ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 66
enero-junio,  2022, r09
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2022.66.res09

CRÍTICA DE LIBROS

Las vicisitudes intelectuales de un autor imprescindible. Reseña de: Sven-Eric Liedman, Karl Marx. Una biografía, Madrid, Akal, 2020, trad. Juanmari Madariaga

The intellectual vicissitudes of an essential author. Review of: Sven-Eric Liedman, Karl Marx. Una biografía, Madrid, Akal, 2020, trans. Juanmari Madariaga

Ricardo Cueva Fernández

Universidad Autónoma de Madrid

https://orcid.org/0000-0003-2629-4652

El resurgimiento del interés por Marx en los últimos años resulta perceptible por cualquiera que se dedique hoy a revisar la bibliografía acerca del autor o su obra. Este hecho no debe sorprendernos demasiado, dada la extensión de la crisis económica desde hace ya varios años y de la pandemia que pasó a acompañarla de manera reciente, pero, sobre todo, porque la magnitud de su indagación intelectual y su propia vida le convierten en un pensador comprometido con su tiempo y que, asimismo, tuvo una aportación decisiva en los campos en los que se desenvolvieron sus esfuerzos. Marx fue siempre guiado por una curiosidad invencible, que le hacía a veces caminar (o más bien correr) en zigzag y pasar de unos temas o actividades a otros, acompañado de un frenesí difícilmente sostenible para individuos de complexión espiritual más liviana. Precisamente, un primer mérito del profesor Sven-Eric Liedman es haber puesto de manifiesto que tan colosales esfuerzos le acompañaron prácticamente hasta el final de su vida, y pese a lo sostenido por otros estudiosos (pp. 467, 557 y 558). Quizás eran los que le impelían a una existencia sumamente activa, contra todas las dificultades, desde acontecimientos luctuosos como el fallecimiento de varios de sus hijos y por último de su esposa, Jenny Westphalen, hasta el padecimiento de continuas dolencias y enfermedades crónicas (pp. 49, 262-276). Aun con todo ello, y con el obstáculo que suponía no poder conseguir algo de tiempo que le permitiera finalizar sus proyectos editoriales, Marx pudo sobreponerse a distintas situaciones muy difíciles y proseguir su andadura. Es más, puede que incluso no buscara del todo tranquilidad: en varias etapas de su vida, incluyendo sus últimos años, se vio implicado en la fundación del socialismo organizado a escala local e internacional, destacando su contribución a la AIT (pp. 519-528).

Sin embargo, redactar una biografía acerca de Karl Marx, y más si se trata de una combinación de sus ideas con los hechos en los que se vio inmerso, intenciones y aspiraciones, tiene hoy dos importantes desafíos. En primer lugar, separar su trayectoria y obra de la que oficialmente fue suministrada por el extinto régimen de la Unión Soviética, por lo menos hasta la perestroika. En segundo lugar, aclarar si formó algún tipo de sistema “cerrado”, con sus correspondientes decálogos científicos, políticos y filosóficos, tal y como la ortodoxia también ha solido sostener. Para ese viaje, además, han de rechazarse las versiones simplificadoras, tanto de detractores como de apologistas. Varios biógrafos han intentado hacerlo antes, y me parece que algunos con acierto. Queda por ver, pues, si Liedman, un veterano investigador sueco dedicado durante décadas a su objeto de estudio, añade aquí nuevos elementos de juicio sobre la obra y la persona de Karl Marx. A tales efectos, y también en los últimos años, se han producido nuevas aportaciones, muchas de ellas orientadas por la propia lectura de los escritos originales (el MEGA, que incluye a F. Engels y que se encuentra en Amsterdam), y Karl Marx: una biografía coincide parcialmente con buena parte de sus hallazgos.

El libro que me ocupa, pues, sigue un hilo cronológico en el que se mezcla un examen de las ideas de K. Marx, a menudo en confrontación con otras de su época (descrita a través de los acontecimientos históricos del momento, en especial europeos), y las propias vicisitudes, apuros económicos incluidos, que atravesó su existencia. A veces hay saltos temporales, pues Liedman intenta crear cierto “suspense” y pospone detalles, pero salvando esta astucia y alguna que otra reiteración (poco dañina, dada su ubicación en forma de conclusiones que salpican el texto), no se producen grandes disfunciones en un volumen de esta envergadura. Todo un logro si se considera que abarca nada menos que 640 páginas en su edición en castellano. Liedman no deja atrás ninguna obra marxiana de mínima importancia en su libro y, es más, tampoco olvida otras de carácter menor del renano, como Herr Vogt (pp. 517-519). En lo referente a los hechos históricos y el contexto que rodeaba a Marx, el resultado es exhaustivo también. Así, llega a señalar su interés por la ciencia con gran amplitud y pormenores (pp. 461-503).

