La riqueza me parece semejante a una serpiente: si uno no sabe asirla sin peligro, sosteniendo al reptil por la punta de la cola, se enroscará en su mano y le morderá
(Clemente de Alejandría, El pedagogo, III.V.35.1).
INTRODUCCIÓN
⌅Entre los años 350 y 550 de nuestra era emergerá un saber y una práctica cristiana que imaginará que la circulación de riquezas entre los hombres y las mujeres era capaz de unir la tierra y el cielo. Peter Brown ha afirmado convincentemente que el cristianismo de Occidente quedará marcado por esta creación.1
Este procedimiento de subjetivación referido al uso de las riquezas puede abrir un nuevo capítulo para explorar la formación de un tipo de experiencia con base a “cierto modo de relación de uno consigo mismo y cierta relación entre el mal y la verdad” (Foucault, 2019Foucault, M. (2019). Historia de la sexualidad 4: las confesiones de la carne. Siglo XXI editores., p. 70), que Michel Foucault estudia en Las confesiones de la carne.6
1. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA Y EL COMBATE POR LA SENCILLEZ
⌅1.1. El uso de los adornos y de las riquezas
⌅El Cap. XII del libro II de El pedagogo de Clemente de Alejandría se titula “No debemos maravillarnos (τοῆσθαι) de las piedras preciosas ni de los adornos de oro”. Una primera lectura pareciera indicarnos que la relevancia de este capítulo es escasa. En efecto, se trata de uno más de los capítulos con temas pintorescos que se articula como una diatriba contra las mujeres, que se extiende, en ocasiones, a los soldados (Paed II.XII 122), a los hombres en general y a los niños. Sin embargo, esta última referencia permite identificar mejor los interlocutores del discurso y comenzar a dar a este capítulo la importancia que merece. En El Pedagogo Clemente ha hecho de los niños la metáfora de los bautizados. En efecto, todo el libro es un discurso donde Cristo, el pedagogo, le enseña, como si fueran niños, a quienes han decidido seguir el camino para asemejarse a Él (Marrou, 1960Marrou, H. I., (1960). Introduction et notes. En Clementd’Alexandrie, Le pédagogue(pp. 7-22). Les Éditions du Cerf., pp. 23-26; Paed I,1.1; I,12.1). De esta manera, y sin perjuicio de las interpelaciones puntuales que se dirigirán a las mujeres, a los soldados y a los hombres, la referencia a los niños hecha por Clemente de Alejandría en el capítulo XII, recuerda que los dichos de esta sección son parte del aprendizaje que todos los bautizados deben realizar para seguir a Cristo.
Ahora bien, ¿por qué no conviene a los bautizados maravillarse con los adornos y las piedras preciosas? ¿Cuál es el peligro que ellas portan? La respuesta a estas preguntas permitirá reconocer que el capítulo XII contiene una exhortación a través de la cual el pedagogo advierte que en el uso de los adornos de oro y de las piedras preciosas se juega un problema tan fundamental para la vida de los cristianos como la vanidad y el placer, i. e., el uso de las riquezas (Paed II.XII 121.1). Para reconocer este desplazamiento desde el uso de las piedras preciosas al uso de las riquezas utilizaré el principio de triple determinación que Michel Foucault propuso para analizar los discursos de Clemente de Alejandría, es decir, distinguiré las tres fuentes que utiliza Clemente en sus discursos, a saber, la filosofía pagana,7
