ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 66
enero-junio,  2022, r03
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2022.66.res03

CRÍTICA DE LIBROS

El doble rasero de la moral conforme al género. Reseña de: Ana De Miguel, Ética para Celia. Contra la doble verdad, Madrid, Ediciones B, 2021

The double moral standards with regard to gender. Review of: Ana De Miguel, Ética para Celia. Contra la doble verdad, Madrid, Ediciones B, 2021

Ana Cuervo Pollán

UNED

https://orcid.org/0000-0002-4919-3777

La filósofa Ana de Miguel aborda en su nuevo libro alguna de las cuestiones éticas y feministas fundamentales para desarrollar el pensamiento crítico en la adolescencia y la juventud, sin que sea una obra en absoluto descartable para personas adultas ni para quien posea una significativa formación feminista y filosófica. Para aunar divulgación y profundidad teórica, ha elegido un formato de ecos aristotélicos: un manual de ética que la autora dedica y dirige a su hija, tratada como discípula que recogerá estas lecciones. Además, encuentra en la ironía un buen instrumento para plasmar sus tesis y reforzar su carácter pedagógico.

Tras una introducción en la que expone la tesis principal del libro y que irá desarrollando en todos sus capítulos, divide su obra en dos partes: una primera que denomina «De la ontología y por qué es el núcleo duro de las creencias y las contradicciones que vives» y una segunda parte, también con un claro rumor aristotélico, «de las condiciones de la vida buena». La tesis del libro es que resulta imprescindible una reflexión ética feminista contra la doble verdad. En este contexto, la autora invita a recoger la aplicación de la hermenéutica de la sospecha en su versión feminista, y sospechar «de toda verdad que vaya dirigida solo a mujeres o solo a hombres» (p. 24). Con esta propuesta, De Miguel recoge una de las aportaciones fundamentales de su maestra Celia Amorós; esto es, aplicar el pensamiento crítico y hermenéutico e interpelar aquellas creencias sexistas y misóginas presentes en todos los ámbitos de la vida, desde las elaboraciones filosóficas y científicas más sofisticadas hasta en las creencias populares compartidas universalmente.

Con este propósito, la autora se encamina hacia la primera parte de su obra. En ella realizará un recorrido histórico con el que pretende demostrar, precisamente, que el núcleo duro de esas creencias lo conforma una radical convicción en la desigualdad entre los sexos y en la inferioridad de las mujeres. En este sentido, son los rumores wittgensteinianos los elegidos para clarificar su propósito que no es otro que «subir la escalera antes de tirarla» (p. 46). Es decir, que para interpelar críticamente esas creencias sexistas y misóginas que han vertebrado la historia y han supuesto una flagrante injusticia para las mujeres y deshacerse de las mismas y, por tanto, de las consecuencias materiales que sufren las mujeres por el hecho de serlo es necesario, primero, conocerlas, exponerlas y analizarlas en profundidad. Así, la autora comienza un periplo cuyo inicio es la mitología griega. Pero antes de hacerlo explica que la Filosofía se ha ocupado del estudio del ser en tanto que es, esto es, de la ontología y del modo como aprehendemos la realidad y discriminamos y determinamos las características de lo que existe. Este inicio le sirve para introducir que el patriarcado, en tanto sistema de dominación y desigualdad, ha impuesto unas cualidades distintas a hombres y mujeres, sin que tales características y definiciones de lo que es ser un hombre o ser una mujer tengan un sustento racional. La autora advertirá, no obstante, que esto no implica negar la realidad material y biológica del sexo o, en sus palabras llanas, que de hecho «haya niños y niñas», sino que en función del sexo se asuman una serie de normas, estereotipos y comportamientos que son los que verdaderamente introducen la desigualdad entre hombres y mujeres. Es entonces cuando empieza un recorrido histórico con el que demostrar que todas las sociedades se han sustentado en convicciones sexistas.

