; el objeto final de la educación no debería ser más que el de formar hombres libres y llenos de respeto y de amor a la libertad ajena. Así, el primer día de la vida escolar, si la escuela recibe a los niños en su tierna edad, cuando comienzan apenas a balbucear algunas palabras, debe ser el de la mayor autoridad y el de una ausencia casi completa de libertad; pero su último día debe ser el de la mayor libertad y el de la abolición absoluta de todo vestigio animal o divino de la autoridad (1979b, p. 73Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

El telos de la educación se identifica con la abolición de una autoridad (o, mejor, de su principio) cuya pervivencia impide el desarrollo libre de las personas. Un problema añadido es que la ignorancia que quiere combatir Bakunin también está muy presente entre los adultos, razón por la cual propone la fundación de academias populares en donde se rompe con la relación maestro-alumno y se incentiva una enseñanza mutua que alimenta la relación de reciprocidad y de simetría asimétrica entre ambos.

Ahora bien, Bakunin también matiza esta cuestión y, una vez más, desde su reconceptualización de una autoridad que tampoco en este espacio desaparece en realidad. De ahí que en el mismo pie de página añada que

la verdadera escuela para el pueblo y para todos los hombres hechos, es la vida. La única grande y omnipotente autoridad natural y racional a la vez, la única que podríamos respetar, será la del espíritu colectivo y público de una sociedad fundada en la igualdad y en la solidaridad, tanto como en la libertad y en el respeto humano y mutuo de todos sus miembros. Sí, he ahí una autoridad de ningún modo divina, completamente humana, pero ante la cual nos inclinaremos de todo corazón, seguros de que, lejos de someter, emancipará a los hombres. Será mil veces más poderosa, estad seguros, que todas vuestras autoridades divinas, teológicas, metafísicas, políticas y jurídicas, instituidas por la Iglesia y por el Estado, más poderosa que vuestros códigos criminales, que vuestros carceleros y que vuestros verdugos (Bakunin, 1979b, p. 74Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

En este pasaje reaparecen muchos elementos comentados e insiste de nuevo en la centralidad de la vida frente a las palabras; una vida que, desde una perspectiva colectiva, es retratada como la única gran y omnipotente autoridad, la única respetable y una simultáneamente natural y racional, con lo que la aproxima a su caracterización de la autoridad de la ciencia. Esta autoridad de la vida aparece como la alternativa a las teológicas o políticas y Bakunin subraya que se sostiene sobre la libertad, pero también resalta su potencial político e incluso emancipatorio. Si antes había asociado el principio de autoridad a un vestigio religioso o divino, ahora piensa en una autoridad sin principio (y obviamente sin arkhé) que, por lo mismo, puede ser anarquista y que arraiga en la sociedad. En definitiva, esta autoridad no parte de decretos ni derechos, sino de un hecho y por eso mismo puede ser anarquista.9En otro momento escribe Bakunin: «Soy enemigo absoluto de la revolución por decretos, que es una consecuencia y una aplicación de la idea de Estado revolucionario, es decir de la reacción que se oculta tras las apariencias de la revolución. Al sistema de los decretos revolucionarios, opongo el de los hechos revolucionarios, el único eficaz, consecuente y verdadero. El sistema autoritario de los decretos, queriendo imponer la libertad y la igualdad, las destruye. El sistema anárquico de los hechos, las provoca y las suscita de un modo infalible, sin necesidad de la intervención de una violencia oficial o autoritaria cualquiera» (1977a, pp. 119-120). Eso explica que añada que se inclinará de todo corazón ante esta autoridad y, a la vez, que la califique de enormemente poderosa.

La conclusión es que en esta autoridad otra se puede desarrollar un tipo de poder cualitativamente distinto o, a su juicio, en propiedad un no poder que es más poderoso que los otros que lo confunden con la violencia y la represión. Por decirlo con otras palabras, en esta autoridad encuentra una suerte de poder que va más allá del poder y de la autoridad tradicional. La superación del poder se encuentra de este modo en una autoridad a su vez previamente revolucionada.

