ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 68
enero-junio 2023, e14
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2023.68.14

BALIBAR Y LA IGUALIBERTAD / BALIBAR AND EQUALIBERTY

ARTÍCULOS

Dos problemas de la articulación política democrática en el neoliberalismo: la exclusión y la división social del trabajo político

Two problems for a democratic political articulation under neoliberalism: exclusion and social division of political labour

Jorge Costa

Universidad de Alcalá

https://orcid.org/0000-0001-6640-7549

Resumen

En este artículo abordo dos obstáculos para la articulación política democrática en un régimen neoliberal: la exclusión y la división social del trabajo. Para ello, partiré de una primera delimitación de rasgos comunes a las movilizaciones sociales en el neoliberalismo desde el punto de vista de su relación con la política institucional. Después, reformularé esa misma caracterización a través del concepto relacional del Estado procedente de Nicos Poulantzas y reelaborado por Étienne Balibar, para centrarme en el análisis de los dos problemas centrales del artículo: la exclusión y la reproducción de la división social del trabajo en la política. Para el tratamiento de estas cuestiones me serviré del marco de análisis desarrollado por Balibar a partir de los conceptos de igualibertad y Estado nacional-social. Por último, en las conclusiones, propondré respuestas democráticas para los dos problemas señalados.

Palabras clave: 
Neoliberalismo; democracia; exclusión; división social del trabajo; Étienne Balibar.
Abstract

In this article I address two obstacles for a democratic political articulation in a neoliberal regime: exclusion and the social division of labour. To do so, I will start with a first delimitation of the features common to social mobilisations in neoliberalism from the point of view of their relationship with institutional politics. Then, I will reformulate this same characterisation through the relational concept of the state provided by Nicos Poulantzas and reworked by Étienne Balibar, in order to focus on the analysis of the two central problems of the article: exclusion and the reproduction of the social division of labour in politics. To address these issues, I will use the framework of analysis developed by Balibar on the basis of the concepts of Égaliberté and the National-social state. Finally, in the conclusions, I will propose democratic responses to the two problems outlined above.

Keywords: 
Neoliberalism; Democracy; Exclusion; Social division of labour; Étienne Balibar.

Recibido: 27  noviembre  2022. Aceptado: 13  marzo  2023.

Cómo citar este artículo/Citation: Costa, Jorge (2023) "Dos problemas de la articulación política democrática en el neoliberalismo: la exclusión y la división social del trabajo político". Isegoría, 68: e14. https://doi.org/10.3989/isegoria.2023.68.14

CONTENIDO

UNA PRIMERA APROXIMACIÓN: ALGUNOS ELEMENTOS COMUNES A LAS MOVILIZACIONES SOCIALES EN EL NEOLIBERALISMO

 

En este artículo1Este artículo forma parte de los proyectos de I+D: «Institución y Constitución de la Individualidad: Aspectos Ontológicos, Sociales y de Derecho» (PID2020-117413GA-I00) y «Desacuerdo en actitudes. Normatividad, desacuerdo y polarización afectiva (DEA)» (PID2019-109764RB-I00); así como de los grupos de investigación PAIDI HUM-1036: «Filosofía Social: análisis crítico de la sociedad y la cultura» y «Filosofía Social - UAH». me propongo utilizar algunas de las ideas de Étienne Balibar (2017)Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial. recogidas en La igualibertad con el fin de analizar un fenómeno político característico de nuestro tiempo: la incapacidad que tienen las movilizaciones sociales masivas para articularse políticamente de manera estable.

Si pensamos en procesos de movilización como el reciente Estallido social de 2019 en Chile, rápidamente vienen a la mente otras movilizaciones que pueden situarse en una serie comparativa con rasgos similares: la crisis posterior al Corralito de 2001 en Argentina, el 15M en España, las protestas de 2013-14 en Brasil, los Gilet Jaunes en Francia o las protestas en Colombia entre 2019 y 2021.2La lista no es, ni mucho menos, exhaustiva. Fenómenos como la primavera árabe o las protestas en Grecia posteriores a la crisis de 2008 podrían añadirse a ella, pero no me atrevo a pronunciarme sobre procesos que no conozco bien. Creo, no obstante, que los citados en la lista se diferencian claramente de otros dos tipos de movilizaciones también contemporáneas que no comparten los rasgos que citaré a continuación en el texto: el movimiento antiglobalización (con grandes hitos en Seattle, Génova o Barcelona) y otras movilizaciones donde hay un claro liderazgo -nunca indiscutido- de una organización política, como las distintas manifestaciones del Socialismo del Siglo XXI en América Latina o, más recientemente, el Paro Nacional en Ecuador en 2022. Si ampliamos la perspectiva de estas movilizaciones y tratamos de pensarlas como ciclos políticos que derivan en un intento de articulación institucional de algunas de las demandas surgidas de las movilizaciones, la sensación de familiaridad se acentúa. Tratemos de concretarla en su generalidad, dejando para futuros trabajos análisis más exhaustivos de cada caso específico.

Estos ciclos políticos pueden analizarse desde el punto de vista de la relación existente entre las formas de movilización social y la política institucional. Cada uno de estos casos tiene sus rasgos característicos que responden a circunstancias locales o a una coyuntura temporal específica, pero creo posible identificar los siguientes elementos comunes:

  1. Desde el punto de vista ideológico, estas movilizaciones se caracterizan por un cuestionamiento relativamente fuerte y masivo de algunos aspectos o consecuencias del modelo económico neoliberal -no necesariamente del modelo en sí- y de las distintas formas de democracia representativa vigentes en cada Estado. Pero son en todo caso movilizaciones ideológicamente muy ambiguas y, sobre todo, fundamentalmente articuladas en torno a la crítica de lo existente, sin que exista un mínimo consenso acerca de los motivos de dicha crítica, ni mucho menos un acuerdo en torno a una alternativa a formular en positivo. La lista de demandas que surge del movimiento -y que nunca se formula explícitamente como tal, si no es como resultado de una imposición simbólica más o menos pasajera de una pequeña fracción- es extensísima y contradictoria. Por último, si tuviéramos que definir el inconsciente ideológico (Rodríguez, 2017, pp. 5-26Rodríguez, Juan Carlos (2017): Teoría e historia de la producción ideológica. Las primeras literaturas burguesas, Madrid, Akal.) de la movilización, este tendría un claro carácter meritocrático y asumiría la división público-privado como un dato natural, lo que va acompañado de una fetichización del Estado, ya se manifieste desde la subordinación implícita, explícita o incluso desde el rechazo.

  2. En sus formas de organización política se observa una clara dimensión espontaneísta y una enorme desconfianza hacia las organizaciones e instituciones políticas, especialmente hacia los partidos. Ambos factores son condiciones del carácter masivo de las movilizaciones, que en su forma más básica presentan escasos filtros, es decir, son poco selectivas con los recursos que aportan quienes participan en ellas. Esto permite la conexión con subjetividades políticas intensamente atravesadas por el neoliberalismo, lo que inevitablemente es el punto de partida de cualquier movilización que aspire a ser popular en un contexto neoliberal. Así, estos procesos son capaces de generar formas plurales de movilización y una enorme creatividad. Pero estas virtudes van acompañadas de inevitables defectos, la otra cara de una misma moneda: las movilizaciones masivas son incapaces de establecer vínculos estables con la política institucional, o bien de generar instituciones políticas autónomas que sobrevivan en el tiempo y conserven el carácter masivo y la legitimidad originarias del movimiento. Esta inestabilidad desemboca en una brusca alternancia entre fases de horizontalidad radical y de promoción de liderazgos carismáticos.3Una forma de oscilación inestable entre los dos extremos de lo que Moreno Pestaña ha denominado la Tangente de Edipo/Creonte (2021, pp. 21-34). Robert Michels (1969) habla de una dicotomía similar entre eficacia y democracia interna en cualquier forma de organización política, pero esencializando tanto la dicotomía como la solución: un liderazgo fuerte. Un último aspecto a destacar en el nivel propiamente político es la importancia de formas espontáneas y masivas de ocupación del espacio público, acompañadas de enfrentamientos violentos de intensidad variable con la policía (aunque este quizás sea el rasgo menos común al conjunto de casos antes citados).

