1. INTRODUCCIÓN
⌅La ética de desastres ha de ir acompañada de una resignificación del concepto de desastre, capaz de reconocer el papel de las injusticias estructurales en las catástrofes a las que asistimos, al menos desde el inicio de la industrialización y la era tecnocientífica, caracterizada por un aumento extraordinario del alcance de la acción humana.1
El sostén de la vida y la posibilidad de cuidar están en crisis, y esta crisis se percibe como catastrófica y angustiosa en lugares del mundo muy diferentes.4
En este artículo se describen, en primer lugar, algunos problemas de las definiciones actuales de los desastres, incluyendo la cuestión de los conceptos de vulnerabilidad empleados, desde la perspectiva que ubica en el centro los cuidados, el mantenimiento de la vida y la habitabilidad en los términos mencionados. La tesis central es que las definiciones actuales no tienen suficientemente en cuenta, por razones principalmente económicas, las condiciones de injusticia estructural en que ocurren hoy los desastres, tanto aquellos considerados “naturales” como aquellos considerados como “antrópicos”. La ética que se deriva de este tipo de perspectivas acaba resultando meramente paliativa o retórica, porque no permite plantear como catastróficas las situaciones subyacentes y persistentes de hambre, pobreza, carencia de recursos básicos, salud y habitabilidad en general.
En segundo lugar, se revisan las contribuciones y problemas de la ética del cuidado a la ética de desastres. Admitiendo que sus aportaciones son muy relevantes en este contexto, se detecta la necesidad de revisar algunos de sus presupuestos y de trabajar en la inclusión de principios de justicia que eviten la reintroducción de la explotación en el ámbito de los cuidados y el mantenimiento de la vida, así como para reconfigurar la dialéctica entre la lógica del capital y la de los cuidados (del “dejar crecer y hacer crecer”), para que la primera no se alimente de la segunda (de un modo opresivo, que puede ser legitimado por el discurso del cuidado como virtud, sobre todo femenina). En definitiva, una ética del cuidado feminista y anticapitalista, en el sentido de que antepone la vida y el cuidado a la acumulación y movilización del capital encaminadas a su autopromoción (la autopromoción del capital en manos de élites de propietarios, insostenible desde un punto de vista medioambiental).
2. LOS CUIDADOS Y LOS DESASTRES
⌅La definición de “desastre” de la UNDRR (Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres), incluye la idea de que los desastres se deben a “acontecimientos azarosos en interacción con condiciones de exposición, vulnerabilidad y capacidad” de las comunidades afectadas.5
Tampoco la vulnerabilidad de ciertos grupos que suelen resultar más perjudicados en caso de desastres es ontológica, en el sentido de que venga dada de un modo natural, independiente de las condiciones socioeconómicas de vida, como sostienen Wisner et al. (2004Wisner, Ben; Blaikie, Piers; Cannon, Terry; Davis, Ian (eds.). 2004. At Risk: Natural Hazards, People’s Vulnerability, and Disasters. London: Routledge.). Amplios grupos de población de los países con peor calidad de vida,7
Por otra parte, al hablar de disrupciones graves del funcionamiento de una comunidad, se presupone que ocurre algo que interfiere en un desenvolvimiento normal de la vida en ella, de modo que el desastre adquiere una dimensión puntual, excepcional, en el transcurso de un proceso en el que la vida humana y no humana se sostienen y desenvuelven. Así ocurrió en España durante el terremoto de Lorca de 2011, la riada del camping de Biescas de 1996 o la catástrofe de Ribadelago de 1959. Estos tres eventos podrían considerarse como “desastres disruptivos”, que causaron víctimas mortales y graves daños en las infraestructuras; fue necesario realizar un esfuerzo para atender a las personas heridas y reparar y restaurar los medios de vida de las comunidades afectadas. Se suelen distinguir de los “desastres bien circunscritos”, que afectarían a sociedades bien organizadas en términos de prevención, infraestructuras y capacidad de respuesta, y que tendrían un efecto temporal y asumible; y de los “desastres dobles”, que afectan a grupos humanos en situaciones de inestabilidad y pobreza extrema, como el terremoto de Haití de 2010.10
Teniendo en cuenta todas estas consideraciones, proponemos entender los desastres como crisis graves que afectan al funcionamiento de una comunidad o sociedad con serias pérdidas de tipo humano, material y medioambiental, con dificultad para sostener la vida y los cuidados de un modo auto-gestionado o con recursos propios. De este modo, se amplía mucho el concepto de desastre, un primer paso para replantear los términos de su gestión.
