ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política, N.º 69
julio-diciembre 2023, r06
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2023.69.res06

CRÍTICA DE LIBROS

La responsabilidad de tener el futuro de la humanidad en nuestras manos. Reseña de: William MacAskill, What we owe the future, New York, Basic Books, Hachette Book Group, 2022

The responsability of holding the future of humanity in our hands . Review of: William MacAskill, What we owe the future, New York, Basic Books, Hachette Book Group, 2022

Aida Martínez Suárez

Universidad de Oviedo

https://orcid.org/0009-0005-1931-2551

CONTENIDO

El término longtermism (o «largoplacismo») es relativamente reciente, ya que aparece por primera vez en 2017 de la mano de dos filósofos: Toby Ord, nacido en 1979, investigador del Future of Humanity Institute de la Universidad de Oxford, y William MakAskill, nacido en 1987, autor del libro objeto de esta reseña. A pesar de su corta edad, MacAskill ha acumulado bastantes méritos y notoriedad. Tres libros publicados (siendo What we owe to the Future el tercero), investigador del Global Priorities Institute (GPI), cofundador y presidente de 80.000 Hours, cofundador y vicepresidente de Giving What We Can, y cofundador del Centre for Effective Altruism (CEA). Esta intensa y variada actividad mantiene, sin embargo, una coherencia interna: su línea vertebradora es el longtermism. Por ello se hace necesario, en primer lugar, aportar una definición de este concepto, y nada mejor que la que proviene del propio autor: «This book is about longtermism: the idea that positively influencing the longterm future is a key moral priority of our time. Longtermism is about taking seriously just how big the future could be and how high the stakes are in shaping it»1«Este libro trata sobre el largoplacismo: la idea de que influenciar de manera positiva el futuro a largo plazo es una prioridad moral clave de nuestro tiempo. El largoplacismo se centra en tomarse con verdadera seriedad cuan inmenso puede ser el futuro, y lo elevado de la apuesta que hacemos al darle una forma concreta». Traducción propia. (p. 12).

En este sentido, la postura que nos acompañará a lo largo de la obra es bastante clara: la no injerencia deliberada para evitar un daño (previsible) es tan reprobable moralmente como el causarlo de manera activa y deliberada, y por ello debemos tomarnos todos los futuribles posibles en serio. Si bien la preocupación por el legado que las generaciones presentes dejarán a las futuras no es un tema novedoso dentro de las sociedades humanas, MacAskill busca sentar las bases de por qué esto es así y por qué debemos entenderlo como una obligación moral y desarrollar cierto marco normativo al respecto. Para ello, comienza por echar la vista sobre el elemento principal del longtermism: el futuro. Cabe preguntarse, ¿de qué hablamos cuando hablamos de futuro? Podríamos definirlo como un territorio inexplorado de dimensiones abrumadoras, que será conformado por nuestras acciones presentes, pues si comparamos la duración media de las especies mamíferas que han poblado la tierra (alrededor del millón de años) con el tiempo que la especie Homo sapiens lleva en el planeta (300.000 años de acuerdo con los restos más antiguos, hallados en Jebel Irhoud, Marruecos), parece claro que hay más camino frente a nosotros que a nuestras espaldas. Bajo este nuevo prisma, nosotros seremos los «Antiguos» de la humanidad. Pensamiento que lleva a replantearnos la idea que nos hacemos de nuestro rol en la historia, ya que tiene el potencial para despertar nuestra esperanza y ambición al hacernos ver que el futuro puede ser inmenso y lleno de acontecimientos que probablemente ni alcancemos a imaginar, pero a los que, de alguna manera, podemos «dar forma». Así es como MacAskill declara que no estamos asomándonos al borde del precipicio, no habitamos un tiempo histórico carente de valor y contenido, y que ni de lejos hemos alcanzado el final de la historia.

Para entender mejor esta situación, podemos imaginar a la humanidad presente como si se tratase de un adolescente. Este adolescente no ha vivido más que una pequeñísima parte de su vida, pero sus decisiones afectarán enormemente, y a veces de manera irreversible, los largos años que tenga por delante. Sin esta visión a largo plazo, a muy largo plazo, quizá no seamos capaces de darnos cuenta de la relevancia de nuestros actos como sociedad; pero cuando alzamos la vista y comprendemos que seremos responsables de qué clase de vida llevarán un número desmedido de individuos, resulta difícil no aceptar que tenemos un deber moral hacia ellos. Así como la adolescencia es ese momento en el que muchos cambios y novedades toman lugar de manera simultánea, así vivimos en un presente que atraviesa esas mismas aguas turbulentas. Nos enfrentamos a escenarios catastróficos si no frenamos el avance del cambio climático y si el aumento de la temperatura media sobrepasa el 1,5 ºC. Las tecnologías siguen avanzando, sumergiéndose cada vez más en la realidad virtual y la cosecha sin escrúpulos de los datos de sus usuarios. La llegada de la pandemia supuso la oportunidad ideal para que los Estados tuviesen una justificación para ejercer un mayor control sobre los ciudadanos. Sabemos que los combustibles fósiles necesitan ser reemplazados. Se prevé que los flujos migratorios debidos a conflictos armados y a desastres medioambietales se intensifiquen cada vez más. Las desigualdades económicas nunca habían sido tan grandes mientras que, gracias en parte al impacto de las redes sociales, la población se encuentra cada vez más polarizada. MacAskill no es perezoso a la hora de dar un buen repaso a todo lo que está ocurriendo en nuestro presente. No es poco y, muchas veces, no es halagüeño.