De la mitología griega destaca cómo su relato de los orígenes del mundo y de todo cuanto existe está plagado de hechos violentos contra las mujeres, incluidas violaciones de las que surge parte de la constelación de dioses y diosas de esta mitología (p. 53). A continuación, realiza algunas consideraciones sobre el cristianismo. De esta religión destaca que, si bien sus mitos o explicaciones fundacionales parecen tener alguna ventaja respecto a la mitología griega, en cuanto a la concepción del sexo femenino se refiere, no es menos cierto que, igualmente, sus explicaciones del mundo y de las circunstancias humanas tienen impregnado un fuerte carácter sexista y misógino, comenzando por la explicación del origen del mal, justificado en la caída de Eva (p. 72).

Después de un breve repaso por la mitología grecolatina y el cristianismo, la autora revisa los discursos sexistas presentes en el pensamiento filosófico y científico. Señala que la filosofía nació para interpelar las creencias no justificadas racionalmente y para pensar críticamente sobre lo que existe y sobre cómo debería ser el mundo, las personas y las relaciones humanas. Aun con esta vocación racional y crítica, la autora manifiesta que, sin embargo, las creencias y prejuicios sexistas instaurados en la sociedad no fueron interpelados por la filosofía pese a su afán por cuestionar el orden establecido (p. 84). Sirva como ejemplo de cómo va trenzando el desarrollo del pensamiento filosófico con las aportaciones feministas su crítica a los vientres de alquiler, fundamentándola en la errónea concepción aristotélica según la cual las mujeres no desempeñan un papel activo en la reproducción de la especie sino como meras vasijas o receptáculos que contienen al nuevo ser, cuyo principio activo depende en exclusiva de la semilla y de la capacidad generadora de los varones.

A continuación, la autora avanza en el tiempo situándose en el periodo de la Ilustración. De esta época, que cristaliza en la Revolución francesa, destaca el cambio ontológico que supuso instaurar la idea de que todos los varones nacen libres e iguales (p. 98). No obstante, advierte de que las ideas racionalistas y de progreso de la Ilustración y particularmente de la Revolución francesa solo triunfaron, en inicio, a la hora de mejorar las condiciones de vida y establecer los derechos para los varones. Informa de que solo con el esfuerzo de las primeras feministas, las ilustradas como Mary Wollstonecraft u Olympe de Gouges, aquellas conquistas de progreso, libertad e igualdad fueron extensibles a la mitad de la humanidad que conforman las mujeres.

Con todo, De Miguel recuerda que la Ilustración no fue el fin sino el comienzo de las vindicaciones y del pensamiento feministas, que en el siglo XIX siguió enfrentando concepciones científicas machistas como la propuesta por Darwin en la explicación de la evolución de la especie. Para este científico, denuncia de autora «las mujeres hemos sido espectadoras o partes pasivas de la evolución» (p. 108). Igualmente, denuncia la misoginia y el sexismo de Freud, que también encarnó la reacción patriarcal del siglo XIX como consecuencia de los avances igualitarios de la Ilustración. Del padre del psicoanálisis y de esta misma corriente destaca que se convirtió «en una legitimación laica y científica de la inferioridad y subordinación de las mujeres a los varones» (pp. 117-118).

Concluye esta primera parte haciendo referencia a la determinante influencia que el feminismo, como pensamiento y praxis, ha tenido en la humanidad a la hora de, como ella misma señala, «incorporar a las mujeres a la autoconciencia de la especie» (p. 135). Así, la autora explica que el feminismo ha proporcionado al sexo femenino, es decir, a las mujeres en tanto que constituyen la mitad de la humanidad el espacio que deben tener que es, en palabras de Amelia Valcárcel, «la mitad de todo». Por ello, reivindica tanto la genealogía feminista como su capacidad crítica para impugnar una situación histórica, política, social y económica en la que las mujeres han sido sistemáticamente relegadas y subordinadas por el hecho de serlo.