Los desastres, sean de la etiología que sean, agudizan las necesidades de cuidados, acentúan la crisis de cuidados generalizada a la que asistimos, o pueden comprenderse como un subproducto de dicha crisis. Hay, hoy, más de 520.000 personas al borde de la hambruna en el mundo; 155 millones en niveles extremos de inseguridad alimentaria severa, ambas cifras incrementadas por la pandemia de la Covid-19.14
La crisis de cuidados y de vida a la que me he referido al principio de este apartado incluye (1) el grave problema mundial de inseguridad alimentaria y hambruna, (2) el problema, en general, de acceso y autogestión de los medios de subsistencia, cuidado y autocuidado (3) las diferentes formas en que son explotadas o esclavizadas las personas (en su mayoría, mujeres) encargadas de cuidar (4) la relación extractiva e insostenible con la naturaleza, incluyendo tanto a los ecosistemas como a los animales, que hoy amenaza seriamente con llevarnos a un estado de cambio climático plagado de catástrofes, entre otros riesgos globales.15
3. LA ÉTICA DEL CUIDADO
⌅Hay diferentes éticas del cuidado, cuya diferencia principal podría ser que unas consideran posible conciliar el enfoque de la moral como justicia con el enfoque de la moral como cuidado (como Carol Gilligan, 1982Gilligan, Carol. 1982. In a Different Voice. Psychological Theory and Women’s Development. Harvard: Harvard University Press.) y otras piensan que se trata de enfoques mutuamente excluyentes, y relegan la justicia a un segundo plano, considerando la prioridad del cuidado desde un punto de vista moral, tanto en el plano personal como en el intersubjetivo y cívico (como Virginia Held, 2005Held, Virginia. 2005. The Ethics of Care. Oxford: Oxford University Press.). En este segundo grupo se encontrarían también aquellas éticas del cuidado que podríamos denominar “maternalistas”, que se basan en la experiencia de la maternidad, como es, paradigmáticamente, la de Nel Noddings (2013Noddings, Nel. 2013. Caring: A Relational Approach to Ethics and Moral Education, 2nd ed. Berkeley: University of California Press.), y también la de Sara Ruddick (2002Ruddick, Sara. 2002. Maternal thinking. Toward a politics of peace. Boston: Beacon Press.). El planteamiento que sostengo en este trabajo se enmarca en el primer grupo, no solo porque pienso que no se puede sostener una ética del cuidado sin tener en cuenta el contexto patriarcal en el que las mujeres han cuidado históricamente, ni que el cuidado se ha llevado a cabo en condiciones de explotación, sino también porque no es admisible poner el cuidado en el centro (las necesidades de cuidado y el valor de cuidar) sin evaluar la justa o injusta distribución de necesidades satisfechas e insatisfechas, de tareas y de cargas. No tener en cuenta estas consideraciones es lo que lleva a Nel Noddings (2013Noddings, Nel. 2013. Caring: A Relational Approach to Ethics and Moral Education, 2nd ed. Berkeley: University of California Press., p. 84) a afirmar que, desde la posición de la clase media norteamericana, no existen obligaciones de cuidado con los niños que padecen hambre en África; esto es lo que se sigue de asumir un enfoque basado en obligaciones personales que no tiene en cuenta el análisis de las relaciones internacionales de explotación, ni admite las deudas históricas de las colonias con las metrópolis, las estrategias neocoloniales y el vínculo estructural que existe entre el consumismo del mundo “desarrollado” y la expropiación y la explotación en las periferias —lo que Santiago Alba Rico (2007Alba Rico, Santiago. 2007. Capitalismo y nihilismo. Dialéctica del hambre y la mirada. Madrid: Akal.) denomina la “dialéctica del hambre y la mirada”—.
