ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 69
julio-diciembre 2023, r01
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2023.69.res01

CRÍTICA DE LIBROS

Hacia una historia multiversal de la homosexualidad masculina. Reseña de: Francisco Vázquez García (ed.), Historia de la homosexualidad masculina en Occidente, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2022

Towards a multiversal history of male homosexuality. Review of: Francisco Vázquez García (ed.), Historia de la homosexualidad masculina en Occidente, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2022

Jesús González Fisac

Universidad de Cádiz

https://orcid.org/0000-0002-3967-506X

Esta obra se relaciona con un cambio en los estudios de la homosexualidad. Cuando comenzaron abundaban los relatos vindicativos, así como los relatos de las actitudes cambiantes hacia ella, que la situaban en la historia, pero no se hacían desde la historia. Este libro pretende justamente llenar este vacío, haciendo que la historia atraviese la homosexualidad como su clave de lectura. Una historia fragmentaria y múltiple (el editor se sirve de la expresión «historia multiversal», de Otto Marquard, para referirse al sesgo adoptado en el volumen), a la que los trabajos de este libro son solo aportes parciales, de facturas también diversas.

La situación de esta historia es relevante para entender la idea de conjunto que propone el editor (es decir, porque todavía se pueda postular cierta unidad para estos trabajos). Básicamente, han sido dos las propuestas de lectura, que arrojan saldos diversos a eso que podría llamarse, no sin ciertas reservas (como se verá), «historia de la homosexualidad». La idea de que la homosexualidad es una realidad «perenne e inalterable» ha tenido dos lances. El primero, reconocible en las «historias generales», hace la homosexualidad una constante que atraviesa la historia (p. 11). El segundo, tras las propuestas socialconstruccionistas, recupera el esencialismo, bien que matizado por una contante «biopsíquica» (que se compadece con la llamada hipótesis represiva, haciendo de la historia de la homosexualidad nada más que el relato de devenires permisivos y/o represivos hilvanados en el tiempo, pp. 13-14). La razón de esta recuperación está en la entrada del socialconstruccionismo, que hace trastabillar no solo la idea de «una» homosexualidad, sino, sobre todo, de una «evolución» positiva de la misma. En este sentido se ha entendido la «vulgata foucaultiana» (que no tiene que corresponder necesariamente a lo dicho y pensado por Foucault) que propone una historia de prácticas (no de identidades), en cualquier caso sometidas a un reemplazo progresivo donde la desaparición de las motivaciones biopolíticas que la gestionaron desde la modernidad temprana (vinculadas a la reproducción, en connivencia con las taxonomías psicopatológicas, etc.), solo podía conducir a una liberalización de las prácticas, confirmando el presupuesto de una evolución positiva de la homosexualidad. El construccionismo detrae de la homosexualidad la posibilidad de un «fondo psíquico» inalienable, la idea de una identidad (p. 14), haciendo de la historia de la homosexualidad nada más que una historia de variaciones desde la práctica de la sodomía (muy limitada en Foucault, que no contempla formas como la «sodomía viril» o la figura del «sodomita afeminado», p. 15) hasta la práctica de la homosexualidad (donde la primera y la última marcan los hitos de una evolución jalonada por rupturas y transiciones, en cualquier caso «lineal»). Para evitar la pérdida de un suelo firme, el esencialismo reactivado (Boswell) se hará cargo de la variabilidad, pero sobre una base psíquica inalterable, estipulando que las variaciones estaban en la representación o conceptualización de la homosexualidad, nunca en su propia condición biológica.

Planteamientos como los de Sedgwick, Chauncey o Halperin vienen a romper este dualismo inestable. Sedgwick demuestra que las figuras no siguen un progreso lineal de «vía única» (pp. 15-16) y que hay formas antiguas que persisten en el tiempo (la partición antigua activo/pasivo, p. e., se entrecruza con la partición moderna del deseo homo/hetero). Además, como ha mostrado Chauncey, otros factores, como la raza o la clase, se entrecruzan en los modos de relacionarse sexualmente conformando una «madeja interactiva» (p. 16) que ha dado en llamarse «interseccionalidad». Halperin propone por su parte una trama de categorías (relación homoerótica, afeminamiento, sodomía, amistad y homosexualidad) que complican aspectos eróticos, pero también de otra índole.

Situadas las diversas posiciones y planteos más allá de una historia lineal, la obra se postula por tanto como una suerte de «álbum» que comprende algunos ejemplos de esta compleja trama de posibilidades. En cualquier caso, los estudios que componen el ensayo sostienen un enfoque «integracionista» común, comprometiendo la inserción de los estudios sobre la homosexualidad en la historia social y política, también etnográfica, que atraviesan a los conceptos y prácticas homoeróticas. También se articulan los trabajos en tres grandes ejes, de resonancia claramente foucaultiana. Las prácticas de poder, cuando el poder se ejerce como control y como persecución de disidencias compromete el primero; las relaciones «agónicas» (p. 19) entre prácticas de poder y prácticas de libertad, en sus relaciones recíprocas, el segundo. En tercer eje comprende las formas de «identidad» y de «subjetividad» que rinden tales prácticas.