  3. Desde el punto de vista económico, se produce el señalamiento de abusos localizados por parte de agentes económicos concretos, variables según cada caso: bancos, multinacionales, empresarios y políticos corruptos, medidas económicas adoptadas por los poderes públicos (subidas de precios, impuestos […]). En pocos casos4No obstante, hay ejemplos virtuosos en este sentido: la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en España (Rodríguez López, 2022, pp. 376-378) o las tomas de fábricas en Argentina. se da una intervención política directa en la economía: una apuesta por la fraternidad, en el sentido republicano que Domènech (2019)Domènech, Antoni (2019): El eclipse de la fraternidad: una revisión republicana de la tradición socialista, Madrid, Akal. otorga a este concepto. Ante esta ausencia, lo más frecuente es, de nuevo, la oscilación entre dos polos: el recurso al Estado, que se expresa en la formulación de demandas que este debe resolver, siempre a través de otros ajenos a la propia movilización; o bien en un paso al acto inmediato, que es estructuralmente precario.5Considero aquí como «pasos al acto» en este sentido económico fenómenos muy variables: desde los saqueos, en zonas donde la lógica de exclusión característica del neoliberalismo es más evidente, a experiencias de ocupación de espacios públicos y privados con formas de organización colectiva muy minoritarias. Existe una tercera vía, las heterotopías a las que se refería Foucault (1999)Foucault, Michel (1999): Espacios diferentes. En Obras esenciales, Vol. III, Barcelona, Paidós, pp. 431-441. (Balibar, 2017, pp. 69-73Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.), que no dejan de jugar en un papel relevante en las movilizaciones y en la configuración de un cierto sentido común político de la protesta, pero tienen unos límites de momento insoslayables en su carácter minoritario. Nada más lejos de mi intención ofrecer una valoración que pueda parecer pesimista o sesgada de estos procesos de movilización, lo que pretendo señalar en este tercer nivel son dos cosas, que creo que cualquier descripción de los mismos está obligada a reconocer: la ausencia de una creencia masiva en la viabilidad de una alternativa al modelo económico que más o menos difusamente se cuestiona; y las enormes limitaciones que quienes se movilizan tienen para intervenir directamente de manera organizada en este nivel económico.

LA CONCEPCIÓN RELACIONAL DEL ESTADO SEGÚN POULANTZAS-BALIBAR

 

De esta caracterización de las relaciones entre las formas de movilización social y la política institucional se puede extraer una conclusión adicional, que la propia definición del objeto en esos términos, claramente insuficientes, contribuye a reproducir: la creencia en la posibilidad de una neta diferenciación entre un adentro y un afuera del Estado. Justamente en este punto, la reflexión teórica de Balibar sobre el Estado permite una redefinición del problema en otros términos que me parece enormemente productiva. Obviamente no es la única: cabe citar, por ejemplo, las obras de Sidney Tarrow (2012)Tarrow, Sidney (2012): El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política, Madrid, Alianza. y Charles Tilly (Tilly, Castañeda y Wood, 2019Tilly, Charles, Castañeda, Ernesto y Wood, Lesley J. (2019): Social Movements: 1768-2018, Nueva York, Routledge.), por separado y en común (McAdam, Tarrow y Tilly, 2005McAdam, Douglas, Tarrow, Sidney y Tilly, Charles (2005): Dinámica de la contienda política, Barcelona, Hacer.), entre las más relevantes. La comparación, sin duda, sería productiva, pero he elegido centrarme en este artículo en la reelaboración que hace Balibar de la teoría del Estado de Nicos Poulantzas.

No hay un afuera y un adentro del Estado, nos dice Balibar (2017, p. 252)Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial. dándole la razón póstumamente a Poulantzas y defendiendo su «concepto relacional del Estado»:

Solo semejante concepción permite poner fin al mito de la «exterioridad» de las fuerzas revolucionarias (partidos o movimientos) respecto del funcionamiento del Estado en el capitalismo avanzado […]; temática de la exterioridad y de la interioridad, que a mi juicio es absolutamente fundamental en este caso.

De esta manera, Balibar, apoyándose en Nicos Poulantzas, critica la cosificación del Estado y su consideración como un elemento neutral, susceptible de apropiación por distintas fuerzas políticas. Desde esta perspectiva, hay una falsa oposición entre el interior y el exterior del Estado que ha tenido consecuencias dramáticas, en particular, en la tradición política revolucionaria en la que ambos se ubicaban, aunque nuestra práctica política y nuestro inconsciente ideológico siguen presos de esta representación. Frente a esa idea, Poulantzas y después Balibar defienden una concepción relacional del Estado capitalista, que además es inseparable del adjetivo («capitalista»), ya que pretender establecer una teoría general del Estado en abstracto no hace más que contribuir a esa cosificación que precisamente quieren evitar (Balibar, 2017, p. 250Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.). Poulantzas presenta al Estado capitalista como la condensación de un estado de la lucha de clases y Balibar añade que, además, el Estado genera a su vez modos de regulación institucional de esas luchas y contribuye a definir los sujetos políticos que las protagonizan. Por lo tanto, el Estado se modifica en el encuentro con lo social, pero también a la inversa, contribuye a transformar a los distintos grupos sociales en conflicto. Todo ello queda atravesado por una dialéctica entre lo constituido y lo constituyente (Balibar, 2017; 255Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.), que se proyecta permanentemente hacia el futuro y se reproduce en cada coyuntura política, aunque con fases más intensas y desequilibradas hacia uno u otro elemento en momentos específicos.

Esta forma de entender el Estado replantea el escenario descrito en el primer apartado en términos completamente diferentes. El campo que abre esta redefinición teórica del problema es enorme: entre otras cosas, impone nuevas a tareas para la descripción y explicación de la relación entre las movilizaciones sociales y las instituciones políticas, la cuestión que aquí nos ocupa. A continuación, me centraré en dos cuestiones:

  1. La exclusión como efecto de la regulación institucional de las luchas sobre las movilizaciones dentro de un marco normativo neoliberal.

  2. La reproducción de la división social del trabajo en los movimientos de oposición al neoliberalismo.

LA EXCLUSIÓN EN LAS LUCHAS: UN EFECTO DE LA REGULACIÓN INSTITUCIONAL NEOLIBERAL

 

Balibar (2017, pp. 331-346)Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial. señala en varios pasajes y a partir de otros autores6Véanse, por ejemplo, Ogilvie (2013), Bauman (2005), Agamben (2004) o Castel (1999). la exclusión como una característica fundamental del neoliberalismo. En el Estado nacional-social, es decir, a través de él, se reproduce una lógica de dominación-subordinación (Balibar, 2017, pp. 255-256Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial., siguiendo a Poulantzas): esto incluye la explotación en las relaciones de producción económica, pero también la dominación en el ámbito de las relaciones «ideológicas» (Balibar, 2017, p. 253Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.). Desde la perspectiva de Balibar, como ya hemos visto, esta lógica es resultado de las luchas sociales que se fijan, siempre provisionalmente, en un conjunto de arreglos institucionales, que a su vez condicionan la manera en la que se configuran y actúan los sujetos sociales enfrentados en tales luchas. Pero en esa forma particular de arreglo que es el Estado nacional-social, las clases subordinadas obtienen un reconocimiento en tanto que son funcionales a las propias lógicas de explotación y dominación del modelo. En otras palabras, las clases sociales subordinadas son, en virtud de esa misma subordinación, reconocidas en la ciudadanía social, es decir, en términos formales y materiales. En cambio, en el neoliberalismo predomina la lógica de la exclusión: amplias capas de la población se convierten en superfluas, prescindibles y, por tanto, desde la lógica de la rentabilidad, no tiene sentido mantenerlas ni en la vida política ni en la económica. En un contexto, además, de desarticulación política de la oposición y, por tanto, de «guerra de todos contra todos» (Balibar, 2017, p. 269Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.), se produce un doble efecto: por un lado, se responsabiliza a los excluidos de su fracaso; por otra parte, la misma extensión de la lógica de exclusión presiona a la baja la capacidad de negociación y de lucha de los «integrados» o subordinados, que se ven amenazados por una «reproletarización masiva» (Balibar, 2017, p. 267Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.). ¿Cómo afecta todo esto a las formas de movilización social que estudiamos aquí?