1.1.1. Primera y segunda determinación: el uso de los adornos de oro.
⌅La enseñanza del Pedagogo sobre el problema de las piedras preciosas y los adornos comienza precisamente desde las discusiones de la filosofía y la poesía pagana. Clemente no solo invitará a reír de las mujeres que se adornan con tanto esmero, sino que advertirá que el brillo de esos adornos es aparente. Solo los hombres necios y los niños se precipitan y dejan arrastrar sobre un fulgor que es peligroso como el fuego (Paed II.XII 118.1-3). ¿Cuál es el peligro de los adornos y de las piezas de oro? Confunden al sujeto respecto a lo que es y dónde se encuentra la belleza. Para conjurar dicho peligro, los bautizados deben recordar que “solo en el alma se hacen patentes la belleza y la fealdad” (Paed II.XII 121.2) y que “tan solo el virtuoso (σπουδαῖος) es realmente bello y bueno (καλὸς κἀγαθός)” (Paed II.XII 121.2-3). Tal como ocurre con las plantas y los animales (y esta es la única mención a la segunda determinación que permiten los textos sobre la naturaleza que atrajeron el interés de Foucault en relación con la procreación), la belleza de cada ser es su virtud (Paed II.XII 121.4). Luego de dejar establecida esta antigua imbricación entre belleza y bien, Clemente de Alejandría advertirá que maravillarse por los adornos de oro y piedras preciosas supondrá una preocupación primaria por el cuerpo y no por la virtud, una preocupación que convierte el amor a la belleza (ϕιλόκαλον) en amor a la vanidad (κενοδοξία) (Paed II.XII.122.1) y al placer (PaedIII.II. 10.1-2) que terminan, Clemente advertirá, con “el alma enferma en profundidad (νοσοῦσα ἐν βάθει ἡ ψυχή)” (PaedIII.II.9.2). De este modo, quienes se dejan arrastrar por este amor inmoderado quedan encadenados por su oro, son sus sirvientes y no sus dueños. El deslumbramiento que producen las piedras preciosas, en definitiva, hace perder la razón (ἐξέμηνεν) (Paed II.XII.123.2) y genera un tipo de adulterio que Clemente vincula no solo con el matrimonio (Paed II.XII.123.2-3) sino también con la idolatría (Paed II.XII.127.1).
1.1.2. Tercera determinación: el uso de la riqueza
⌅El peligro propiamente cristiano que genera maravillarse con las piedras preciosas se liga, precisamente, con la práctica de la idolatría. Al incorporar este peligro Clemente de Alejandría transforma el problema sobre el cual trata el capítulo XII. En efecto, a partir de la tercera determinación que las Escrituras permiten, la enseñanza del pedagogo se desliza perceptible, pero cuidadosamente desde un problema referido a los adornos de oro y las piedras preciosas, a uno donde que se vincula, más bien, con el uso de las riquezas. Una transformación que podría expresarse de dos modos distintos, pero vinculados. Primero, en términos de los vicios que Clemente de Alejandría asocia a ese uso, la tercera determinación permite afirmar que el uso de las riquezas no solo se liga con la intemperancia y la vanidad, sino también con la codicia (πλεονεξία). Segundo, en términos de los conceptos que organizarán el problema de la riqueza, la tercera determinación convoca junto a la belleza del Λόγος (Lógos) que no necesita adornarse (Paed III.I.5) esa “otra belleza” que es el ἀγάπη (agápē) (Paed III.I.3.1).8
Clemente introduce la tercera determinación a través de una serie de preguntas que hacen las mujeres que no comprenden el simbolismo de las Escrituras: “¿Por qué no servirnos de lo que Dios ha puesto ante nuestros ojos? ¿Por qué no gozar de lo que está a mi disposición? ¿Para quiénes ha creado esto sino para nosotros?” (Paed II.XII 119.2). Estas preguntas, que se seguirán haciendo a lo largo de la historia,9
Dios mismo hizo al género humano para que participara de sus propios bienes (τῶν ἑαυτοῦ μεταδοὺς), no sin antes repartir y poner a disposición de todos los hombres, como bien común, su propio Λόγος, haciéndose todo para todos (πάντα ποιήσας ὑπὲρ πάντων). Así que todos estos bienes son comunes y los ricos no tienen por qué apropiarse más que los demás
(Paed II.XII 120.3).
Siguiendo esta línea argumental, Clemente de Alejandría subrayará que no es humano (ἀνθρώπινον) ni propiamente comunitario (κοινωνικόν) afirmar que porque algo está a mi disposición y me sobra puedo usarlo. Al contrario, y este es el momento que introduce el concepto llamado a ordenar el problema que surge a propósito del uso de los bienes, es más conforme al agápē (μᾶλλον ἀγαπητικόν) afirmar: está a mi disposición, ¿por qué no repartirlo entre los que están necesitados? En efecto, es perfecto (τέλειος) el que cumple (πληρώσας) el siguiente precepto: Amarás (ἀγαπήσεις) al prójimo como a ti mismo (120.5). Amar al prójimo, concluye Clemente, es el verdadero lujo (τρυϕή), la verdadera riqueza que acumula tesoros (θησαυριζομένη πολυτέλεια) para sí en el cielo. Gastar en vanos deseos, en cambio, se ha de contabilizar como dispendio.