La segunda parte está destinada, como se adelantó, a una reflexión sobre las condiciones de la vida buena. Se podría decir que si bien la primera parte del libro se ocupa de lo que ha sido y lo que es, la segunda parte aborda lo que debe ser, esto es: cómo deben producirse las relaciones y la convivencia humana y concretamente la relación entre los dos sexos, en condiciones de igualdad, solidaridad y libertad. Por ello, la autora comienza destacando la importancia de tener un proyecto vital propio en el que las responsabilidades, deberes y objetivos se compaginen y equilibren con otros momentos de ocio y disfrute con otras personas con quien se tejen vínculos afectivos. Esto inmediatamente desemboca en una reflexión sobre cómo se han escindido el espacio doméstico y el ámbito público de modo que las mujeres han sido relegadas al primero en el que, si bien se desarrollan acontecimientos y relaciones valiosas no debe producirse, argumente la autora, a costa de la nulidad de la mujer como ciudadana libre y con proyecto propio. Esto le lleva a repasar una de las vindicaciones clásicas y cruciales del feminismo: que las mujeres estudien, trabajen y conformen un proyecto vital propio dotadas de independencia económica, pues es el sustento último de la autonomía personal. He aquí otra doble verdad que denuncia la autora: que mientras que se fomenta la autonomía de los varones y se considera valioso que desarrollen su propio proyecto, de las mujeres se espera adaptabilidad a los deseos y proyectos de sus compañeros, sin que importe tanto su autonomía (p. 207).

Al hilo de lo anterior, reflexiona sobre la familia. Sostiene que si bien se ha hecho necesaria e imprescindible una revisión crítica de la misma por las relaciones de poder (patriarcal) que la sustentaban, no es menos cierto que actualmente la familia se ha reconfigurado pudiendo ser un espacio de satisfacción, compromiso e igualdad, siempre que sus relaciones se sometan a análisis y se procuren igualitarias y pacíficas. En este sentido, celebra que «la familia está mostrando su capacidad de adaptación a la diversidad humana y su capacidad de resistencia frente al culto al poder y el dinero» (p. 219).

En sintonía con la reflexión anterior también disecciona las relaciones y el amor de pareja. Antes de ello apunta que la amistad es una experiencia valiosa y reconfortante cuyos vínculos nos brindan soporte y apoyo. Sin embargo, tampoco se prestará a una idealización de las misma, animando a su dilecta discípula a discernir entre relaciones de amistad y de puro interés y manipulación. Al amor de pareja dedica, como se avanzaba, una reflexión especialmente profusa. Comienza explicando que debe ser un espacio de reconocimiento e igualdad por excelencia y que, afortunadamente, cada vez más personas pueden experimentarlo en libertad y según sus propias consideraciones de lo que quieren para sí y el proyecto que desean, libertad que celebra que se haya extendido a las parejas del mismo sexo o y se practique en parejas heterosexuales que reconfiguran su modo de entender el amor para que las tareas domésticas y de cuidado y las responsabilidades económicas y afectivas recaigan en ambos miembros de la pareja de manera más horizontal e igualitaria. Sin embargo, también reconoce que el amor está en crisis (p. 246).

Y lo está en un sentido positivo porque la concepción del amor ya no es la que era si por amor se entendía un matrimonio y una familia patriarcal en la que el varón detenta de forma absoluta el poder y la autoridad sobre su esposa (y sus hijos/as). El amor y la pareja, como se ha dicho, han vivido grandes transformaciones, muchas positivas. Pero la autora también observa que eso no ha disipado el abismo existente, patriarcado mediante, entre hombres y mujeres. Si repensar los vínculos tradicionales se imponía como necesidad para fundar una sociedad igualitaria, los vínculos líquidos actualmente existentes, donde el compromiso, la solidez y la estabilidad amorosa y de pareja brillan por su ausencia, tampoco han resultado ser, deja entrever la autora, precisamente la panacea. En este sentido, se adhiere a la crítica que Bauman establece en su libro Amor líquido y denuncia con él que las relaciones afectivo-sexuales hayan sido atrapadas por el neoliberalismo y las haya invadido una lógica mercantil y consumista que invita a experimentar relaciones como objetos mercantiles de, en términos coloquiales, adquirir, usar por un breve tiempo y desechar.