De todo ello, con pulcritud y detalle, el biógrafo extrae una conclusión que viene a coincidir con los recientes “hallazgos” a los que aludía un poco más arriba, y que provienen principalmente de la denominada escuela de la “nueva lectura” (encabezada por Michael Heinrich, también publicado por Akal) del autor del Manifiesto Comunista (p. 401): Karl Marx no es un pensador monolítico y en realidad es difícil encontrar en sus escritos una coherencia y menos un sistema del calibre como el que nos había presentado habitualmente la ortodoxia. Así, el volumen desmonta varios lugares comunes previos. Ni Marx fue un sectario que sostenía la necesidad de una vanguardia revolucionaria que dirigiera a las masas hasta que alcanzaran el poder por la violencia (pp. 280 y 285), ni creó el materialismo dialéctico (etiqueta que corresponde en realidad a un artículo de Plejánov de 1891, p. 578), ni se pasó página tras página mencionando la lucha de clases (no dijo nada sobre ella en El Capital, la que consideraba su obra principal, y por cierto, inacabada, p. 417) ni logró resolver ciertos problemas de su teoría económica (como el de la “transformación”, es decir, el de la evaluación numérica del grado de explotación, pp. 427 y 238), ni defendió la necesidad de fases necesarias hacia el socialismo (pp. 562-565), y ni siquiera parece que diseñara con mínimo detalle eso que se daría en llamar materialismo histórico (pp. 356-359), pues la “concepción materialista de la historia” fue una expresión acuñada por su amigo Engels y que apareció publicada en 1884, tras su fallecimiento (p. 500). No era un autor de una sola pieza y no pueden imputársele los errores y tropelías de supuestos seguidores suyos, mucho peores herederos que su amigo Friedrich. Fue alguien que luchó agotadoramente con plazos y coyunturas (en el primer caso, le era difícil acabar a tiempo los encargos y dejó cosas sin finalizar, y en el segundo, sufrió desánimo ante circunstancias políticas adversas y persecuciones varias, pp. 162 y 163), y nunca “completó” su pensamiento o, por lo menos, nunca dio por terminadas sus reflexiones (p. 586), porque era sumamente crítico con su propia obra y no estuvo en ningún momento satisfecho del todo con ella. Hubo asuntos sobre los que mantuvo dudas diversas y serias. Por ejemplo, acerca de la aplicación de las matemáticas a su teoría económica, que le hubiera permitido un vaticinio acertado de las crisis (pp. 462-464), o en qué medida había encontrado leyes de desarrollo histórico (p. 477- 483) o sobre si se podían explicar las diferencias raciales a través de hallazgos científicos (p. 494-495). En relación con otros asuntos no se pronunció jamás: cómo se produciría la revolución que anhelaba, si había auténtico margen para que sus defensores sostuvieran una postura moral, o qué papel desempeñarían las periferias de los imperios.

Todo ello ya lo han manifestado algunos biógrafos anteriores a la obra que comento, por cierto. Pero Liedman añade una insistencia más novedosa en la profundidad filosófica de los escritos redactados por Marx. Así, señala como destacables en su obra, y de ninguna manera secundarios, los conceptos de “esencia” (p. 170), “alienación” (pp. 169 y 188), o “forma” y “contenido” (pp. 350 y 430). De hecho, entiende que sin ellos Marx no pasaría de ser un remedo o un mero compilador de las ideas de otros. Este aspecto cobra especial importancia en el volumen solo en un momento avanzado del mismo (aproximadamente hacia la p. 420), pero lo hace con firmeza. La envergadura de su pensamiento queda así destacada, y se sobrepone a la anécdota personal y el azar de los acontecimientos.

Pero es que, además, todo esto no le hace olvidar a Liedman el descuido del propio Marx por ciertos temas, e incluso sus fallas personales. No tuvo en cuenta la específica situación de las mujeres en su proyecto (p. 604), ni captó la entidad del desafío nacionalista (p. 603) y, a veces (aunque no siempre, pues podía ser sumamente diplomático, p. 516), pecaba de inflexible en demasía (pp. 520 y 521). Liedman destaca en cualquier caso su dimensión humana, con aciertos y errores, y se encarga también de destacar la relevancia en el contexto, no ya solo de Engels y otros coetáneos más o menos conocidos previamente, sino del esfuerzo anónimo de varias mujeres que pasaron por su vida (pp. 79 y 276) o que tuvieron importancia básica en el movimiento socialista, como su propia hija Eleanor (pp. 571-573), R. Luxemburgo (p. 419) o C. Zetkin (p. 604). Con ello culmina un trabajo honesto, ameno y riguroso, apto a todas luces como introducción extensa a la obra y vida de Karl Marx, y capaz de sumergirnos en algunas de las discusiones más candentes sobre sus textos.