La ética del cuidado podría entenderse como un tipo de ética de la virtud en sentido aristotélico, y, en cierto modo, reconoce esta herencia, pero se distingue de ella por su contexto de aparición y porque tiene una tradición feminista propia. En común tienen, por ejemplo, la importancia dada a los contextos y las particularidades, el rechazo de la formulación de principios para guiar la conducta moral, así como el rechazo de que los juicios éticos tengan que ser universalizables y el carácter relacional del sujeto moral, junto con la posibilidad de integrar las emociones en el razonamiento moral. Sin embargo: la ética aristotélica de la virtud no se entiende fuera de la polis; es una ética para ciudadanos libres e iguales (y por tanto, en su contexto, tiene un carácter aristocrático; la libertad e igualdad de los ciudadanos se erigía sobre el sometimiento o esclavitud de mujeres y sirvientes que se hacían cargo, precisamente, de las labores de cuidado).
Por el contrario, la ética del cuidado nace de valorar las experiencias de cuidado que las mujeres habían acumulado como resultado de estructuras patriarcales que no las consideraron, tradicionalmente, como libres e iguales. Las madres de la ética del cuidado subrayan el hecho de que las mujeres, excluidas del campo de la ética de los libres e iguales, han desarrollado y cultivado experiencias morales valiosas en sus relaciones de cuidado y atención a la dependencia y la vulnerabilidad. En el caso de Carol Gilligan (1982Gilligan, Carol. 1982. In a Different Voice. Psychological Theory and Women’s Development. Harvard: Harvard University Press.), reivindica el valor e igual dignidad del razonamiento moral identificado en las niñas y mujeres, frente a la teoría del desarrollo moral de Kohlberg, basada en el estudio del modo en que los niños y los hombres alcanzaban las máximas capacidades de argumentación moral (en términos de derechos y justicia) y posteriormente aplicado a la evaluación de las mujeres y las niñas.16
La ética del cuidado reivindica el valor moral de cuidar, acompañar y atender. Los cuidados y atenciones son todas aquellas tareas o formas de estar con enfocadas al apoyo, mantenimiento y promoción de las vidas y las relaciones de un modo que pueda ser sostenible. Frente a la explotación y la expropiación, la lógica de los cuidados es la del “dejar crecer y hacer crecer”, en términos de María Mies (1999Mies, María. 1999. Patriarcado y acumulación a escala mundial. Madrid: Traficantes de sueños.).
Para comprender el valor moral de los cuidados es preciso realizar una genealogía fenomenológica (tal vez también hermenéutica) de los cuidados. Es a partir de las experiencias mismas de cuidados, de sus problemas y sus dificultades, como podemos comprender cómo se puede hacer eso que es cuidar y que tiene un valor moral. No se trata de elaborar una serie de principios de cómo cuidar para imponerlos como normas, sino de aprender de las experiencias de cuidado y formarnos, desde ese aprendizaje, en el cuidado, en el mismo sentido en que Aristóteles pensaba que la virtud se podía enseñar y aprender mediante el hábito. Para ello, es preciso acudir a obras como la de Florence Nightingale, cuyas Notes on Nursing (1860Nightingale, Florence. 1860. Notes on Nursing. New York: D. Appleton and Company.) invitan a la auto-formación de las enfermeras y de todas las personas que cuidan en general, apelando a sus capacidades cognitivas e intelectuales para formarse libremente a partir de su experiencia. De este modo se dignifica las labores de cuidado de la salud, en la medida en que se las asocia a un conocimiento (knowledge), y se dignifica con ello a las cuidadoras, cuyas tareas no habrían de ser serviles y tendrían un valor propio, fundamental para la superación de la enfermedad y el mantenimiento de la vida (Nightingale, 1860Nightingale, Florence. 1860. Notes on Nursing. New York: D. Appleton and Company.). Nightingale, además, adquirió su experiencia en el desastre sanitario que padecía el ejército británico en plena guerra de Crimea. Con un equipo de 38 enfermeras, mejoró radicalmente la limpieza e higiene en el hospital militar en Scutari, al que llegó en 1854, y logró que bajara la tasa de mortalidad, sobre todo por enfermedades infecciosas contraídas durante la hospitalización, lo que podríamos considerar una intervención histórica exitosa, centrada en proporcionar cuidados adecuados, en un contexto de desastre. Posteriormente, inició una reforma higiénica de los hospitales ingleses y en la India (entonces colonia británica), además de introducir la estadística en el ámbito de la enfermería y la salud pública (Macho, 2020Macho Sandler, Marta. 12/05/2020. Florence Nightingale, mucho más que la dama de la lámpara. Tribuna Feminista. Tribuna Feministahttps://tribunafeminista.org/2020/05/florence-nightingale-mucho-mas-que-la-dama-de-la-lampara/).