Igualmente, la autora repara en otras formas de relaciones no monógamas ni estables que parecen adquirir relevancia paulatinamente. Sin hacer una crítica directa a las mismas, la filósofa no duda en relacionarlas, a mi juicio con brillantez, con un cierto abandono de parte de los adultos en una suerte de «peterpanismo» poco adecuado para el proyecto de relaciones libres, pero responsables y estables que sostienen la vida de las personas (o al menos, de quienes desean compartir su proyecto vital, lo cual se nos revela bastante agradable). Por ello, si a la autora le parece excesivo y particularmente perjudicial para las mujeres considerar el amor el sentido último y radical de la vida, no duda en considerar más que oportuno conceptualizarlo como algo significativamente valioso en la vida de las personas (p. 256). Pero para que este aflore, recuerda la autora, son necesarios los hombres y mujeres nuevos que preconizaba Kollontai. Personas dispuestas a amar desde la igualdad, la solidaridad, el respeto y el reconocimiento sincero, elemento que considera crucial tanto en el amor como en el sexo (p. 275).

Y precisamente sobre la sexualidad versan las últimas secciones del libro. La autora subraya la dimensión especial que tiene el sexo como actividad afectiva y de placer, pero también que ello no nos debe hacer olvidar que la sexualidad no es ciega al patriarcado sino que este es un ámbito en el que la desigualdad entre mujeres y varones también se manifiesta. Por ello, invita a pensar críticamente esta dimensión de las relaciones humanas y particularmente a desconfiar de los discursos que aseguran que el sexo «es una actividad como otra cualquiera» o que «hay mucha represión» al respecto, sobre todo si estas opiniones se vierten contra un análisis crítico feminista sobre las relaciones de poder patriarcal que se despliegan en la sexualidad. Precisamente por ello, si bien pone en valor la revolución sexual de la década de 1960, también denuncia la reacción patriarcal que encerraba y las consecuencias que tuvo al reafirmar la sexualidad como ámbito de placer y protagonismo exclusivo de los varones, siendo las mujeres objetos de placer para ellos y no sujetos de placer para sí mismas (p. 282).

Del mismo modo, denuncia la doble verdad presente en la pornografía (y la prostitución). Consiste en que, mientras que en sociedades formalmente igualitarias como la nuestra se espera que hombres y mujeres compartan espacios y se traten con respeto e igualdad, no aceptándose vejaciones o violencia contra las mujeres por el hecho de serlo, la pornografía y la prostitución son instituciones en las que el trato degradante y cosificante a las mujeres, que además es erotizado y celebrado por los varones que hacen uso de ellas, no solo no es impugnado sino admitido en nombre del consentimiento, la libre elección y la convicción de que ni los deseos ni el placer pueden atender a ningún tipo de consideración ética, pues de ser así se ejercería una moral represora sobre los individuos (p. 312 y ss.).

Finalmente, apela a que las mujeres jóvenes acepten su propio cuerpo y no caigan en manos de la exigencia de industrias de la moda y la belleza, de carácter marcadamente sexista y neoliberal, que animan a las mujeres a que nunca se sientan cómodas consigo mismas y con su aspecto, animándolas a prácticas estéticas, dietas y estilos de vida que dificultan cuando no atentan directamente contra su estado físico y emocional (p. 329 y ss.).

A mi juicio, esta nueva obra de la filósofa Ana de Miguel es crucial para recopilar y repensar la agenda feminista actual, o al menos algunas de sus tareas pendientes más acuciantes como la abolición de la prostitución, de la pornografía y de la explotación reproductiva, la corresponsabilidad familiar, el acceso y permanencia digna de las mujeres en el ámbito público y laboral o la revisión crítica de las relaciones amorosas y sexuales. Su fácil lectura es excelente para adolescentes y jóvenes, pero debe insistirse en que su carácter divulgativo no va en detrimento de la perspectiva crítica y la profundidad conceptual que tanto la filosofía como la teoría feminista deben ofrecer siempre.