Los tiempos que estamos atravesando son definidos por el autor como épocas de gran plasticidad. Se trata del momento en el que las sociedades humanas están abiertas a cambiar y a incorporar novedades. Pero a todo momento de plasticidad sigue uno de rigidez, lo cual lleva a la posibilidad de que se dé un «cierre de valores». Esto quiere decir que aquellos valores morales a los que demos prioridad en el presente serán, muy probablemente, los valores que heredarán las generaciones venideras. Podemos pensar en esos valores morales como en vidrio fundido, dúctil durante unos instantes, pero que al enfriarse ya no podrá cambiar de forma. Ahora bien, si la responsabilidad es tan grande, ¿cómo lograremos estar a la altura del reto? Nos encontramos con que algunas de las características que se han hecho constitutivas de nuestro modo de vida y organización social se convierten en obstáculos de peso para llevar a cabo la visión del longtermism. Para empezar, los seres humanos no solemos priorizar el largo plazo. Por otro lado, se ha normalizado que la clase dirigente de los países democráticos no conceda prioridad al bienestar de las generaciones futuras, y esto por una razón muy simple: no pueden votar. Las democracias actuales se caracterizan por un alarmante cortoplacismo populista, es decir, medidas inmediatas y vistosas que garanticen a los dirigentes ser reelegidos candidatura tras candidatura, pero que descuidan los impactos a largo plazo.

Pero es que el largo plazo presenta muchos problemas. Por ejemplo, ¿hasta qué punto podemos predecir el impacto de nuestras acciones al navegar un futuro de individuos cuya existencia y características no podemos conocer con certeza? Para abordar este problema, el autor nos provee de tres marcadores prácticos: significancia (cómo y en qué grado impacta que un hecho ocurra o no; por ejemplo, la extinción de las abejas), persistencia (la duración de un suceso; a mayor persistencia, más cuidadosamente debemos reflexionar si queremos que este suceso ocurra o no) y contingencia (cuántos eventos pequeños y muy específicos son necesarios para que un evento significativo ocurra; por ejemplo, la aparición del Quijote fue altamente contingente y podemos afirmar que los acontecimientos que llevaron a su escritura no volverán a repetirse jamás.) Estos tres parámetros podrían ayudarnos a navegar en uno de los terrenos más peligrosos en los que la especie humana suele tener que adentrarse: el de la incertidumbre. El poder hacer una aproximación de la significancia, la persistencia y la contingencia que tendrán nuestras acciones podría actuar como un faro que, aun no mostrando la totalidad del mar, despeja las sombras lo suficiente como para que la incertidumbre no nos paralice. Se podría argüir que estos parámetros resultan demasiado abstractos y generales. Sin embargo, nos dice MacAskill, no podemos exigir del longtermism principios morales perfectamente definidos, pues esto carecería de practicidad, y tendremos que operar con consignas morales más universalistas, del tipo «Trata a los otros como te gustaría que te tratasen a ti».

Y es que una de las claves para garantizar el futuro es garantizar el respeto hacia la diversidad. Cuanta más diversidad mejor, cuantos más mejor. Este podría ser el lema de esta obra, en la que podemos encontrar la influencia de Derek Parfit, defensor de la idea de que vivir es más deseable que no hacerlo (siempre y cuando esa vida no sea un infierno). Otro motivo por el cual es preferible que la población humana sea lo más numerosa posible es que cuanta más gente, más contribución al bienestar global. El avance del ser humano ocurre gracias al motor de la colaboración, por lo tanto, cuantos más colaboramos, mejor, pues aumentan las posibilidades de que surjan nuevos inventos, creaciones artísticas y modelos de pensamiento. Sin embargo, ¿cómo defender el crecimiento constante de la población humana en un mundo de recursos limitados? Aquí es donde llegamos a la que puede ser la parte más controversial del libro, pues entra de lleno en un terreno que parece pertenecer a la ciencia ficción. Es decir, las reflexiones sobre hasta dónde serán capaces de llegar las IA (Inteligencias Artificiales), y si la colonización del espacio exterior es un escenario posible. El autor es muy claro a este respecto, advirtiendo del peligro de creer que algo no pueda ser posible en el futuro solo porque no lo es en el presente.