Las labores de cuidado han sido minusvaloradas e invisibilizadas, y han sido desempeñadas, tradicionalmente, por mujeres y por sirvientes o esclavos en una situación de inferioridad de derechos y de reconocimiento. Ni siquiera Marx, cuando describió las características y consecuencias de la explotación y la alienación de los obreros y obreras asalariados en el marco de producción capitalista, identificó aquellas actividades dedicadas al mantenimiento de la vida como un ámbito en el que también podía haber explotación y alienación (tal vez con características propias). Pero, más allá de este hecho, sabemos que el capitalismo necesita intrínseca y estructuralmente, para que la acumulación de capital continúe siendo posible, del patriarcado—un tipo de relaciones hombre-mujer en las que las mujeres producen vida y productos en condiciones de explotación, alienación y esclavitud como fuente inagotable de rendimiento gratuito o muy barato en términos de capital (Mies, 1999Mies, María. 1999. Patriarcado y acumulación a escala mundial. Madrid: Traficantes de sueños.)—y de la actividad socio-reproductiva, unida a la explotación de la naturaleza (Fraser, 2022Fraser, Nancy. 2022. Cannibal Capitalism. London: Verso.). Si estas tesis son ciertas, no basta con identificar la lógica del cuidado (dejar vivir y hacer vivir) y promoverla con el fin de alimentar los cambios necesarios para afrontar la crisis de cuidados (y atender, así, estructuralmente, a los desastres involucrados en ella). No basta porque los frutos de los cuidados y el caudal de vida seguirían siendo integrados en la lógica de la expropiación (apropiación de tierras, cuerpos, vidas, recursos) y la explotación (apropiación del rendimiento de las capacidades y productividad de las trabajadoras). La crisis de cuidados solo se puede abordar, hoy, estructuralmente, desde el desmantelamiento de la lógica capitalista y de la dialéctica existente entre esta y la lógica de los cuidados, unido a una compensación (que nunca va a ser justa, porque sería imposible de pagar), histórica y social, por los abusos previos, como en cualquier proceso de justicia transicional.
4. POTENCIAL DE LA ÉTICA DEL CUIDADO
⌅La ética del cuidado apela a nuestras capacidades para dar respuesta a necesidades humanas (y no humanas) y a la vulnerabilidad que nos es constitutiva, incluyendo el cuidado del arraigo existencial a la vida (del deseo de vivir y aquello que lo favorece) y el de las relaciones mismas. Así, realiza una revisión ontológica y normativa de las concepciones previas del sujeto moderno, tal y como fue asumido por las ciencias sociales desde la modernidad (vid. la crítica de Braidotti, 2015Braidotti, Rosi. 2015. Lo posthumano. Barcelona: Gedisa.). La razón es que se plantea desde una antropología que entiende a los seres humanos, los animales y los ecosistemas como seres insertos en relaciones de dependencia mutua, capaces de resistir y adaptarse, pero también frágiles. Por eso la ética del cuidado corrige la idea de autonomía en el sentido de una “autonomía relacional” (Casado da Rocha, 2014Casado da Rocha, Antonio. 2014. Autonomía con otros. Madrid: Plaza y Valdés.), frente a posiciones más individualistas. Además, una ética del cuidado consecuente incorporaría la vulnerabilidad y la dependencia como factores intrínsecos a lo humano y a la vida en general, y no como excepciones a una norma, que sería la independencia. Contribuye, así a des-estigmatizar la dependencia y permite pensar la ética y la política desde la vulnerabilidad (Feder Kittay, 2006Feder Kittay, Eva. 2006. The concept of care ethics in biomedicine. The case of disability. En ChristophRehmann-Sutter, MarcusDüwell y DietmarMieth (eds.), Bioethics in Cultural Contexts (pp. 319-339). Dordrecht, The Netherlands: Springer.).