CONCLUSIONES

 

En este texto se ha querido abordar productivamente el problema de la autoridad desde una perspectiva como la anarquista, y en especial desde uno de sus más insignes representantes como Bakunin, con el fin de enfocarlo y rastrearlo desde un punto de vista distinto al habitual. La primera parte de este escrito ha seguido la línea de esas interpretaciones clásicas por las que se resalta el conocido costado antiautoritario del renombrado anarquista ruso. Sin embargo, el objetivo del artículo ha consistido en subrayar la existencia de un reverso escasamente estudiado desde donde podemos comprender y encarar la autoridad como una cuestión mucho más escurridiza, compleja y a la vez interesante. A fin de cuentas, al intentar pensarla positivamente desde unos nuevos planteamientos, lo que evidencia Bakunin es que su actitud frente a la autoridad no se agota en la simple defensa de su erradicación o en una suerte de convicción meramente antiautoritaria. Por extensión, y en la medida en que la autoridad no se identifica necesariamente con el principio de autoridad o el autoritarismo, podríamos añadir que para el anarquista ruso ser antiautoritario no es lo mismo que ser contrario a toda forma de autoridad. De ahí que un gran desafío intelectual de Bakunin fuese cómo pensar la autoridad de tal modo que pudiese ser compatible con el anarquismo.

La respuesta de Bakunin a ese reto reside en que la autoridad debe ser descendida a la gente normal y con ello se la pluraliza, se la hace espontánea, cercana y cotidiana, se la desacraliza y se la aleja de una tentación como la de la soberanía. Esta nueva autoridad no se afirma ni se quiere afirmar desde la unidad ni tampoco desde el poder. Al revés, si ciertamente es algo así como un poder, consiste más bien en uno radicalmente transformado que no se funda en uno mismo, sino en unos otros que lo reconocen libremente en un marco de una igualdad compleja y siempre desde la posibilidad de su revocación. Desde este prisma, la autoridad, lejos de ser entendida como el producto de una imposición, aparece más bien como la consecuencia de un libre reconocimiento y de una gratitud que otorgan los demás y que, en la medida en que se inscribe dentro de unas dinámicas generales de reciprocidad, ayuda a tejer y promover la dimensión relacional. Al fin y al cabo, el mismo Bakunin entiende la libertad desde unas coordenadas semejantes.10De ahí que escribiera pasajes como este: «Sólo soy verdaderamente libre cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de otro, lejos de ser un límite a la negación de mi libertad, es, al contrario, su condición necesaria y su confirmación. No me hago libre verdaderamente sino por la libertad de los otros, de suerte que, cuanto más numerosos son los hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad, más extensa, más profunda y más amplia se hace mi libertad» (Bakunin, 1979b, p. 155). Así pues, la autoridad ya no aparece como un mal necesario sino como un aspecto que, una vez revolucionado, puede llegar a alcanzar un potencial positivo.

Finalmente, el artículo recorre asimismo la problemática dimensión práctica de una autoridad que, según Bakunin, y para ser coherente con lo expuesto anteriormente, debe problematizar e incluso invertir la relación clásica entre teoría y praxis. En otras palabras, el anarquista ruso reivindicó la importancia pedagógica de una acción revolucionaria que para serlo propiamente debía intentar adquirir un carácter ejemplar que tuviera la capacidad de exhortar y convencer a las otras personas a seguir su ejemplo, algo que a su manera también influyó en sus reflexiones sobre cómo debía ser la educación en un marco anarquista que tampoco en este ámbito se debía definir por tener que abolir la autoridad del todo. Lo que hacía Bakunin con ello era desplazar la centralidad de las palabras y de la retórica revolucionaria por unas vidas y unos ejemplos concretos que desde esta óptica podían convertirse en una especie de mensajes personificados y encarnados de carácter político e incluso emancipatorio. Además, con ello defendía que se podía adquirir una elocuencia práctica más efectiva que la de las simples palabras y, por añadidura, esquivar las contradicciones performativas al ser capaz de conciliar ejemplarmente los medios con los fines.