Partamos de la figura del individuo desafiliado tal y como la describe Balibar (2017, p. 64)Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial. inspirándose en Castel:

El individuo «desafiliado» (o desincorporado) -por ejemplo un joven proletario sin empleo ni perspectiva de empleo estable, ya sea de origen inmigrante o no- es un sujeto a quien se dirigen de manera permanente exhortaciones contradictorias: tendría que comportarse como un «empresario de sí mismo» según el nuevo código de valores neoliberales, de manera de exhibir una autonomía cuyas condiciones de posibilidad (necesariamente colectivas, sociales) le son simultáneamente retiradas o inaccesibles en su totalidad. De ahí la desesperación, pero también ocasionalmente una extrema violencia dirigida tanto contra sí mismo como contra los otros: la violencia misma de la desvalorización.

Una figura característica de las movilizaciones sociales en el neoliberalismo es ese tipo de perfil, el del individuo desafiliado, que tiene rasgos muy ambivalentes políticamente. Una cierto análisis político, que suele ir de la mano de una concepción del Estado de bienestar como mecanismo de integración y desmovilización de la clase obrera,7Véase un excelente análisis desde esta perspectiva en Rodríguez (2022, pp. 31-57). identifica a estos grupos excluidos como un componente fundamental de un nuevo proletariado que, en una alianza compleja con una clase media amenazada por el desclasamiento, podría formar un bloque capaz de oponerse a las clases medias integradas y cuestionar su hegemonía (Rodríguez, 2022, pp. 412-421Rodríguez López, Emmanuel (2022): El efecto clase media. Crítica y crisis de la paz social, Madrid, Traficantes de Sueños.). El problema de esta perspectiva es que, a mi juicio, infravalora las enormes dificultades que plantea la exclusión neoliberal en cuanto a la desposesión de recursos que no son solo económicos, sino también políticos, y las múltiples vías por las que esta se reproduce. Veamos cuatro posibilidades:

  1. La exclusión radical de la política: es la forma más cruda en que se manifiesta la desposesión en la esfera política. La carencia de recursos, producto de la exclusión, impide la participación en formas de movilización que, incluso en sus vertientes más accesibles, exigen al menos tiempo, algo de lo que no se dispone cuando la prioridad es cubrir las necesidades diarias. Pero no se trata tan solo de un problema de recursos económicos. La exclusión de la ciudadanía, por ejemplo, también es un elemento crucial a la hora de expulsar sujetos de la esfera política: a la falta de derechos políticos formales se suman el miedo a la deportación o las dificultades para tejer redes bien integradas en formas de militancia estables. La ausencia o notable escasez de migrantes en las movilizaciones citadas al inicio testimonian la dificultad de la incorporación de estos grupos a la vida política y el enorme peso de la exclusión.

  2. La irrupción puntual de los excluidos: el espontaneísmo característico de las movilizaciones sociales masivas en el neoliberalismo también puede leerse como una bajada de los requisitos que exige normalmente la movilización. En condiciones muy especiales en las que se suspende el orden cotidiano, se abren posibilidades para encuentros sociales improbables y para el uso legítimo8Una legitimidad que nunca deja de estar discutida: los sujetos que se movilizan no tienen las mismas motivaciones ni otorgan un mismo sentido a sus acciones. En otras palabras, un movimiento social no es un todo coherente y cohesionado en torno a unas prácticas, ideología u objetivos compartidos. -en ese contexto excepcional- de recursos que normalmente no son aceptados, como por ejemplo la violencia, la ocupación de espacios públicos, etc. En la mayor parte de los casos, esta irrupción es puntual y solo dura mientras duran sus condiciones de posibilidad: la suspensión del orden de lo cotidiano. Cuando se restablece alguna forma de normalidad, aunque no sea la previa a la movilización, retornan las barreras usuales a la participación política, reproduciéndose el fenómeno de la exclusión política de los más desposeídos. Salvo en casos excepcionales, la misma falta de recursos que antes impedía la mera expresión política, imposibilita ahora una articulación política sostenida en el tiempo. Pero incluso mientras dura la movilización, las formas de movilización de los excluidos se caracterizan por una dimensión fundamentalmente reactiva -no propositiva- y por asumir implícitamente una lógica de la delegación política, según la cual la política consiste básicamente en visibilizar tu problema o, simplemente, tu condición, con la esperanza de que el poder político institucionalizado se haga cargo de ella. No obstante, hay excepciones.

  3. La exclusión que se «integra» en la lucha: algunos de estos excluidos logran adquirir los recursos necesarios para permanecer políticamente, aunque con un rol subordinado. Por ejemplo, poniendo el cuerpo en las protestas para ejercer una presión que otros utilizan para negociar acuerdos en el marco de la política institucional. Me detendré en este caso en el siguiente apartado sobre la división social del trabajo en los movimientos de oposición.

  4. Heterotopías. La cuarta posibilidad es la de las heterotopías, término que recoge Balibar (2017, p. 72)Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial. de Foucault para referirse a «lugares de autonomía que también son maneras de protegerse activamente contra las formas nihilistas de la individualidad negativa y de la violencia autodestructiva». Merece la pena detenerse un momento aquí. Balibar (2017, p. 71)Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial. asocia las heterotopías a una de las dos posibles figuras de una ciudadanía «insurreccional» en el marco del neoliberalismo: la del «sujeto marginal, considerado desde el punto de vista de la norma dominante». Esta figura buscaría escapar a la racionalidad neoliberal ensayando formas de autonomía que, sin embargo, no aspiran a convertirse en mayoritarias. Balibar insiste en que la figura del sujeto minoritario o marginal y la del mayoritario o militante no son incompatibles, pero la distinción nos permite identificar prácticas políticas diferentes. Tal autonomía al margen de la norma puede interpretarse de dos maneras, que creo que también es posible asociar con distintos casos empíricos. La primera sería una autonomía «forzada» que, por tanto, sería muy problemático etiquetar como tal. Esta es la autonomía que resulta de la exclusión, la de aquellas personas desposeídas que se han visto forzadas a reafirmarse al margen de la norma en la medida en que esta no las reconoce. Estarían en esta posición individuos que se encontraban en la primera de las posibilidades de exclusión aquí descritas y fueron, al mismo tiempo, obligados y capaces de organizarse desde la desposesión. La segunda interpretación de la autonomía tiene que ver con una opción política que deliberadamente se aparta de la norma para generar espacios de refugio y resistencia. En este segundo caso no podemos hablar propiamente tanto de exclusión como de la auto-exclusión entendida como forma de lucha contra el neoliberalismo. En estos casos sí hay recursos que permiten sostener la apuesta política, con lo que no estamos ante el mismo tipo de perfiles: sin duda podemos decir que ambos son sujetos marginales en el sentido de Balibar, incluso que pueden tenderse puentes políticos entre ambos, pero son sociológicamente diferentes, lo que además condiciona la manera en que se construyen estos vínculos. Por último, cabe especificar otro sentido en el que la apuesta por las heterotopías puede interpretarse desde los efectos de regulación derivados del modelo neoliberal: cuando la construcción de estos espacios deliberadamente marginales tiende a desentenderse de la posibilidad de extender dicho modelo a una escala más amplia. Esto implica asumir al mismo tiempo, de facto, una idea del Estado muy similar a la de la segunda posibilidad: una instancia política a la que se reconoce como poderosa en la medida en que se le dirigen demandas, pero sobre la que se renuncia a intervenir de manera estratégica, entregando dicho espacio a la reproducción de la hegemonía neoliberal.

