ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 67
julio-diciembre 2022, e20
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2022.67.20

NECROLÓGICA

María del Carmen Rovira Gaspar (1923-2021). In memoriam

María del Carmen Rovira Gaspar (1923-2021). In memoriam

Antolín Sánchez Cuervo

Instituto de Filosofía, CSIC

https://orcid.org/0000-0002-0371-0679

El pasado 19 de septiembre de 2021 fallecía en la Ciudad de México María del Carmen Rovira Gaspar, uno de los últimos eslabones de la escuela creada por el filósofo hispano-mexicano José Gaos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y del exilio intelectual republicano de 1939 en general. Había nacido en Huelva en 1923, trasladándose a Madrid con su familia algunos años después, en donde vivió el transcurso de la guerra. Era hija del político socialista Miguel Rovira Malé, lo que motivó su exilio en México, consumado tras un largo y penoso viaje del que ha dejado testimonio en numerosas entrevistas, entre otras la recientemente publicada en el n.º 49 de la revista Endoxa (https://revistas.uned.es/index.php/endoxa/issue/view/1585). Vivió por tanto muy de cerca y siendo muy joven, el horror de la guerra, la brutalidad del fascismo y la violencia de Europa, la indignación por la injusticia y la intemperie del exilio.

En México cursó estudios de Filosofía en la UNAM, en donde se integró en la mencionada escuela de Gaos, consiguiendo además una beca para incorporarse al seminario de investigación que el filósofo «transterrado», como a él gustaba decir de sí mismo, impartía en El Colegio de México. Junto a Luis Villoro, Leopoldo Zea, Bernabé Navarro, Ricardo Guerra y Vera Yamuni, entre otros/as de sus discípulos/as, se integró así en la vanguardia de una tradición intelectual que, como la orteguiana, evolucionaba creativamente en el horizonte del exilio y se adaptaba a la circunstancia mexicana bajo la impronta singular de Gaos. Uno de los caminos que adoptó esta reformulación del orteguismo, siempre crítica, fue el de la investigación sobre el pensamiento de lengua española en general y la filosofía mexicana en particular, tanto desde un punto de vista historiográfico, mediante la recuperación de legados desconocidos o escasamente explorados, como hermenéutico, ahondando en la reflexión sobre sus condiciones de posibilidad, su perfil singular y su proyección creativa en el presente.

Esa fue la academia en la que se formó Carmen Rovira, arrojando sus primeros frutos en su tesis de maestría, publicada por la UNAM en 1958: Eclécticos portugueses del siglo XVII y algunas de sus influencias en América, un estudio por entonces novedoso que constituía además toda una declaración de intenciones. Se iniciaba por esos años una larga y fecunda trayectoria que se centrará, sobre todo, en la crítica de la conquista y en las diversas épocas de la filosofía mexicana, de sus grandes expresiones novohispanas y de su etapa independentista, de sus diversas tendencias a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX, y de sus propios contemporáneos. De hecho, será pionera en la investigación de estas temáticas a partir de sus fuentes primarias, que estudiará con rigor metodológico, cuidado hermenéutico y profundidad crítica, llevando las enseñanzas de su maestro más allá de sí mismas con originalidad y autoridad. En la línea de Gaos, reconocerá el valor de las filosofías «inmanentes», «asistemáticas» y «ametafísicas», y entenderá las ideas como actos o como propuestas de intervenir en la realidad para transformarla -o restaurarla, en el caso del pensamiento conservador-. Más allá de él, radicalizará estas pautas metodológicas y rescatará el sentido, no ya político de las ideas, sino también polémico e implicado en las tensiones entre el poder y el contrapoder. En este sentido, será una de las pocas voces del exilio filosófico español del 39 que advierta la relevancia que la defensa del indio mexicano en el horizonte de la conquista iba a desempeñar en la conformación de una tradición autóctona de pensamiento, anti-imperialista y republicana. Como ha señalado Ambrosio Velasco, una de las personas que más y mejor conocen su obra, Carmen Rovira redescubrió el humanismo «indianista», más que «indigenista», característico de críticos de la conquista como Las Casas o Alonso de la Veracruz. Más allá del horizonte crítico de la conquista, reconocerá además la originalidad de la filosofía mexicana como tal, más allá de la teoría de Gaos sobre las «importaciones aportativas», en la que aún pervivía cierta mirada reduccionista. Esa filosofía era el resultado de una elaboración desde su propia circunstancia y con recursos epistemológicos propios de un conjunto de problemas muchas veces inasimilables a los que tenían lugar en Europa e incluso inéditos hasta entonces, como habían sido los suscitados por el mismo debate en torno a la conquista. En el caso de otros contextos, como el del pensamiento criollo del XVIII, la Emancipación y el siglo XIX en general, planteó la singularidad del humanismo y la utopía en la filosofía mexicana, por ejemplo, a propósito de las obras de Francisco Severo Maldonado y Juan Nepomuceno Adorno.