El libro se divide en cinco capítulos, partidos por la cronología y por la geografía. El primero, escrito por Juan Martos Fernández, se ocupa de las relaciones homosexuales en Grecia y Roma. En el segundo capítulo Rafael Mérida aborda en una primera parte el homoerotismo masculino en la Europa medieval. El tercer capítulo, escrito por Javier Ugarte y Francisco Molina, trata el homoerotismo en la Edad Moderna. El capítulo cuarto, escrito por Richard Cleminson, aborda el s. XIX, empezando por la transición de las mentalidades del Antiguo Régimen a los planteamientos de la democracia liberal. El último capítulo, debido a Javier Fernández y a Geoffroy Huard, considera las experiencias y las luchas homosexuales en el s. XX.

El estudio de la homosexualidad helénica y latina revela al menos cinco patrones reconocibles en ambas culturas. Toda vez que la homosexualidad está marcada por el eje del deseo, ni en Grecia ni en Roma cabe encontrar la categoría de «homosexual» (i), toda vez que la marca de relaciones homoeróticas está en el eje actividad/pasividad, aludiéndose a lo sumo al afeminamiento (ii). La experiencia homoerótica está atravesada por el eje de la edad, comprometiendo normalmente a un adulto y a un joven (es una práctica intergeneracional) (iii). La experiencia homoerótica no se considera infidelidad en el caso de los participantes estén casados (iv). Por último, las relaciones homoeróticas no están encerradas en la «intimidad privada» (p. 41; sub. orig.), escenificándose, al igual que las relaciones de asimetría de clase que implicaban, de un modo u otro en la conducta social.

El capítulo dedicado a esa «etiqueta difusa» que designamos como Edad Media (p. 46), muestra las dificultades para encontrar una definición de «sodomía», que, por otra parte, recibe una condena unánime como acto «contra natura» o «nefando» (p. 47). Esto no supuso que, como han demostrado los estudios elaborados en los años 70 y siguientes del pasado siglo, las prácticas homosexuales estuvieran ausentes en toda la Edad Media (hubo «intolerancias» pero también «tolerancias», pp. 49-57). Boswell ha mostrado que, forzado por el celibato, en el primer Medioevo tuvo lugar un homoerotismo consciente, que sitúa bajo la tipología de «amistad apasionada». Más tardíamente, en torno a los siglos XII y XIII, se inicia un período de «tolerancia pública» en el que se puede hablar sin tapujos de una «subcultura gay» (p. 54; sub. orig.). Este período vendrá seguido de «condenas generalizadas» y una «hostilidad nueva» (p. e. en Sto. Tomás). Otro modo de embocar el análisis contempla las «regulaciones» que desarrollan los textos penitenciales y que comprometen igualmente las relaciones heterosexuales (con vistas a separarlas de la «fornicación»). La existencia y abundancia de piezas penitenciales demuestra lo común de la práctica homoerótica (p. 59 ss.). Confirma esta, llamémosle así, normalización de la conducta homoerótica su aparición en manuales científicos, así como en abundantes documentos literarios. La parte dedicada a la Edad Media ibérica demuestra su «excepcionalidad legal», toda vez que es en los códigos legales hispanos donde se encuentran tipificadas las condenas en contra de los actos sodomíticos (desde la castración genital hasta la hoguera). También fue algo característico en Iberia el uso de la sodomía en la literatura, vehiculando ataques personales (dando lugar al género poético del «sirventés» así como a las «cántigas de escarnio», p. 82 ss.). En todo caso, Mérida concluye su trabajo con la tesis interpretativa de que, contra la posición esencialista y biologicista (como la de Boswell) las identidades masculinas en el Medioevo «no fueron sexuales sino sociales» (p. 98).