Así entendida, la ética del cuidado obliga a revisar las teorías de la justicia, en la medida en que se entienda la justicia no solamente en términos de una distribución equitativa de recursos, bienes y servicios, sino también como el acceso a comunidades de cuidado mutuo, donde las propias necesidades y potencialidades se pueden satisfacer y se contribuye a la satisfacción de las necesidades y potencialidades de otros/as. Un ejemplo en este sentido son las denominadas “comunidades de práctica” (CoP, por sus siglas en inglés), que funcionaron muy bien a la hora de gestionar el estrés moral del personal sanitario durante la pandemia de la Covid-19, como explican Delgado et al. (2021Delgado, Janet; Siow, Serena; De Groot, Janet; McLane, Brienne y Hedlin, Margot. 2021. Towards collective moral resilience: the potential of communities of practice during the COVID-19 pandemic and beyond. Journal of Medical Ethics47: 374-382. 10.1136/medethics-2020-106764). De igual modo, las iniciativas de manejo de los desastres basadas en la comunidad (vid. el caso que plantean Gaillard y Le Masson, 2007Gaillard, Jean-Christophe y Le Masson, Virginie. 2007. ‘Traditional Societies’ Response to Volcanic Hazards in the Philippines. Mountain Research and Development, 27 (4), 313-317. 10.1659/mrd.0949) resultan las mejores a la hora de lidiar con los traumas colectivos que pueden suponer. Cuando las personas afectadas por un desastre pueden formar parte de la gestión del mismo de un modo u otro (que puede incluir el voluntariado) en todas sus fases, el trauma suele ser más manejable, porque se establecen estrategias colaborativas en el seno de la comunidad de la que se forma parte (Van der Kolk, 2014Van der Kolk, Bessel. 2014. The body keeps the score: brain, mind, and body in the healing of trauma. New York: Viking Penguin.).
La ética del cuidado no es una ética deontológica ni una ética formal; se basa en experiencias que, moduladas culturalmente, son universales. Esto constituye una ventaja en la medida en que se pone el acento en la posibilidad de formarnos responsablemente sin postular o imponer obligaciones generales. Finalmente, si, como pienso, la crisis de cuidados es la más crucial y decisiva de las que afrontamos, resulta indispensable la discusión acerca de qué ética y qué economía política nos han traído hasta aquí y cuáles pueden sacarnos del pozo.
5. PROBLEMAS DE LA ÉTICA DEL CUIDADO
⌅Como ya advirtió Florence Nightingale, el primer problema que plantea la ética del cuidado es su posible paternalismo o maternalismo, es decir, que se resuelvan las necesidades ajenas imponiendo el criterio propio sobre el de la persona atendida, dándole lo que no desea, aprovechando su situación de vulnerabilidad para conducirlo de un modo contrario a su estilo propio o sobreprotegiéndola. Se podría ver como el conflicto entre el principio de autonomía y el principio de beneficencia en la bioética clásica, aunque posee matices diferentes relevantes. En cualquier caso, si el paradigma del cuidado es el del cuidado de los menores, la relación de cuidado puede volverse incapacitante para la persona atendida, sobre todo si entendemos la crianza como moldeamiento y no como acompañamiento del crecer.
El segundo problema es el sacrificio, o el conflicto entre cuidar de otros/as y cuidar de sí. Este problema aparece en las éticas del cuidado maternalistas; para Nel Noddings, el héroe moral en una ética del cuidado es quien puede cuidar sin el sustento de ser cuidado. Esta idea hipostatiza el sacrificio y puede legitimar moralmente la explotación. Sacrificarse es dar más allá de las propias posibilidades de recuperación, de igual modo que la explotación es la exigencia de dar más de lo que se remunera y a costa también de la posibilidad de recuperación. El sacrificio puede ser un acto de generosidad, pero para ello no puede ser impuesto, obligatorio. Existe una desmesura del sacrificio, incluso cuando este es libremente elegido: la del sacrificio por el sacrificio mismo o el sacrificio inútil, que puede basarse en la idea de que existe algo moralmente superior en el sufrimiento per se.17
Como señala Virginia Held, defender una ética del cuidado no significa defender un modelo tradicional de cuidado; al contrario, reivindicamos la experiencia de las mujeres y los cuidadores silenciados, pero no la jerarquía ni la falta de reconocimiento en el ejercicio de sus tareas. Si hemos revisado las ideas de justicia y ya no defendemos la ley del talión (que era un principio de reciprocidad) también hemos de revisar las ideas de cuidado. Esto incluye la reflexión sobre las implicaciones del paternalismo y el maternalismo. Es preciso combinar el cuidado con el respeto de la libertad y los estilos del otro/a, aunque es justamente en esa definición de libertad o autonomía donde aparecen los problemas y los dilemas morales.