Carmen Rovira dotó así de contenidos, argumentos y razones a la filosofía mexicana, casi siempre a contrapelo de numerosos prejuicios académicos, que ella siempre sobrellevó con un talante ejemplarmente constructivo y dialogante. A mi modo de ver, si en algún aspecto de su vida se dejó notar su experiencia del exilio, siempre asumida con entereza, gratitud a la tierra que la acogió y a la vida en general, fue precisamente en su posición epistémica, al optar por un campo académico periférico y escasamente reconocido, pese al impulso que había recibido de Gaos. Sin duda contribuyó de manera sustancial a su reconocimiento y profesionalización.

Sus trabajos sobre la conquista se centraron en la obra crítica de autores como Las Casas, Alonso de la Veracruz, Domingo de Soto y, sobre todo, Francisco de Vitoria, a quien había dedicado su tesis doctoral. Su libro Francisco de Vitoria. España y América. El poder y el hombre (Porrúa, 2004), recogerá, para empezar, una labor filológica muy encomiable, atenta siempre a las fuentes originales de su obra y a las sucesivas ediciones de sus Relecciones. Incorporó así la tercera parte de la Relectio de indis, la cual había sido obviada en diversas ediciones de referencia pese a su relevancia. Su cotejo de fuentes y textos señaló además algunas lagunas y omisiones en las traducciones realizadas, lo cual se prolongó en una interpretación renovadora, con acentos críticos y originales. Carmen Rovira nunca entendió el trabajo de archivo como una evasión erudita o como la recuperación de un pasado muerto, sino como el acicate para la incorporación de un determinado legado a la corriente viva de la historia y, por lo tanto, para el planteamiento de ideas nuevas con capacidad transformadora. En esta ocasión, presentaba a un Vitoria espoleado por su propia contradicción: por una parte, distinguía con nitidez sus argumentos inequívocos contra la conquista, expresados con radicalidad en algunos momentos. Por otra, mostraba su versión más conservadora cuando, intimidado por el propio emperador, aceptaba, aun de manera ambigua, los argumentos que podían legitimar la conquista. En todo caso, rescataba la figura de un intelectual comprometido con el gran acontecimiento de su época y expuesto, por tanto, a las tensiones políticas que había generado. Con esta interpretación, Carmen Rovira nos recordaba, aun sin pretenderlo, la necesidad de revisar el legado de la Escuela de Salamanca al margen de las apropiaciones ideológicas y las interpretaciones reaccionarias que había sufrido en el pasado, algunas de ellas aún recientes.

Al pensamiento del siglo XVIII mexicano, el mismo que Gaos denominó «el siglo del esplendor en México» titulando así uno de sus libros, dedicó también Carmen Rovira algunos de sus trabajos más significativos, centrados la obra de los jesuitas criollos precursores del pensamiento emancipador. A ellos dedicó, de hecho, algunos de sus mayores desvelos, plasmados en numerosos artículos, capítulos de libros y ediciones críticas de antologías. En la obra de autores como Eguiara y Eguren, Guevara y Basoazábal, Alegre o Márquez, exploró y encontró respuestas al universalismo particularista de la Ilustración, así como planteamientos de un humanismo que conciliaba la reivindicación nacional con un cosmopolitismo inclusivo. “La voz del criollo”, ponencia centrada en estas cuestiones, fue precisamente su contribución al encuentro sobre Pensar en español organizado por Reyes Mate y yo mismo en el Instituto de Filosofía en octubre de 2007, y cuyas intervenciones se publicarían el año siguiente en la revista Arbor (n.º 734). Al estudio de estos autores se estuvo dedicando hasta muy pocos meses antes de fallecer. En las últimas conversaciones telefónicas que mantuve con ella siempre me hablaba, con entusiasmo, de sus lecturas y sus reflexiones sobre estos autores, a los que admiraba y sobre los que no dejaba de escribir.