Estas cuatro posibilidades no muestran un destino ineluctable, sino lógicas constatables empíricamente en las formas de movilización, que tenderían a reproducirse en la medida en que se las dejara actuar libremente, pero que se combinan con otras lógicas políticas para dar lugar a una realidad contingente. Por supuesto, si algo caracteriza a la política es precisamente la transformación de lo necesario en contingente y, por tanto, la posibilidad de intervenir para alterar ese modelo de reproducción, en este caso el de la exclusión. Para ello, no basta con afinar la crítica contra el adversario político, sino que también hay que identificar las lógicas de reproducción social entre quienes combaten, en este caso, al neoliberalismo. No con afán inquisitorial, sino para tomar conciencia de cómo el propio modelo nos atraviesa, cómo contribuimos a reproducirlo y, a partir de ahí, cómo podemos imaginar otras prácticas sociales o, simplemente, desarrollar y extender otras formas de relacionarnos ya vigentes entre nosotros. Veamos un ejemplo en el siguiente apartado: el caso de la reproducción de la división social del trabajo en los movimientos sociales.

LA REPRODUCCIÓN DE LA DIVISIÓN SOCIAL DEL TRABAJO EN LOS MOVIMIENTOS DE OPOSICIÓN AL NEOLIBERALISMO

 

¿Cómo se reproduce la división social del trabajo en los propios movimientos sociales de oposición -aunque sea parcial- al neoliberalismo? Partiré de una observación de Balibar (2017, p. 34)Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial. en la apertura a La igualibertad a propósito del principio meritocrático que estructura nuestro sistema educativo y se proyecta sobre otras esferas sociales, particularmente sobre la política:

Al crear una jerarquía de saber que es también una jerarquía de poder, eventualmente reforzada por otros mecanismos oligárquicos, más que nunca determinantes en el funcionamiento de nuestros sistemas escolares, excluye legítimamente la posibilidad para la colectividad de gobernarse a sí misma. Emprende una fuga hacia delante en que la «representación» no deja de celebrar sus bodas con el «elitismo» y la «demagogia». […] No quiero solamente indicar la existencia de una brecha entre principios democráticos y realidades oligárquicas, sino también suscitar la cuestión -probablemente más molesta para muchos militantes de la emancipación- de la manera en que esta situación afecta a los mismos movimientos «insurreccionales».

Esta observación debe ponerse directamente en relación con un pasaje especialmente complejo de «La proposición de la igualibertad» (Balibar, 2017, pp. 111-125Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.). En este pasaje, Balibar plantea la existencia de dos contradicciones que no se dejan formular en el lenguaje de la igualibertad y formarían una especie de resto irreductible a la política tal y como la conocemos en la actualidad. Estas dos contradicciones serían la división de los sexos y la división del cuerpo y el espíritu, que remite a la división entre trabajo manual y trabajo intelectual (Balibar, 2017, pp. 112-113Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.). Me centraré en esta última contradicción.9De la primera hay muchísimo escrito en la teoría feminista que permitiría contradecir la caracterización que hace Balibar de la división de sexos en política, pero no es el objeto de este artículo.

Muy resumidamente, el argumento de Balibar parte de la identidad entre igualdad y libertad, que se basa en la idea de que la igualdad anuda al resto de derechos en tanto que la fuerza de su afirmación procede de esa misma aspiración de extender la libertad política (el derecho a decidir sobre uno mismo y sobre la vida en común) a todas las personas y a todas las esferas de la vida. La igualdad se convierte así en el sostén político práctico de los derechos: legitima su defensa a través de la universalidad y permite una referencia indiscutible para la resistencia a la opresión y la restauración de privilegios. Sin embargo, «la doble articulación de la individualidad con el cuerpo y con el lenguaje, un aspecto real y un aspecto imaginario» (Balibar, 2017, p. 113Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.) sería insuperable a través de la institución de la igualdad. Esta doble articulación no sería, por tanto, según Balibar, un problema de desigualdad, sino un problema de radical diferencia antropológica que tiene efectos sociales y políticos notables que el filósofo asocia particularmente a la cuestión de la propiedad:

La diferencia intelectual mantiene una relación privilegiada con la propiedad como mediación social. Podría mostrarse que el concepto de una capacidad intelectual (en el sentido amplio, incluyendo el momento del conocimiento y el de la voluntad) siempre fue incluido en la representación de una apropiación humana de las cosas, precisamente en cuanto diferencia (ontológica) entre una personalidad humana y un «cuerpo» que a su vez no es más que una «cosa». Se encontraría su huella a contrario en una legislación constante que identifica la minoridad o la alienación intelectuales con una incapacidad de poseer. Para poseer las cosas, en efecto, primero es preciso «poseerse a sí mismo», y esa posesión no es otra que el concepto genérico de la inteligencia (Balibar, 2017, p. 120Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.).

Balibar (2017, p. 113)Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial. caracteriza esta diferencia, junto a la sexual, como «contradicciones reprimidas que moldean la política moderna». Sus efectos pueden rastrearse a través de la homología entre las oposiciones alma-cuerpo, forma-materia, etcétera, incluyendo en la serie la oposición entre trabajo intelectual-trabajo manual. Si interpreto bien al filósofo francés en este punto, lo que está planteando es una cuestión de primer orden para una política democrática: ¿existen formas de dominación política y económica ancladas en una diferencia que no puede ser reelaborada desde las categorías de la política moderna?

Me parece que esta apreciación de Balibar es tremendamente fina y apunta a un núcleo duro del inconsciente ideológico moderno que podemos intentar cernir con el apoyo del concepto de división social del trabajo. Para ello, haré un razonamiento en tres pasos: primero, resumiré brevemente la diferencia entre división técnica y división social del trabajo; después, mostraré cómo una división social del trabajo basada en la diferencia entre trabajo manual e intelectual se reproduce también en los movimientos insurreccionales; por último, en las conclusiones, cuestionaré la relación irreductible entre lo antropológico y lo político que sugiere Balibar en este pasaje tan relevante de su obra, para tratar de plantear una posible resolución democrática del dilema.

División técnica y división social del trabajo

 

La distinción crítica entre división técnica y división social del trabajo procede de la tradición marxista. Yo la retomo aquí a partir del artículo de Manuel Sacristán (1977)Sacristán, Manuel (1977): “La universidad y la división del trabajo”, Argumentos, 6. «La universidad y la división del trabajo». No descubro nada nuevo al decir que la división técnica del trabajo se refiere a la especialización en tareas característica de sociedades complejas, lo que permite una mayor productividad económica y resulta en una creciente heterogeneidad social. Por su parte, la división social del trabajo se refiere a dos cuestiones al mismo tiempo: la distribución sistemática de cierto tipo de tareas a determinados grupos sociales y el desigual reconocimiento social de los distintos tipos de tareas o trabajos. En otras palabras, este concepto da cuenta de la asignación (o liberación) de tareas socialmente más reconocidas a unos grupos y de tareas socialmente más minusvaloradas a otros. En la medida en que esta división social del trabajo se entrecruza con diversos regímenes de dominación y explotación, contribuye a legitimarlos, al confundirse con la división técnica y presentarse como un dato natural, inevitable, y no como un arbitrario histórico. Obsérvese cómo la caracterización que hace Balibar de la «diferencia intelectual» como antropológica no nos sitúa en el plano de la naturalización, pero sí en un pantanoso terreno intermedio.