El deslumbramiento con las riquezas tiene consecuencias graves pues conduce a los cristianos no solo a perder la razón y a olvidar a quienes pasan necesidad, sino también a dejar de lado la voluntad de Dios que permitió hacer uso de las cosas hasta lo necesario (μέχρι τοῦ ἀναγκαίου) y ha querido que ese uso fuese común a todos (καὶ τὴν χρῆσιν κοινὴν εἶναι βεβούληται) (Paed II.XII 120.6). Es por ello, y con esta conclusión Clemente de Alejandría pone en relación la belleza con el agápē, que los cristianos “deben adquirir razonablemente las riquezas y participarlas con filantropía (φιλανθρώπως), no por interés, ni por ostentación: y no transformar el amor a lo bello en amor a sí mismo (τὸ φιλόκαλον εἰς φιλαυτίαν) y en mal gusto…” (Paed III,VI 34.1).
1.2. El combate por la sencillez
⌅El pedagogo no solo denuncia los peligros de maravillarse con los adornos de oro y las piedras preciosas. Consistentemente con su tarea de mostrar la forma que debe tener la vida de los cristianos para imitar al Λόγος y encarnar esa otra belleza que es el agápē, el discurso de Clemente ofrece un modelo respecto del uso de las riquezas: conviene que quienes sirven a Cristo le den la bienvenida a la sencillez (λιτότης) pues ella conduce a la santidad (ἁγιωσύνη) (Paed II.XII 128.1). Contrariamente a la pesada carga que las riquezas suponen para el viaje de los cristianos, la sencillez se presenta como un hermoso equipaje para el camino de imitación de Cristo que deben hacer los bautizados (Paed III.VIII).12
La sencillez es el modo específico de formar una vida bella no solo según el Λόγος, sino también según esa otra belleza que es el agápē. Quien es sencillo debe llevar consigo el hermoso báculo de la benefactría14
En ¿Quién es el rico que se salvará? se esboza un procedimiento para formar una vida sencilla que se sostiene en un giro que hará transitar el mandato de Jesús desde el cumplimiento exterior, hacia uno que exigirá que el cristiano se ponga como un objeto frente a sí y opere una transformación que permita limpiar su alma de las pasiones que lo arrastran a las riquezas.18
¿Qué es, pues, lo que anuncia (el Señor) como nuevo, propio de Dios y lo único que vivifica, que no salvó a los antepasados? Si la nueva creación el Hijo de Dios, da a conocer y enseña algo verdaderamente nuevo y extraordinario, no recomienda lo aparente, lo que otros ya han realizado, sino algo distinto de lo significado a través de ello, (algo) más grande, más divino y más perfecto: el desnudar el alma misma y la disposición a las pasiones que subyacen en ella y arrancar de raíz y arrojar lejos lo que es ajeno a la razón
(QDS 12.1),
En especial, arrancar aquellas pasiones vinculadas al uso de las riquezas (QDS 11.1-2). Así, el “aprendizaje característico del creyente, la enseñanza digna del Salvador” (QDS 12.1) interroga a quien usa las riquezas (y lo interroga a propósito de ese uso) en un ámbito que inicialmente podríamos llamar interior. La interioridad que Clemente articula es crucial porque allí se juega la vida del creyente; y es también trabajada pues hay que forjarla como si fuera el resultado de un ejercicio sobre sí mismo.
Si bien QDS no es un detallado manual de conducta, es suficientemente preciso para encadenar una serie de elementos a partir de los cuales los cristianos deben realizar un ejercicio sobre sí mismo orientado a semejarse a Cristo al usar las riquezas. En primer lugar, se trata de un ejercicio del orden del combate atlético.21
En segundo lugar, este ejercicio de sí que se caracteriza como un combate interior, tiene un objeto y un fin. El alma es el objeto que el cristiano ha de poner ante sí pues solo si “es capaz de doblegar internamente el poder de las riquezas, pensar y ser sobrio con moderación, y buscar solo a Dios, anhelar a Dios y ser conciudadano de Dios”, se presentará, y este es el fin que se propone, “pobre frente los mandamientos, libre, invicto, sano e incorruptible ante las riquezas” (QDS 26.6). De lo contrario, un camello pasará más fácilmente por el ojo de una aguja que un rico entrará al reino de Dios (QDS 26.7). El resultado del ejercicio sobre sí del creyente es, por lo tanto, dejar el alma “pobre y desnuda” (πτωχεύουσαν καὶ γυμνήν) (QDS 16.1-3) como condición para seguir a Cristo (“vende lo que tienes… y después sígueme”) y recibir la gracia.