La Edad Moderna recibe inicialmente las lecturas y condenas de la sodomía. Primero, no hay homoerotismo sino pederastia; segundo, tiene un carácter intergeneracional; y, tercero, las relaciones comprometen normalmente a las élites, teniendo una larga duración (p. 117). La condena de las relaciones homoeróticas se debió a la insuficiencia creciente de esclavos, con el fin de fomentar la natalidad. En el Medioevo la tipificación y la condena de las prácticas sodomíticas será mayor, hablándose no solo de actos «contra natura» sino también de sus divisiones («bestialismo», «molicies», etc.). Si bien la represión de estas prácticas en el reinado de Isabel y Fernando fue claramente reforzada (luego se sumaría Trento), también se tiene lugar una inesperada tolerancia hacia las prácticas homoeróticas (reconociendo los patrones grecolatinos). Este relajamiento fue especialmente acentuado en Florencia, no así en Venecia. Sea como fuere, las relaciones homoeróticas se forjaban en los talleres, con frecuencia eran aceptadas por los menores por las ventajas que podían reportarles (la sodomía típica era entre adulto-activo y menor-pasivo), y también tenían lugar entre iguales, forjándose lazos de amistad relevantes en el futuro. Las condenas judiciales informan de estas relaciones, mostrando toda una trama de intereses y de relaciones de estatus: denuncias por venganza, prostitución forzada, inviolabilidad de las élites, xenofobia, necesidad de galeotes, etc. Las guerras y las necesidades sobrevenidas modularán la regulación y/o reforzamiento de los castigos. Así y todo, está documentada la presencia de sodomitas afeminados en la primera Edad Moderna, conformando una comunidad que pudo hacerse visible y que llegó a tener sus propios lugares de encuentro, como los molly houses (p. 142). A finales del s. XVII el celo represor se incrementó, especialmente en Países Bajos, prologándose lo largo del s. XVIII. Lógicamente, las élites estaban exentas de tales castigos (en 1787 se abolió la pena de muerte por sodomía en el Sacro Imperio Romano Germánico, la que siguió Prusia en 1794). La Ilustración supuso una relajación, apareciendo el fenómeno de los libertinos.

El siglo XIX es, a juicio de Richard Cleminson, un «contexto privilegiado» para la producción del conocimiento sobre la sexualidad. El reconocimiento del homoerotismo se sostuvo desde una panoplia de novedades: los postulados de una nueva «scientia sexualis»; la secularización, con la consiguiente pérdida de prestigio moral de las iglesias; el incremento de la población y la aparición de un yo expresivo hasta entonces desconocido, el «yo escritor» de la novela moderna. El trabajo de Cleminson contiene un «caveat» contra Foucault, cuya apuesta genealógica ha sido aplicada de modo simplista, con su visión lineal opacando la fragmentación y la diferencia de velocidades en las formas de homoerotismo (p. 169). Un hecho especialmente relevante señalado por este autor (que se extiende por distintos países, de Rumanía a Rusia o Escandinavia, pasando por Portugal, Francia, Holanda y EE. UU. y Canadá) es la incidencia del colonialismo. El racismo biológico tan común en los países colonizadores se extendió al discurso sobre la salud y sobre las formas de sexualidad no reproductiva, vinculándose en esta época la homosexualidad con la presencia de rasgos «primitivos» que causaban un «desarrollo detenido» en los sujetos afectos por ellos. Otros factores que abundaron el discurso higienista están en la industrialización, que demandaba una biopolítica cada vez más eficaz y organizada para satisfacer las necesidades crecientes de mano de obra sana. La construcción de la nacionalidad también fue importante. Unida al racismo, aparecerá vinculada a rasgos morales como la «respetabilidad» o la «decencia» que ponen coto a las expresiones de la sexualidad consideradas, desde una perspectiva higienista generalizada, degeneradas o desviadas. Tampoco se puede obviar la intervención de los propios sujetos, incitando a los discursos especializados y a sus especialistas (p. 209).

El último capítulo compromete la historia de la homosexualidad en el s. XX. El «hilo narrativo» elegido pasa por señalar una división, considerando las dinámicas y comunidades más investigadas por una parte y aquellas otras que han recibido menor atención y demandan un estudio completo, por otra. Entre las primeras, la homosexualidad, aunque hoy en día se dé por hecho y refiera una subjetividad asentada, es una «subjetividad contingente» (p. 216) a cuya formación contribuyeron los discursos de expertos, con finalidades diversas (legitimar, patologizar o perseguir las conductas homoeróticas) y lances también diversos (relajación en los años 20, reafirmación fascista de la masculinidad -estigmatización y genocidio de los homosexuales, «triángulos rosas», etc.-, pp. 242-246). Este proceso fue de la mano de la aparición y consolidación de subculturas homosexuales que presentaron «defensas articuladas del deseo y la vida homosexuales». La tesis que sostienen los autores es que la relación entre el discurso experto y sociolegal y los activismos varios que fueron emergiendo intensificarán la contradicción entre las posiciones patologizadoras y persecutorias y las «premisas básicas del liberalismo democrático», tal y como confirmarán, primero los movimientos «homófilos» (p. 245) y luego los movimientos «de liberación gay», como las revueltas de Stonewall en 1969 y los movimientos vinculados al VIH a partir de los 80. También, a modo de colofón, los autores reconocen que estas luchas no garantizan en modo alguno un avance lineal, estando siempre expuestas a la violencia cotidiana y al neoconservadurismo rampante en todo el mundo.

Un libro que aporta interesantes y documentados estudios sobre la homosexualidad a lo largo de la historia, y que se anuncia como la primera parte de un estudio mayor sobre el homoerotismo, que compromete una futura monografía sobre el amor lésbico.