La ética del cuidado no debe perder de vista la asimetría entre la cuidadora y la persona cuidada. Para mantener el equilibrio, podría avanzar hacia relaciones de cuidado mutuo, y hacia la reflexión y la práctica del autocuidado. Habrá personas o animales que no puedan cuidar en absoluto, pero existe un amplio abanico de posibilidades de cuidado, que van desde tareas como alimentar hasta acompañar o prestar atención (atender es una forma de cuidar de una relación que no se vuelve paternalista o maternalista tan fácilmente).
6. ¿HACIA UNA ÉTICA ANTICAPITALISTA DEL CUIDADO PARA AFRONTAR LOS DESASTRES?
⌅La lógica del cuidado (dejar crecer y hacer crecer) se contrapone a la del capitalismo, porque este se basa en la acumulación y reinversión de capital obtenido mediante la expropiación y la explotación de la naturaleza, los recursos, los cuerpos humanos y no humanos más allá de sus límites de recuperación (de un modo “insostenible”). Es esta lógica capitalista la que nos ha conducido a la actual crisis de cuidados, porque si bien en esa apropiación del rendimiento del cuidado y del crecimiento y almacenamiento natural, el capitalismo siempre jugó con los límites de la reproducibilidad (tratando de llevarla al extremo), en la situación actual ha traspasado ya las posibilidades de recuperación (Fraser, 2022Fraser, Nancy. 2022. Cannibal Capitalism. London: Verso.). Con el problema del cambio climático, unido a otras amenazas medioambientales, que generan una situación de alto riesgo y gran incertidumbre, el modelo y la lógica capitalista se han vuelto perfectamente in-sostenibles. Eso no significa que el capitalismo no vaya a continuar, pues podrá hacerlo mientras tenga cuerpos y/o recursos de los que apropiarse, pero sí que los actuales desastres y crisis de vida se irán volviendo más y más agudas y mortíferas, y que las injusticias continuarán agravándose. Más aún, el capital sabe, y ha sabido siempre, adaptarse a todo tipo de circunstancias, e incluso a aquellas que parecían más adversas y generar sus propios discursos de autolegitimación (Boltanski y Chiapello, 2002Boltanski, Luc y Chiapello, Ève. 2002. El nuevo espíritu del capitalismo. Madrid: Akal.). En el más reciente informe sobre cambio climático se plantea que en los desastres naturales ya ocurridos y en los que se avecinan, así como en los cambios que se esperan, habrá oportunidades de negocio. Es lo que Paulo Tavares denomina la “lógica de la destrucción creativa” a escala climática global: la utilización de “los mismos medios para infligir violencia contra la naturaleza [desplegados como] instrumentos para su sanación”.18
La lógica del capital, por sí misma, no se puede mantener; necesita de (se asienta sobre) los cuidados, y de una relación extractiva e in-sostenible con naturaleza. Sería imposible remunerar y capitalizar todos los cuidados y toda la relación con la naturaleza. El “dejar y hacer crecer” no son un “otro” del capitalismo, sino parte elemental de la sociedad capitalista (Fraser, 2022Fraser, Nancy. 2022. Cannibal Capitalism. London: Verso.). Si estamos en lo cierto, entonces, no basta con apoyar y promover los cuidados, su lógica vital y el entramado valorativo articulado en torno a ellos, ni siquiera una vez que hemos revisado sus cuestiones problemáticas, relativas al paternalismo/maternalismo, la explotación y el sacrificio. Si la esfera de los cuidados se ampliara, en un contexto capitalista, el capital tendría aún más recursos, cuerpos y vida de los que apropiarse. Podríamos encontrar recursos morales en los cuidados para afrontar los desastres, pero seguiríamos sin ir a la dimensión estructural del problema. A la luz de esta posibilidad, comprendemos mejor las dimensiones de la afirmación de Nel Noddings, que no veía obligación de cuidar a los niños de África. La ética del cuidado también se puede convertir en retórica ética que envuelve de legitimidad moral lo que es intolerable. Por eso, una ética del cuidado que sirva, estructuralmente, para afrontar las circunstancias de desastres, ha de vincularse a la crítica económico-política. El escenario, sin embargo, no es halagüeño. La lógica del capital es más poderosa que la lógica del “dejar y hacer crecer” y sabe cómo imponerse sobre ella. La segunda es desinteresada, lenta, no se concilia bien con los deseos individuales y colectivos de dinero y poder.