En tercer lugar, el ejercicio de sí se realiza mediante un uso de las riquezas que debe fundarse en el agápē. Si bien las obras de benefactría no son la única vía por la cual el cristiano hace su alma pobre;23
En resumen, el ejercicio de sí que articula ¿Quién es el rico que se salvar agápē á? es un combate atlético por la sencillez que los bautizados despliegan en el alma con el fin de dejarla pobre y desnuda. Para ello las obras de benefactría deben fundarse en el mismo agápē que explica toda la historia de redención. La imbricación entre estos elementos tiene dos consecuencias relevantes, La primera es que el combate por la sencillez no se imagina como uno exclusivamente interior o exterior. En efecto, las obras del agápē se constituyen con base a realizaciones cuya exterioridad salvadora solo se forja desde el amor redentor de Dios que se establece al interior del sujeto. Si esto es así, las obras del agápē se constituyen a partir de una circulación entre interior y exterior que refleja, quizás, la circulación cósmica de bienes entre la tierra y el cielo con la que el mismo Clemente justifica la benefactría (QDS 32.1-4).25
La segunda consecuencia se refiere a la conversión. Las obras del agápē permiten una conversión (postbautismal) luego de la conversión (bautismal), realizan una metanoia de carácter penitencial y fundada en el amor: “Si uno dispone de este agápē en el alma, aunque haya sido engendrado en pecados, aunque haya realizado muchas cosas prohibidas, aumentando el agápē y abrazando una limpia penitencia (μετάνοιαν), puede recuperar lo perdido” (QDS 38.4). De esta manera, en el mismo periodo que Tertuliano regulaba el modo de realizar un segundo bautismo que permitiera redimir las faltas cometidas luego de la primera conversión (Foucault, 2019Foucault, M. (2019). Historia de la sexualidad 4: las confesiones de la carne. Siglo XXI editores., pp. 109-116), Clemente también abría un camino de transformación para quien había caído.26
2. LA SEGUNDA PENITENCIA
⌅Según Foucault, tanto la preparación para el bautismo como la segunda penitencia escritas por Tertuliano, son testimonios de la creación de una disciplina penitencial a través de la cual el sujeto deviene objeto de su examen a propósito del mal realizado y participa de un ejercicio de transformación de sí para lograr su redención (Foucault, 2019Foucault, M. (2019). Historia de la sexualidad 4: las confesiones de la carne. Siglo XXI editores., pp. 82-93). La exomologesis ocupa un lugar principal en su explicación no solo como el episodio final de la segunda penitencia, sino como designación de todo un procedimiento penitencial que manifestará la verdad del sujeto (Foucault, 2019Foucault, M. (2019). Historia de la sexualidad 4: las confesiones de la carne. Siglo XXI editores., pp. 113-115).
Para mi estudio sobre el uso de las riquezas es significativo que Tertuliano, en su detallada y casi jurídica presentación sobre el modo de hacer exomologesis, no mencione ni las buenas obras ni la limosna (Tertuliano, Paen., IX.3). Esta omisión es observada con sorpresa por el editor de la traducción castellana del texto, quien hace notar que Tertuliano omite una actividad penitencial cuyo valor expiatorio era conocido por el pueblo de Israel ya desde del exilio. Quizás en continuidad con ese conocimiento, la Tradición apostólica de Hipólito indica que la realización de buenas obras era una de las cuestiones sobre las cuales la vida de los candidatos era examinada para decidir si serían elegidos para el bautismo (Hipólito, 74).