NOTAS

 
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El presente artículo se ha realizado dentro del marco del proyecto de investigación «Vulnerabilidad en el pensamiento filosófico femenino. Contribuciones al debate sobre emergencias presentes» (PGC2018-094463-B100MINECO/AEI/FEDER, UE). Quisiera agradecer a los revisores sus pertinentes e interesantes comentarios.

1

En una carta del 1 de julio de 1871, justo tras la Comuna, Engels ya había escrito a Carlo Cafiero: «Bakunin tiene una teoría peculiar, que es en realidad una mezcla de comunismo y proudhonismo; el hecho de que quiera unir estas dos teorías en una sola muestra que no entiende absolutamente nada de economía política. Entre otras ideas que ha tomado prestadas de Proudhon está la de la anarquía como el estado final de la sociedad. Sin embargo, se opone a toda acción política de las clases trabajadoras, sobre la base de que sería un reconocimiento del estado político de las cosas; también todos los actos políticos son, en su opinión, “autoritarios”. Pero cómo espera que se rompa la actual opresión política y la tiranía del capital, y cómo pretende llevar a cabo su idea favorita de su idea favorita sobre la abolición de la herencia sin “actos de autoridad”, no lo explica» (Marx y Engels, 2010, p. 162Marx, Karl y Engels, Friedrich (2010): Marx & Engels Collected Works. Volumen 44. Letters 1870-1873, Lawrence & Wishart.).

2

Sin entrar en la exactitud de sus afirmaciones, denunció que al constituirse el gobierno de los cantones «aquellos mismos (los bakuninistas) que tanto vociferaban contra el Poder político, que tan violentamente nos acusaban de autoritarios, se apresuraron a ingresar en aquellos gobiernos (…). Tanta contradicción entre la teoría y la práctica, entre la propaganda y el hecho significaría muy poco si de semejante conducta resultara o hubiera podido resultar alguna ventaja para nuestra Asociación, algún progreso en el camino de la organización de nuestras fuerzas, algún paso dado hacia el cumplimiento de nuestra aspiración fundamental, la emancipación de la clase trabajadora. Pero ha sucedido todo lo contrario, como no podía menos de suceder» (Engels, 1968Engels, Friedrich (1968): Los bakuninistas en acción, Ciencia Nueva, Madrid.). Por otro lado, no hay que olvidar la larga carta que había enviado a Theodor Cuno el 24 de enero de 1872, donde Engels (Marx y Engels, 2010, pp. 307-308Marx, Karl y Engels, Friedrich (2010): Marx & Engels Collected Works. Volumen 44. Letters 1870-1873, Lawrence & Wishart.) se explayó en sus duras críticas a Bakunin en torno a la autoridad.

3

En este contexto, es interesante recordar que según Malatesta «abolir la autoridad, abolir el gobierno, no significa destruir las fuerzas individuales y colectivas que se agitan en el seno de la humanidad, o a las miles de influencias que los hombres ejercen mutuamente los unos sobre los otros; esto sería reducir la humanidad a un amasijo de átomos separados unos de otros e inertes, cosa imposible, y que de ser posible daría por resultado la destrucción de toda la sociedad, es decir, la muerte de la humanidad» (1989, p. 74Malatesta, Errico (1989): La anarquía y el método del anarquismo, Nave de los Locos, Puebla.).

4

Para un reciente análisis de la autoridad desde este carácter inaugural, véase Révault d’Allonnes (2008)Révault d’Allonnes, Myriam (2008): El poder de los comienzos: ensayo sobre la autoridad, Madrid, Amorrortu..