Pero Carmen Rovira también fue pionera en redescubrir el pensamiento mexicano del siglo XIX, el cual se había alimentado de unos cuantos estereotipos, hasta que ella empezó a liderar varios proyectos de investigación financiados por la UNAM y a tutelar numerosas tesis académicas que se centraban en autores, corrientes y polémicas de ese siglo. Además de revisar lugares comunes como el pensamiento independentista, el liberalismo y el positivismo, arrojando luz sobre numerosos aspectos que no se habían tenido en cuenta, rescató del olvido a numerosos legados que hasta entonces habían permanecido ignorados. Para ello tuvo la capacidad de articular grupos de trabajo, a los que siempre transmitió una manera de investigar rigurosa que comenzaba con una ardua recopilación de materiales originales y concluía, tras una larga y paciente maduración de hipótesis e interpretaciones, con la publicación de trabajos siempre novedosos. El más destacado de ellos fue seguramente Una aproximación a la historia de las ideas filosóficas en México. Siglo XIX y comienzos del XX, un voluminoso libro colectivo publicado en 1999 por la UNAM del que se hizo una segunda edición aumentada, en dos volúmenes, a cargo, también, de las universidades autónomas de Querétaro, Guanajuato y Madrid. Constituye sin duda una obra de referencia que además es fiel reflejo del enfoque crítico que Rovira imprimía a las corrientes que investigaba, siempre interpretadas como construcciones discursivas en pugna por intervenir en la sociedad de su tiempo. Muchos de esos discursos, como el cosmológico, el lógico-epistémico o el filosófico-jurídico, por ejemplo, habían permanecido en el olvido hasta entonces. Una amplia antología de textos de los autores incluidos en este trabajo, agrupada en cuatro volúmenes y publicada algunos años después, completaría este recorrido por el pensamiento de un siglo convulso, que se abría con los vientos de la Emancipación y se cerraba en la estela de la Revolución mexicana.

Fue precisamente en el transcurso de estos trabajos, a comienzo de 1996, cuando tuve la oportunidad de conocer a Carmen Rovira en la Facultad de Filosofía de la UNAM. Enseguida me involucró en sus proyectos y me convenció para investigar las polémicas en torno a la recepción del krausismo que habían tenido lugar durante la segunda mitad del siglo XIX. Desde entonces, no dejamos de intercambiar ideas y reflexiones, de compartir una amistad ininterrumpida en la que nunca faltó el sentido del humor ni la alusión constante a sus hijos y nietos (y últimamente, también bisnietos), ni de colaborar en numerosos congresos, seminarios y coloquios. Especialmente dignos de recordarse eran los que organizaba, muchas veces con la colaboración de Xóchitl López Molina y Héctor Eduardo Luna, en el marco de los congresos de la Asociación Filosófica de México, siempre con una envidiable afluencia de participantes.

Carmen Rovira puso siempre su deseo en el saber, mucho más que en el poder, lo que a la larga le ha supuesto un reconocimiento unánime e incuestionable. Buena prueba de ello son los incontables galardones, premios y homenajes que fue recibiendo durante las últimas dos décadas por parte de diversas universidades, incluida la Universidad Autónoma de Madrid, así como de instituciones no académicas como el Congreso de la Ciudad de México y el Ayuntamiento de Huelva, su ciudad natal, el cual le nombraría hija predilecta en 2021. El año anterior había recibido por fin, de la UNAM, el merecido emeritazgo para el que había sido postulada. Además, era socia de honor de la Asociación de Hispanismo Filosófico, entre otras muchas distinciones. El Seminario permanente de filosofía mexicana, que ella misma había fundado, dedicó su último semestre (febrero-mayo de 2022) al comentario de su obra. El ya mencionado Ambrosio Velasco, junto con otras personas cercanas estudiosas de su obra como Virginia Aspe, Xóchitl López Molina y Victórico Muñoz, entre otras, discutimos sus libros y artículos, siempre en diálogo con muchos de los/las alumnos/as y discípulos/as que la acompañaban. Su obra y su recuerdo sobrevivirán, sin duda, a su ausencia.