¿Sería posible, si estas hipótesis son ciertas, una ética anticapitalista del cuidado que pudiera aportar elementos para una mejor gestión (también estructural), de los desastres? En primer lugar, los contextos de desastres son contextos de desbordamiento, tanto si pensamos en emergencias puntuales para las que hay recursos disponibles como si pensamos en desastres cuyo abordaje requiere de apoyo externo a la comunidad afectada, o de condiciones de vida desastrosas (como las que se dan en circunstancias en que no se puede conseguir lo necesario para vivir). El desbordamiento conlleva demandas urgentes de atención sanitaria y psicosocial que superan la capacidad de respuesta del personal disponible y vuelven los recursos rápidamente insuficientes, incluso cuando hablamos de sistemas de protección bastante desarrollados, como hemos visto en muchos países durante la pandemia de la Covid-19. Como en los estados de desgracia o aflicción extrema, aparecen crisis personales, morales y existenciales muy fuertes. El personal asistencial se ve compelido a sacrificarse más allá de sus capacidades y a tomar decisiones de gran carga moral. Jornadas de trabajo sin fin o exigencias extraordinarias, como la de renunciar a convivir con la propia familia para evitar los contagios de quienes estaban en primera línea de atención a las personas afectadas por la Covid-19, son algunos ejemplos. Esta circunstancia rebaja la calidad de la atención sanitaria prestada o la vuelve prácticamente inexistente ante la carencia de personal, temporal o persistente, como en países con sistemas sanitarios débiles.
Ante esto, una ética del cuidado pondría en el centro la autogestión de las necesidades de subsistencia de las comunidades asediadas por el desempleo, las condiciones laborales infrahumanas, la desposesión o la deuda. Ninguna razón podría justificar que este no fuera el centro de toda consideración ético-política, ni que la libre definición y gestión de esas necesidades se mantuviera al margen del capital. En aquellas comunidades en las que los desastres constituyen verdaderas disrupciones de un estado de cosas en que la vida puede ser atendida, la ética del cuidado admitiría la necesidad de distinguir entre lo urgente y lo que puede esperar, como proponen los métodos de triaje (Gil, 2020Gil Martín, Francisco Javier. 2020. Triaje y ética de desastres. Telos. Revista Iberoamericana de Estudios Utilitaristas, 24 (1-2), 1-17. 10.15304/telos.24.1-2.7154). Sin embargo, y teniendo en cuenta que, en el contexto tecnocientífico, la atención sanitaria tiende a materializarse en medidas higiénicas y profilácticas exacerbadas, y en una medicina eminentemente farmacológica, la ética del cuidado advierte que cualquier medida sanitaria que reduzca los cuerpos a cuerpos físicos, sin atender a la salud mental, psicosocial y medioambiental,19
Frente a modelos bioéticos individualistas, tanto a nivel clínico como de salud pública, la ética del cuidado se preocupa por las relaciones, y esto incluye el acompañamiento entre los cuerpos vivos, con los cuerpos enfermos, con los cuerpos al final de la vida y con los cuerpos fallecidos. Una comprensión holística de la salud incluye todas estas dimensiones, y también el vínculo entre salud y medio ambiente que estamos estableciendo desde el principio. Resolver una crisis sanitaria con un remedio que causa, a su vez, daños masivos, aunque sirva al capital y sea una oportunidad de negocio, es algo que una ética del cuidado de este tipo consideraría injustificable. Asimismo, limitaría la aplicación de medidas utilitaristas, y trataría de abordar la escasez de personal y recursos mediante el cultivo de relaciones de apoyo y cuidado mutuo que permitieran compensar la eventual falta de expertos/as. En este sentido, puede haber asociaciones ciudadanas de apoyo a los servicios sanitarios o de emergencia en niveles de cuidado o atención que no requieran especialización, pero que puedan acompañar en momentos cruciales, tanto a las personas afectadas como a los/as profesionales, como las ya mencionadas “comunidades de práctica” (CoP) (Delgado et al., 2021Delgado, Janet; Siow, Serena; De Groot, Janet; McLane, Brienne y Hedlin, Margot. 2021. Towards collective moral resilience: the potential of communities of practice during the COVID-19 pandemic and beyond. Journal of Medical Ethics47: 374-382. 10.1136/medethics-2020-106764). Esta vía es válida tanto en el momento de la respuesta a una catástrofe repentina como en situaciones de necesidad persistente, y vale igualmente para fases preventivas. El debilitamiento de las relaciones sociales que acentuó la pandemia va en contra de esta tendencia, lo que, a su vez, va en contra de la capacidad de respuesta frente a situaciones críticas de todo tipo, personales y sociales.20
En este punto, la ética del cuidado, de un modo general, nos invitaría a cultivar hábitos de cuidado mutuo (incluyendo la atención) generalizadas, y no solamente entre el personal sanitario y asistencial, aprendiendo de las experiencias pasadas. De igual modo, a organizar bien las necesidades de cuidado existentes, detectando las formas de explotación de las personas que cuidan y los elementos paternalistas o maternalistas que se imponen o coartan, como apuntaba Florence Nightingale, las posibilidades de recuperación de los cuerpos.