5

Acerca de la deriva histórica del término arkhé Hannah Arendt ha escrito: »A los verbos griegos archein (“comenzar”, “guiar” y finalmente “gobernar”) y prattein (“atravesar”, “realizar”, “acabar”) corresponden los verbos latinos agere (“poner en movimiento”, “guiar”) y gerere (cuyo significado original es “llevar”). Parece como si cada acción estuviera dividida en dos partes, el comienzo, realizado por una sola persona, y el final, en el que se unen muchas para “llevar” y “acabar” la empresa aportando su ayuda (…). En ambos casos, la palabra que originalmente designaba solo la segunda parte de la acción, su conclusión -prattein y gerere-, pasó a ser la palabra aceptada para la acción en general, mientras que las que designaban el comienzo de la acción se especializaron en el significado, al menos en el lenguaje político. Archein pasó a querer decir principalmente “gobernar” y “guiar” cuando se usó de manera específica, y agere significó “guiar” en vez de “poner en movimiento”. Así, el papel de principiante y guía (…) pasó a ser el del gobernante; la original interdependencia de la acción, la dependencia del principiante y guía con respecto a los demás debido a la ayuda que éstos prestan y la dependencia de sus seguidores con el fin de actuar ellos mismos en una ocasión, constituyeron dos funciones diferentes por completo: la función de dar órdenes, que se convirtió en la prerrogativa del gobernante, y la función de ejecutarlas, que pasó a ser la obligación de sus súbditos« (Arendt, 1993, pp. 212-213Arendt, Hannah (1993): La condición humana, Paidós, Barcelona.). Nuestra tentativa de repensar la autoridad más allá del arkhé remite a su sentido gobernante y, con ello, buscaría recuperar ese otro lado asociado a lo principiante e inaugural. Por otro lado, el problema de una autoridad entendida desde el autoritarismo, y que Bakunin desafía, reside en la unión entre el comienzo y el final.

6

Además, esta respuesta conecta con sus reflexiones acerca de la religión. Frente al «si dios no existiera habría que inventarlo» de Voltaire, Bakunin opuso la sentencia de «si Dios existiese realmente, habría que hacerlo desaparecer» (1979b, p. 62Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.). Como en el caso de Dios, el principal problema de la autoridad es entenderla desde la ilusión de la unidad, la omnisciencia, la indiscutibilidad, la omnipotencia y, por extensión, la soberanía. En definitiva, Dios es para Bakunin el símbolo de la servidumbre y de la obediencia más completa.

7

Añade Bakunin: «He ahí la disciplina verdaderamente humana, la disciplina necesaria para la organización de la libertad. Esa no es la disciplina predicada por vuestros estadistas republicanos. Estos quieren la vieja disciplina francesa, rutinaria y ciega. El jefe, no elegido libremente y sólo para un día, sino impuesto por el Estado para largo tiempo si no para siempre, manda» (1977b, pp. 59-60Bakunin, Mijail (1977b): Obras completas. Volumen II, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

8

En otro fragmento Bakunin apuntó que «lo que predico es, pues, hasta un cierto punto, la rebelión de la vida contra la ciencia, o más bien contra el gobierno de la ciencia. No para destruir la ciencia -esto sería un crimen de lesa humanidad-, sino para ponerla en su puesto, de manera que no pueda volver a salir de él» (1979b, p. 91Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

9

En otro momento escribe Bakunin: «Soy enemigo absoluto de la revolución por decretos, que es una consecuencia y una aplicación de la idea de Estado revolucionario, es decir de la reacción que se oculta tras las apariencias de la revolución. Al sistema de los decretos revolucionarios, opongo el de los hechos revolucionarios, el único eficaz, consecuente y verdadero. El sistema autoritario de los decretos, queriendo imponer la libertad y la igualdad, las destruye. El sistema anárquico de los hechos, las provoca y las suscita de un modo infalible, sin necesidad de la intervención de una violencia oficial o autoritaria cualquiera» (1977a, pp. 119-120Bakunin, Mijail (1977a): Obras completas. Volumen I, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

10

De ahí que escribiera pasajes como este: «Sólo soy verdaderamente libre cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de otro, lejos de ser un límite a la negación de mi libertad, es, al contrario, su condición necesaria y su confirmación. No me hago libre verdaderamente sino por la libertad de los otros, de suerte que, cuanto más numerosos son los hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad, más extensa, más profunda y más amplia se hace mi libertad» (Bakunin, 1979b, p. 155Bakunin, Mijail (1979b): Obras completas. Volumen IV, Ediciones de la Piqueta, Madrid.).

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