El horizonte en el que se mueven las nuevas tecnologías y las IA es inmenso y con un potencial enorme, ya que no estamos presenciando sino el inicio de su desarrollo. Necesitamos pensar a lo grande si queremos prevenir grandes problemas futuros. Por ejemplo, cabe la posibilidad de que la AGI (Artificial General Intelligence) aparezca hacia finales de este siglo o, menos probable, antes de 2050. La AGI llegaría a emular de manera perfecta, e incluso a sobrepasar, el funcionamiento de un cerebro humano. Al decir que la aparición de la AGI es motivo de preocupación para MacAskill, no hay que asumir que este encuentre indeseable el surgimiento de este tipo de IA, sino que le preocupa el uso que de semejante poder pueda hacerse. ¿Quién va a desarrollarlo y controlarlo? ¿Los Estados?, ¿el ejército?, ¿las compañías privadas? En este sentido, debemos alinearnos con MacAskill y compartir su preocupación.

Otra de las características principales de What we owe to the future es, como ya habrá quedado patente, su aspiración a abarcar un gran número de temas. Sin duda esto tiene sentido en tanto en cuanto el objetivo principal de la obra es explorar el futuro, y el futuro está constituido... bueno, por todo. El problema es que el lector puede quedar, en ocasiones, con el deseo de una mayor profundidad con respecto al tema tratado. A la vez, cabe resaltar que el tono ligero y divulgativo de la mayoría de los capítulos hace de este libro una obra que puede llegar fácilmente a una gran cantidad de público, característica de vital importancia en un libro cuyo contenido insta a la reflexión, a la conciencia y la toma de medidas prácticas para asumir una responsabilidad colectiva.

No obstante, no se trata de que el autor inste a una acción inmediata, en tanto que esta clase de inmediatez iría en contra de la propia naturaleza del longtermism y su priorización hacia la prospección. El deber de las generaciones presentes en más bien de precaución y reflexión antes que de acción. ¿Y si alguno de los valores que a día de hoy consideramos como justos resultan ser altamente dañinos? El futuro es extenso y la historia larga; como especie, quizá fuese deseable que unas cuantas generaciones se dedicasen a la reflexión y la exploración moral (a morally exploratory world) antes de llegar a un cierre de valores que, si se produjese demasiado pronto, podría llevar a que el futuro fuese moldeado por valores de corte dictatorial, de individualismo extremo o de privatización absoluta de servicios y recursos. Me siento tentada de decir que, en este aspecto, MacAskill quizá esté cayendo en el idealismo o la ingenuidad. Para empezar, aunque justifica su postura desde la idea de que hay valores que son claramente mejores que otros (diversidad vs. racismo, por ejemplo). y que si (como sociedad) nos tomamos el tiempo suficiente para explorarlos podremos ir descartando los primeros y aplicando los segundos, es difícil asegurar que este proceso de descarte vaya a ser siempre claro. Incluso resulta difícil creer que la idea de «los mejores valores posibles» no sea más que eso, una idea. Por otro lado, sienta como condición necesaria un estado de ánimo muy concreto en la población humana a nivel global: de reflexión, crítica y aceptación del cambio, a la vez que pluralidad de opiniones, pero no nos dice cómo la población global podría alcanzar este estado de diálogo de «buena fe».

Otra crítica que dedicar al contenido de esta obra es su alto nivel de antropocentrismo, y el aparente poco interés que muestra hacia cuestiones de medio ambiente y biodiversidad (mencionadas superficialmente, conformándose con instar a su cuidado). Siendo un libro cuyo interés principal es el futuro y la supervivencia de la especie humana, esta ausencia de atención hacia el motivo mismo de nuestra existencia -un planeta provisto de condiciones que permiten la vida- es llamativa, y quizá se deba a la expectativa de una salvación tecnológica que intuye a lo largo de la obra. No obstante, estas críticas pueden dejarse de lado en virtud del abundante espacio y material que MacAskill dedica a aportar propuestas reales y factibles para construir un mejor futuro, tarea que aborda en último capítulo del libro, explicando y defendiendo la idea del «Altruismo efectivo». Aboga por apoyar aquellas organizaciones centradas en el desarrollo de soluciones a problemas futuros (y presentes), tales como starups en energías renovables. Así ejemplifica con situaciones reales lo que ha defendido a lo largo de todo el libro: nuestras acciones cuentan, tienen impacto y debemos reflexionar antes de tomar decisiones.

En definitiva, aunque What we owe to the future nos insta a mirar hacia el futuro, es una obra que dota, como pocas, de un poder de acción descomunal a las generaciones presentes. Algo que, en estos tiempos marcados por una sensación de impotencia generalizada, de cotas de ansiedad y depresión históricas, resulta de vital importancia y entra como un soplo de aire fresco en una estancia llena de ocupantes cercanos a la asfixia. Quizá el tono de urgencia frente a los retos y peligros que aguardan a los habitantes del futuro pueda resultar angustioso, pero dotar a una generación que se siente profundamente frustrada de la posibilidad de mejorar la vida de las generaciones que están por venir puede que sea una de las mayores necesidades de nuestro presente.

NOTA

 
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«Este libro trata sobre el largoplacismo: la idea de que influenciar de manera positiva el futuro a largo plazo es una prioridad moral clave de nuestro tiempo. El largoplacismo se centra en tomarse con verdadera seriedad cuan inmenso puede ser el futuro, y lo elevado de la apuesta que hacemos al darle una forma concreta». Traducción propia.