7. CONCLUSIÓN
⌅Asistimos a una crisis mundial de vida y cuidados experimentada en diferentes lugares del planeta como catastrófica, y vivida, como no podría ser de otro modo, con profunda angustia individual y colectiva. Esta situación se debe a graves injusticias estructurales basadas en la dialéctica capitalista existente entre la lógica explotadora-expropiatoria y la lógica del hacer crecer y dejar crecer. Las definiciones predominantes de los desastres (manejadas por las agencias internacionales) adolecen de sesgos culturales, epistemológicos y tecnocráticos, por tres razones:
- - Al hacer excesivo hincapié en la dimensión azarosa de los desastres, no admiten las causas de injusticia estructural que apuntan al modelo capitalista y su relación con la naturaleza, como prueba el carácter antrópico del cambio climático y otras amenazas medioambientales como las pandemias por zoonosis.
- - Al plantear los desastres como una relación entre un acontecimiento azaroso y unas condiciones de vulnerabilidad, se establecen patrones de vulnerabilidad asignados de arriba abajo, sin distinguir entre vulnerabilidad y vulnerabilización, imponiendo así definiciones y clasificaciones de grupos vulnerables que no atienden a las estrategias y situaciones que los vuelven vulnerables de facto (naturalizando así situaciones de injusticia social), e imponiendo también determinados modos de comprender la vulnerabilidad que no escuchan las posiciones de las personas concernidas ni atienden a sus capacidades de autogestión.
- - Al insistir en el carácter disruptivo de los desastres de la “vida normal” de una comunidad, queda en el aire la cuestión de aquellas situaciones en que las circunstancias de “vida normal” son de crisis permanente, en la medida en que están amenazados el acceso y la gestión de los medios de subsistencia y la reproducibilidad de la vida.
Por otra parte, se nos ha planteado la necesidad de vincular la ética del cuidado a cuestiones de justicia, pues pensamos que lo contrario supondría obviar tanto el contexto patriarcal en el que las mujeres han cuidado tradicionalmente, como las condiciones de explotación en que se ha realizado la labor de cuidar, así como olvidar que la opulencia de las élites ocurre a costa del sometimiento a la miseria de la mayoría. Desde esta óptica, hemos revisado dos problemas de la ética del cuidado: el paternalismo/maternalismo y la moral del sacrificio, sosteniendo la necesidad de ampliar la noción de cuidado hacia procesos de acompañamiento, apoyo y atención, por un lado, y de “cuidado mutuo” por otro. Así, lo que la ética del cuidado puede aportar a los contextos de desastres es, sobre todo, la idea de que cultivar procesos de acompañamiento, apoyo y atención mutuos fortalecerán las posibilidades de gestión de las crisis de vida. En general, la ética crítica puede (y debe) contribuir a identificar la retórica moral y los discursos de autolegitimación capitalistas y biopolíticos. Sin embargo, la ética sola no basta para poner en marcha los cambios necesarios para abordar estructuralmente los problemas de fondo, y ha de acompañarse de acciones económicas y políticas que atiendan a la necesidad de reconfigurar la dialéctica entre la lógica del capital y la del “dejar crecer y hacer crecer” de los cuidados, de tal modo que la primera no se anteponga a ni se apropie de la segunda. Por eso tampoco basta con cuidar, aunque siga siendo necesario, y también sea necesaria la tarea de replantear la organización y los modelos de cuidados desde posiciones feministas y epistémicamente más justas.