La reproducción de la división social del trabajo en un movimiento insurreccional: trabajo manual y trabajo intelectual

 

Lo que haré a continuación es trasladar esta misma distinción al análisis del trabajo necesario para movilizarse y organizarse políticamente. Eso me lleva a la paradójica observación de que en las movilizaciones contra el neoliberalismo también se reproduce la misma división social del trabajo que contribuye a legitimarlo. Por supuesto sin que esa sea la intención de quienes se movilizan.

Para ello, me serviré de la teoría de los capitales de Pierre Bourdieu (2001)Bourdieu, Pierre (2001): Poder, derecho y clases sociales, Bilbao, Desclée de Brouwer., quien distingue entre capital cultural (con sus tres especies), capital social y capital económico, y de su aplicación al análisis de una coyuntura política, cuestión para la que me sirvo del análisis de la crisis de José Luis Moreno Pestaña (Moreno y Costa, 2023Moreno Pestaña, José Luis y Costa Delgado, Jorge (2023) (coords.): Todo lo que entró en crisis. Escenas de clase y crisis económica, cultural y social, Madrid, Akal.) y, secundariamente, de su distinción entre recurso y capital (Moreno, 2021, pp. 47-50Moreno Pestaña, José Luis (2021): Los pocos y los mejores. Localización y crítica del fetichismo político, Madrid, Akal), sobre la que no abundaré en esta ocasión. Tomaré como referencia el reciente proceso político chileno, desde el Estallido social de 2019 al plebiscito donde se rechazó la propuesta de constitución en septiembre de 2022. A partir de su estudio, identifico cuatro tipos ideales de formas de movilización, que considero que no son exclusivos del caso chileno, sino que, como he expuesto en la introducción, tienen rasgos extrapolables a procesos similares en otras partes del mundo. Me detendré en cada tipo ideal de movilización para mostrar qué recursos exige y, por tanto, qué tipo de personas pueden acceder a ellos. La descripción de estos recursos no será exhaustiva; me centraré únicamente en aquellos que considero relevantes para la cuestión que nos ocupa: la distinción entre trabajo manual y trabajo intelectual.

  • 1. Manifestaciones callejeras no violentas

El primero de estos tipos se refiere a las manifestaciones callejeras no violentas, como las marchas pacíficas o los cacerolazos. ¿Qué recursos exige esta forma de movilización?

En el plano cultural, las manifestaciones callejeras demandan una cierta familiaridad con la cultura política: cómo ubicarse en ellas, cómo anticipar posibles derivas de las mismas o el mismo hecho de sentirse cómodo en una marcha. Pero en general, esta forma de movilización presenta escasos filtros, que además pueden adquirirse sin necesidad de una experiencia de socialización política intensa y no requieren forzosamente una elaboración intensa en el plano simbólico-intelectual.

Desde el punto de vista de los recursos sociales, la participación en las marchas se ve favorecida si se dispone de una red de apoyo que sostiene en caso de dificultades o que da apoyo logístico para salir a la calle. Como puede verse, no son requisitos muy exigentes, aunque no estén al alcance de todo el mundo. En cuanto a los recursos económicos, la situación laboral, familiar o los estudios condicionan el compromiso político a lo largo del tiempo. Quien tenga una carga elevada en cualquiera de estos aspectos, tendrá más difícil permanecer; aunque este tipo ideal es la forma más adaptable y menos exigente de movilización también en este aspecto, más aún cuando se suspende el orden cotidiano de las cosas, como ocurrió con el Estallido en octubre de 2019. Sin embargo, si ese estado de excepción se alarga en el tiempo, pronto aparecen, obviamente, dificultades económicas que imponen serios problemas al compromiso político. Por lo tanto, primera observación que será también válida para las demás formas de movilización: las necesidades económicas acuciantes (lo material) imponen dificultades para la participación política que no pesan sobre quienes tienen ese problema resuelto.

  • 2. El enfrentamiento activo con la policía

El segundo tipo ideal exige más recursos. En primer lugar, una disposición física y mental hacia la violencia y la resistencia que no está al alcance de muchos. Por otra parte, aparece muy claramente el sesgo generacional: a partir de cierta edad, la exigencia física del enfrentamiento activo con la policía se hace difícilmente soportable. Existen, no obstante, otros conocimientos especializados que son funcionales a esta forma de movilización, que requiere asistencia sanitaria, jurídica, documentación, etc. Esto introduce ya una diferencia fundamental que se acentúa de aquí en adelante: la que separa el trabajo manual del trabajo intelectual. El acceso a estos recursos intelectuales especializados obviamente no se distribuye aleatoriamente en la sociedad y, además, permite el acceso a posiciones de privilegio social fundadas en desigualdades culturales y legitimadas con la idea del mérito. La misma oposición se reproduce en la movilización, pero con un matiz muy importante: en el contexto específico de la Primera Línea10El nombre de «Primera Línea» es el referente ampliamente compartido por quienes participaron en las movilizaciones de 2019 en Chile para referirse a las personas que se involucraban en un enfrentamiento activo contra los Carabineros (policía chilena). La Primera Línea no era un grupo estable, cohesionado y organizado internamente, sino más bien un compuesto heterogéneo y flexible de personas de distinta procedencia (que sí incluía algunos grupos organizados). Al asumir la etiqueta con la que se reconoce a este grupo, no pretendo en ningún caso inferir que dicho grupo forma parte de una organización del movimiento más amplia que comparte objetivos comunes y se organiza conscientemente en primera línea, segunda y sucesivas. que protagoniza el enfrentamiento con la policía, el valor de lo intelectual y lo corporal se invierte: quienes ponen el cuerpo en el enfrentamiento tienen, en ese contexto, un recurso valioso y son reconocidos por ello. Es más, esa forma de trabajo manual político incorpora competencias y conocimientos prácticos que forzosamente deben caracterizarse también como intelectuales en el sentido amplio en que los caracteriza Balibar (recordemos: “incluyendo el momento del conocimiento y el de la voluntad”). Cierto es que dichos recursos etiquetados como corporales tienen más difícil que los recursos etiquetados como intelectuales su reconversión en otros contextos sociales. En ese contexto amplio pueden aparecer como una fuerza de trabajo no cualificada, en tanto que socialmente poco reconocida. Pero insisto, tal reconocimiento social es un arbitrario que depende de un contexto: en el marco específico de esta forma de movilización, sus recursos corporales son reconocidos: ¿sería un imposible lógico imaginar una similar reordenación del reconocimiento social y político a lo corporal y a lo intelectual en un marco más amplio? Veremos, con los siguientes tipos ideales, que esto no ocurre en este caso empírico, pero no encuentro argumentos sólidos para defender que eso tenga que ser necesariamente así en cualquier circunstancia histórica. A no ser que entendamos que en la política hay una dimensión de imposición/negociación de sentido irreductible, que esta se encuentra del lado de lo intelectual o reflexivo y que, por tanto, tiende a jerarquizar las prácticas políticas desde la diferencia intelectual/corporal, aunque nunca de manera pura, sino en combinación con otras dimensiones variables en función de la coyuntura. Creo que esta puede ser la pregunta que plantea Balibar y trataré de responderla más adelante.

En términos económicos, en esta forma de movilización encontramos una clara condición de acceso: la precariedad o la indeterminación, esta última asociada a la juventud como clase de edad. Cuanto más se tiene que perder, menos probable es que alguien se exponga a formas de militancia que asumen un enorme riesgo físico. Es cierto que hay trayectorias militantes de largo recorrido que contradicen esta observación, pero la misma desigualdad se reproduce dentro del campo político: cuanto más cercano esté un militante a ocupar responsabilidades institucionales, menos probable será encontrarlo en Primera Línea. En todos los casos, además, las responsabilidades familiares, especialmente los hijos (la esfera de la reproducción), funcionan como un filtro de acceso importante a esta forma de movilización.

  • 3. Cabildos y asambleas

En este tipo ideal aparece claramente un nuevo tipo de recurso cultural que ya he apuntado anteriormente: la formación intelectual en saberes políticamente reconocidos. Estos saberes remiten a un tipo de competencias distintas a las que requería el enfrentamiento activo con la policía: en esta diferencia se reproduce claramente la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, lo material y lo espiritual, con todas sus connotaciones sociales. Son espacios menos exclusivos, en términos generales, que el enfrentamiento con la policía, ya que permiten distintos modos de asistencia, pero no son horizontales internamente. Dentro de las asambleas se reproduce una clara jerarquía basada en saberes políticos -es decir, políticamente relevantes en un contexto dado- y experiencia militante, que sirve para orientarse en las discusiones y comprender la lógica de las intervenciones de los asistentes, especialmente cuando estos también son militantes de otras organizaciones políticas.

En cuanto a los recursos sociales, facilita mucho las cosas -incluso es condición necesaria para destacar- tener o tejer contactos con el mundo político organizado. A falta de ello, e incluso a falta de formación intelectual o política, se puede recurrir a una red social sólida que acompaña y acoge en estos espacios, permitiendo permanecer en ausencia de otros recursos, pero siempre con un rol claramente subordinado.

En términos económicos, la asistencia regular a cabildos y asambleas, especialmente si se asume algún tipo de responsabilidad orgánica, supone un compromiso más exigente que las marchas pacíficas en cuanto a tiempo e implicación personal; pero las lógicas de dominación/subordinación y exclusión con fundamento económico son muy similares a las ya expuestas para los tipos anteriores.

  • 4. La política institucional

Los recursos que requiere la política institucional, como corresponde a la forma de movilización política más reconocida y mejor retribuida, son mucho más exigentes que en los casos anteriores. En el caso de los culturales, son similares a los que exigen cabildos y asambleas, pero mucho más mediados por la legitimidad cultural. Por ejemplo, en forma de títulos universitarios como requisito para el acceso a cargos públicos.

En esta forma de movilización, los sujetos deben moverse en espacios enormemente jerarquizados y competitivos, lo que requiere disponer de recursos sociales que sostengan formas de participación muy selectivas. Ello exige alguna de estas tres vías, si es que no se pueden simultanear en distinto grado:

  1. Contactos con alguna red social o política de élite.

  2. Una reconocida trayectoria militante de largo recorrido (nobleza militante).

  3. Capacidad para aprovechar un momento de apertura política, lo que supone, siguiendo a Maquiavelo, una combinación de fortuna y virtù: disponer de los recursos apropiados en el momento en que se abre una coyuntura política favorable para la inserción institucional.

En cuanto a los recursos económicos destaca la capacidad de planificar una carrera a largo plazo (ya sea a través de los estudios universitarios, la militancia o, frecuentemente, ambas al mismo tiempo), lo que implica una cierta disponibilidad económica ya de por sí muy selectiva. En nuestras sociedades y en estos espacios, no es raro percibir la carrera política como una prolongación de la trayectoria académica. En términos negativos, con esta elevada posición en la división social del trabajo político aparece el temor al desclasamiento, a quedarse fuera, lo que hace a los sujetos especialmente sensibles y dependientes de la evolución de la coyuntura política institucional. También, por los mismos motivos, los hace tendencialmente insensibles a los efectos de cierre social que producen los títulos con los que legitiman su competencia política.

Esta concepción meritocrática, dicho sea de paso, transforma la arena política en un espacio de competencia entre individuos que persiguen una retribución. Los efectos de tal dinámica sobre la posibilidad de construir un proyecto común que se sostenga en el tiempo son terroríficos. Y, además, reproducen casi calcándola una dinámica típica del neoliberalismo: introducir la lógica de la competencia y la apropiación privada (capitalización) en la gestión de los bienes comunes, en este caso en la esfera política. Una movilización u organización política que no se prevenga de estas formas de capitalización, o que las admita con la excusa de la eficiencia, no podrá generar vínculos nuevos, capaces de romper con esas lógicas que, paradójicamente, dice combatir.

Con o sin meritocracia, esta elevada exigencia de recursos culturales, sociales y económicos característicos de la política institucional acaba funcionando, en sí misma, como un mecanismo de cierre social que filtra el acceso a posiciones sociales privilegiadas, muy deseadas, separando a su vez a quienes se ocupan de este trabajo político de otras tareas políticas consideradas «inferiores», aunque necesarias. La legitimidad de esta forma de jerarquización social de tareas se sostiene, entre otros factores, en la diferencia entre trabajo manual y trabajo intelectual, que Balibar caracteriza como diferencia antropológica. Pero no se trata solamente de una cuestión de reconocimiento social: esta forma de movilización permite el ejercicio de más poder político a quienes la practican. La división técnica del trabajo político se superpone con una división social del mismo y esta desigualdad social va asociada también a una desigualdad política, es decir, a una diferente capacidad de decidir sobre los asuntos comunes.

DOS CONCLUSIONES SOBRE LA REGULACIÓN NEOLIBERAL: ¿CÓMO SALIR DE LA LÓGICA POLÍTICA DE LA EXCLUSIÓN? ¿ES POSIBLE DEMOCRATIZAR LA DIFERENCIA INTELECTUAL?

 

Llegados a este punto retomemos las dos cuestiones que hemos abordado en el artículo para tratar de apuntar hacia la posibilidad de una salida doblemente democrática.

Primera cuestión, ¿cómo salir de la lógica política de la exclusión? Quisiera aclarar ante todo que comparto la opinión de Balibar acerca de que la figura del sujeto marginal y del sujeto militante, en los términos en que él las define, no son excluyentes. Por tanto, nada más lejos de mi intención que criticar cualquier forma de compromiso político que amplíe el horizonte de lo imaginable con los recursos de los que cada cual disponga. Dicho esto, considero que el examen de la exclusión en las movilizaciones sociales en el neoliberalismo a la luz de las herramientas teóricas que ofrecen Balibar y Poulantzas permite formular dos consignas políticas, desde una posición normativa democrática:

  1. No romantizar la desposesión política: en su vertiente más urgente, esta consigna se refiere a la importancia de analizar ciertos fenómenos resultantes de la exclusión política en su doble dimensión como efectos de una desposesión política -dentro de un proceso de desdemocratización, según Wendy Brown (2005Brown, Wendy (2005): Neo-liberalism and the End of Democracy. En Wendy Brown: Edgework. Critical Essays on Knowledge and Politics, Princeton, Princeton University Press., 2021)Brown, Wendy (2021): En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente, Madrid, Traficantes de Sueños., de alcance más general- y como resistencia contra el modelo neoliberal: lo segundo no debe ocultar lo primero. Y, por tanto, hay que abordar esa desposesión como un problema político, cuyas soluciones requieren intervenciones que dependen de coyunturas específicas. Si estas soluciones quieren abordarse desde un horizonte de extensión e intensificación de la ciudadanía social,11Uso aquí términos a los que se refiere Balibar en distintos fragmentos de La igualibertad, pero no quisiera que esto se interpretara en un sentido restrictivo. Dicho horizonte puede adjetivarse teórica y políticamente con etiquetas muy diversas, cada cual con implicaciones y matices sin duda relevantes. Quisiera pensar que todas ellas comparten un núcleo común que remite a un internacionalismo práctico (Balibar, 2017, p. 275) y, si no a la superación de la diferencia entre trabajo manual y trabajo intelectual (Balibar, 2017, pp. 275-276), que ya hemos visto con el propio filósofo francés que puede llegar a ser muy problemática, sí a un empuje constante en el sentido de la fraternidad, esto es, la extensión del par igualdad y libertad a todas las esferas de la vida. están obligadas a considerar dos cuestiones fundamentales, que pueden resultar contradictorias en muchos contextos empíricos: la redistribución de los recursos necesarios para una participación política autónoma de los desposeídos y la obligación de vincularse con las subjetividades políticas vigentes, que con todas las limitaciones que plantean, son el único punto de partida posible para una nueva ola de democratización de los espacios desertizados por el neoliberalismo. Y esto me lleva a una segunda versión más matizada de la consigna inicial, en la que resuena una tradición en la que me reconozco, junto a Balibar y Poulantzas, aunque remite a un contexto muy diferente al nuestro, y que va dirigida a otro tipo de público: no hay que hacer de la necesidad virtud.12Me refiero obviamente a la crítica de Rosa Luxemburgo al leninismo. Las heterotopías son formas de compromiso legítimas y necesarias. Sin embargo, como cualquier otra forma de lucha, deberían someterse a un autoexamen crítico para ver en qué medida son resultado, también, de sucesivas derrotas políticas o de formas de regulación institucional neoliberal. Y ello no desde una perspectiva moralista completamente antipolítica, que buscaría con celo inquisitorial el pecado político en todas las prácticas, sino desde una perspectiva exclusivamente política que permita plantearse hasta qué punto las renuncias a determinadas estrategias y tácticas políticas (por ejemplo, la lucha en las instituciones estatales) son elecciones consecuentes o renuncias impuestas por el propio modelo de regulación institucional que se combate. En este caso, creo que la solución -de nuevo, imposible detallarlas sin atención al contexto específico y sin respetar la dimensión contingente de la política- pasa por considerar una articulación al mismo tiempo plural y eficiente de las luchas en el largo plazo. Cualquier estrategia política -sea de un sujeto marginal o militante, mayoritario o minoritario, desde las heterotopías o desde la lógica institucional […]- que sacrifique esa articulación política al cortoplacismo o a la imposición dogmática de un programa en particular, se condena al retorno cíclico de la impotencia y el desencanto, a través de la oligarquización de la política y de la reproducción de las lógicas de dominación que sostienen el modelo que se quiere combatir. ¿Cómo compaginar esta articulación estratégica en el largo plazo con la imprescindible atención a las luchas que se dan en coyunturas políticas concretas? No existe una respuesta definitiva para esto, pero sí tenemos ya suficiente bagaje histórico como para asumir que no se debe priorizar lo segundo sobre lo primero. Concluyamos por tanto con una segunda consigna, que apunto sin desarrollo alguno:

  2. La unidad no dogmática de las luchas: prioridad estratégica de la articulación plural y eficiente de las luchas sociales que apunten a la fraternidad y al internacionalismo

Segunda cuestión, ¿es posible democratizar la diferencia intelectual? O, en otras palabras, ¿es sostenible un cuestionamiento radical de toda forma de división social del trabajo o hay un núcleo irreductible a su politización? Espero haber mostrado, a través de los cuatro tipos ideales de movilización, cómo esta división social, lejos de cuestionarse, se reproduce en la propia práctica política de quienes se oponen al neoliberalismo. Obviamente, esto no prueba más que sucede así en el caso que inspira el análisis y en otros similares: no responde a la pregunta acerca de la posibilidad de un cuestionamiento radical de toda división social del trabajo. Sin embargo, una descripción organizada y detallada de las prácticas políticas permite observaciones que abren vías para responder a la pregunta. O, más bien, descubre las posibilidades empíricas de dos estrategias argumentativas a propósito de esta diferencia intelectual/manual que Balibar describe como antropológica: la visibilización de la dimensión intelectual de saberes desvalorizados arbitrariamente en tanto que manuales y la reivindicación de una capacidad política universal, que requiere construir instituciones para implementarla y protegerla. Las dos estrategias, además, están íntimamente ligadas, como mostraré a continuación.

Las cuatro formas de movilización pueden interpretarse en una escala ascendente a partir de una división social del trabajo político que se resume en una oposición fundamental: «poner el cuerpo» frente a «dirigir o representar a una movilización», que se reproduce en oposiciones homólogas a otros niveles, como, por ejemplo: «movimientos sociales» frente a «Estado». ¿Por qué es una división social y no simplemente técnica? Porque quienes dirigen y representan a la movilización, o al menos lo intentan, tienen más poder político -es decir, más capacidad de control sobre sus propias vidas y de influir en las de otros- y reconocimiento social que quienes ponen el cuerpo. Una primera vía para combatir esta forma de dominación consiste en visibilizar los saberes teóricos y prácticos que son necesarios para participar en una marcha, asistir a una asamblea, enfrentarse a la policía en Primera Línea o realizar actos de desobediencia civil. Hay una manera de representar y representarse la acción política que ve a quienes realizan estas acciones como meros instrumentos (cuerpos) al servicio de una causa (razón) que dirigen otros. Tal representación debe combatirse, entre otras cosas, mostrando cómo funcionan las movilizaciones de facto y cómo son formas de organización colectiva que requieren recursos culturales imprescindibles para su buen desarrollo, que además conviene cultivar, difundir y redistribuir (en el caso en que estos recursos sean escasos) si es que se quiere incrementar la potencia de movilización social. Lógicamente, esto implica cuestionar el control actual que ejercen dos tipos de perfiles: quienes poseen recursos reconocidos frente a los invisibilizados y quienes poseen recursos escasos necesarios para la movilización. Una política democrática debe combatir esas dos formas de oligarquización política. Frente a esta: revalorización y redistribución de las competencias políticas.

Esto nos lleva a la segunda estrategia argumentativa, la reivindicación de una capacidad política universal. Podemos pensar que, a pesar de la revalorización y redistribución democrática de las competencias políticas, siguen persistiendo dos problemas: el primero, que existe una imposición/negociación de sentido irreductible en la política, que moviliza recursos intelectuales y que está más presente en unas tareas que en otras; el segundo, que existen recursos que no son redistribuibles, porque los costes de adquisición o de la propia redistribución, por distintos motivos, son inasumibles. Para responder a estos dos problemas, la defensa de una política democrática debe posicionarse con Protágoras frente a Sócrates, en el clásico diálogo de Platón (2011, pp. 318a-328d)Platón (2011): Protágoras. En Protágoras. Gorgias. Carta Séptima, Madrid, Alianza Editorial.. La democracia implica el reconocimiento de la autonomía del demos, y esto en cualquier contexto empírico, no en una circunstancia ideal, ya sea que pensemos en condiciones perfectas de deliberación, de independencia económica o según cualquier otro criterio. Obviamente, eso no implica que las condiciones en las cuales se desarrolla la democracia no sean siempre mejorables, pero al verlos desde esta perspectiva, los dos problemas recién planteados no deben leerse como limitaciones de facto para la democracia, sino al contrario como vías de profundización. En el primer caso, si hay tareas políticas con un plus de política o, en otras palabras, responsabilidades políticas que ofrecen una perspectiva irremplazable de la propia experiencia política, entonces es necesario generar las condiciones o intervenir directamente para distribuirlas. En este sentido, herramientas como el sorteo o la rotación de cargos forman parte del repertorio democrático desde la Antigüedad y son plenamente reutilizables en la actualidad, en diseños institucionales variables según el contexto. En el segundo caso, si existen recursos o competencias políticas no redistribuibles y necesarias, entonces el objetivo consiste en delimitar muy claramente el lugar que ocupan tales recursos y competencias en la práctica política, los criterios de selección de las personas que se ocupan de ellas y unos mecanismos de control, estos sí democráticos, para evitar que la necesaria división técnica del trabajo derive en formas de dominación política.13Sobre este asunto y, en general, sobre el abordaje democrático de las dos preguntas tratadas en estas conclusiones, es fundamental el trabajo de Moreno Pestaña (2021) en Los pocos y los mejores.

A través de estas dos estrategias argumentativas y de las prácticas políticas que estas inspiren, la diferencia antropológica que señala Balibar no desaparece, pero sí puede dejar de servir para fundamentar la dominación de unos grupos sociales sobre otros. En lugar de esto, se transforma en una diferencia presente, a la vez, en el interior de cada individuo y de la comunidad política de la que este forma parte, pero que requiere de mediaciones políticas a través de las cuales expresarse. Esas mediaciones pueden más o menos democráticas y, en la lucha por su configuración, es posible seguir defendiendo formas de organización social y política que desarrollen lo mejor de nuestras capacidades políticas y que, en ese mismo movimiento, contribuyan a generar y sostener formas de libertad social más capaces de prevenirse de la explotación, la dominación y la exclusión. Así, de la caracterización de Balibar de la «diferencia intelectual», conservamos su carácter irreductible en última instancia, a nivel individual o colectivo. Sin embargo, con la exigencia de analizar cómo se expresa esa diferencia en cada coyuntura o problema político con un imperativo democratizador nos desprendemos de una interpretación esencialista de dicha diferencia que contribuiría, al naturalizarla, a legitimar y reproducir la división social del trabajo actualmente existente.

NOTAS

 
1

Este artículo forma parte de los proyectos de I+D: «Institución y Constitución de la Individualidad: Aspectos Ontológicos, Sociales y de Derecho» (PID2020-117413GA-I00) y «Desacuerdo en actitudes. Normatividad, desacuerdo y polarización afectiva (DEA)» (PID2019-109764RB-I00); así como de los grupos de investigación PAIDI HUM-1036: «Filosofía Social: análisis crítico de la sociedad y la cultura» y «Filosofía Social - UAH».

2

La lista no es, ni mucho menos, exhaustiva. Fenómenos como la primavera árabe o las protestas en Grecia posteriores a la crisis de 2008 podrían añadirse a ella, pero no me atrevo a pronunciarme sobre procesos que no conozco bien. Creo, no obstante, que los citados en la lista se diferencian claramente de otros dos tipos de movilizaciones también contemporáneas que no comparten los rasgos que citaré a continuación en el texto: el movimiento antiglobalización (con grandes hitos en Seattle, Génova o Barcelona) y otras movilizaciones donde hay un claro liderazgo -nunca indiscutido- de una organización política, como las distintas manifestaciones del Socialismo del Siglo XXI en América Latina o, más recientemente, el Paro Nacional en Ecuador en 2022.

3

Una forma de oscilación inestable entre los dos extremos de lo que Moreno Pestaña ha denominado la Tangente de Edipo/Creonte (2021, pp. 21-34Moreno Pestaña, José Luis (2021): Los pocos y los mejores. Localización y crítica del fetichismo político, Madrid, Akal). Robert Michels (1969)Michels, Robert (1969): Los partidos políticos: un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, Buenos Aires, Amorrortu. habla de una dicotomía similar entre eficacia y democracia interna en cualquier forma de organización política, pero esencializando tanto la dicotomía como la solución: un liderazgo fuerte.

4

No obstante, hay ejemplos virtuosos en este sentido: la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en España (Rodríguez López, 2022, pp. 376-378Rodríguez López, Emmanuel (2022): El efecto clase media. Crítica y crisis de la paz social, Madrid, Traficantes de Sueños.) o las tomas de fábricas en Argentina.

5

Considero aquí como «pasos al acto» en este sentido económico fenómenos muy variables: desde los saqueos, en zonas donde la lógica de exclusión característica del neoliberalismo es más evidente, a experiencias de ocupación de espacios públicos y privados con formas de organización colectiva muy minoritarias.

6

Véanse, por ejemplo, Ogilvie (2013)Ogilvie, Bertrand (2013): El hombre desechable. Ensayo sobre las formas del exterminio y la violencia extrema, Buenos Aires, Nueva Visión., Bauman (2005)Bauman, Zygmunt (2005): Vidas perdidas. La modernidad y sus parias, Barcelona, Paidós., Agamben (2004)Agamben, Giorgio (2004): Estado de excepción, Valencia, Pre-Textos. o Castel (1999)Castel, Robert (1999): Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado, Buenos Aires, Paidós..

7

Véase un excelente análisis desde esta perspectiva en Rodríguez (2022, pp. 31-57)Rodríguez López, Emmanuel (2022): El efecto clase media. Crítica y crisis de la paz social, Madrid, Traficantes de Sueños..

8

Una legitimidad que nunca deja de estar discutida: los sujetos que se movilizan no tienen las mismas motivaciones ni otorgan un mismo sentido a sus acciones. En otras palabras, un movimiento social no es un todo coherente y cohesionado en torno a unas prácticas, ideología u objetivos compartidos.

9

De la primera hay muchísimo escrito en la teoría feminista que permitiría contradecir la caracterización que hace Balibar de la división de sexos en política, pero no es el objeto de este artículo.

10

El nombre de «Primera Línea» es el referente ampliamente compartido por quienes participaron en las movilizaciones de 2019 en Chile para referirse a las personas que se involucraban en un enfrentamiento activo contra los Carabineros (policía chilena). La Primera Línea no era un grupo estable, cohesionado y organizado internamente, sino más bien un compuesto heterogéneo y flexible de personas de distinta procedencia (que sí incluía algunos grupos organizados). Al asumir la etiqueta con la que se reconoce a este grupo, no pretendo en ningún caso inferir que dicho grupo forma parte de una organización del movimiento más amplia que comparte objetivos comunes y se organiza conscientemente en primera línea, segunda y sucesivas.

11

Uso aquí términos a los que se refiere Balibar en distintos fragmentos de La igualibertad, pero no quisiera que esto se interpretara en un sentido restrictivo. Dicho horizonte puede adjetivarse teórica y políticamente con etiquetas muy diversas, cada cual con implicaciones y matices sin duda relevantes. Quisiera pensar que todas ellas comparten un núcleo común que remite a un internacionalismo práctico (Balibar, 2017, p. 275Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.) y, si no a la superación de la diferencia entre trabajo manual y trabajo intelectual (Balibar, 2017, pp. 275-276Balibar, Étienne (2017): La igualibertad, Barcelona, Herder Editorial.), que ya hemos visto con el propio filósofo francés que puede llegar a ser muy problemática, sí a un empuje constante en el sentido de la fraternidad, esto es, la extensión del par igualdad y libertad a todas las esferas de la vida.

12

Me refiero obviamente a la crítica de Rosa Luxemburgo al leninismo.

13

Sobre este asunto y, en general, sobre el abordaje democrático de las dos preguntas tratadas en estas conclusiones, es fundamental el trabajo de Moreno Pestaña (2021)Moreno Pestaña, José Luis (2021): Los pocos y los mejores. Localización y crítica del fetichismo político, Madrid, Akal en Los pocos y los mejores.

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