Si la referencia que se encuentra en La tradición apostólica permite avizorar que la probatio penitentiae requeriría la realización de buenas obras como parte de la disciplina penitencial del candidato al bautismo, los tratados Sobre los caídos (250 d. C.?) y Sobre la obra y las limosnas (253?)30
2.1. Cipriano de Cartago: limosnas y obras penitenciales
⌅2.1.1. El uso de las riquezas
⌅Conviene comenzar reconociendo que, en relación con el uso de las riquezas, los discursos del obispo retoman una serie de proposiciones que siguen de cerca lo dicho por Clemente de Alejandría. En particular, ellos repiten la advertencia de este último respecto del peligro que constituía el amor a las riquezas. Los elegantes términos de Cipriano de Cartago lo expresan sin la multitud de referencias filosóficas y poéticas que ofrece Clemente de Alejandría, pero con la urgencia que genera la apostasía de los cristianos de su comunidad. “El deseo ardoroso e insaciable de aumentar (el) patrimonio”33
2.1.2. Obras y limosnas penitenciales
⌅Para Cipriano de Cartago, al igual que para Clemente de Alejandría, las riquezas no salvan, sino que adormecen la fe; los bienes no son malos ni se debe renunciar completamente a ellos, sino que hay que aprender a usarlos. El deseo excesivo de acrecentar el patrimonio pierde al cristiano y, en el momento de la persecución, lo hace abandonar su fe. Para enfrentar la apostasía y también otros pecados, el obispo de Cartago recordará algo que ¿Quién es el rico que se salvará? ya había reconocido, a saber, que las riquezas pueden tener un uso expiatorio. Sin embargo, Cipriano testimonia que ese uso de las riquezas no es solo una manera entre otras para redimir los pecados cometidos por los bautizados, sino que las limosnas y las obras37
Cipriano de Cartago no solo asevera que las obras deben ser parte de la remisión de los pecados, sino que además introduce dichas obras al interior de un procedimiento penitencial postbautismal.42
Esta metanoia postbautismal se inserta en la peculiar circulación entre exterior e interior con las que Clemente de Alejandría había caracterizado las obras del agápē. En efecto, las obras y limosnas penitenciales se realizan exteriormente en beneficio de otros; pero, no excluyen, sino que, al contrario, suponen que el penitente haga un examen de su corazón y se duela para transformarse. Ritualmente, las obras y las limosnas son parte del momento de la penitentiam agere44
Sin embargo, la exigencia de un examen interior no debe llevarnos a entender que las limosnas y obras penitenciales son actos exteriores que, en verdad, se juegan fundamentalmente en el interior del sujeto. La complejidad de estas obras radica, más bien, en que ellas no se realizan sin un dar o un hacer ejecutado fuera del corazón del penitente que contenga, sin embargo, el dolor interior del penitente arrepentido por el pecado realizado. Es el dolor interior hecho acción o la acción dolorosa la que constituye uno de los aspectos cardinales de la penitencia postbautismal de la cual los discursos de Cipriano de Cartago son un testimonio.48
Las limosnas y obras penitenciales postbautismales delimitan lo que llamaré un ámbito de paso que, tal como el uso de las riquezas de Clemente de Alejandría, vincula el interior del sujeto con su exterior.49
Si esto es así, las limosnas y las obras penitenciales son un caso insoslayable del hacer verdadero que caracteriza, según Foucault, la segunda penitencia.54
3. CONCLUSIONES
⌅Más allá del vocabulario transaccional a partir del cual Cipriano de Cartago presenta su reflexión sobre las obras penitenciales, su análisis y el de Clemente de Alejandría no solo testimonian que el uso de la riqueza es un problema moral para el cristiano, sino también que dicho uso delimita un ámbito a partir del cual el cristiano debía constituirse a sí mismo. Las reflexiones del obispo de Cartago testimonian, además, cómo esa constitución de sí se inserta al interior de un proceso penitencial postbautismal orientado a expiar el mal efectuado mediante la realización de obras penitenciales que permitían atesorar riquezas en el cielo. Precisamente en esto radica la importancia de la pequeña innovación de Cipriano de Cartago, i. e., incorpora el uso de las riquezas al interior de un esquema de transformación penitencial articulado a partir de la transformación de sí por parte del cristiano.
Lo expuesto hasta aquí permite concluir que las limosnas y las obras penitenciales contienen los dos elementos a partir de los cuales Foucault comprende la noción de experiencia, esto es, realizar obras penitenciales exige que el sujeto se conozca haciéndose objeto de su examen y se convierta ofreciendo un esquema de transformación para ello (Foucault, 2019Foucault, M. (2019). Historia de la sexualidad 4: las confesiones de la carne. Siglo XXI editores., pp. 69-71). Adicionalmente, tanto la limosna y la obra penitencial de Cipriano de Cartago, como el uso de las riquezas de Clemente de Alejandría, articulan ambos elementos en función de la relación entre mal y verdad. En efecto, por un lado, el penitente se transforma en objeto de sí tan pronto como debe examinar su verdad a partir del pecado cometido y, por otro, debe seguir un esquema de transformación que encuentra en el hacer penitencial el ámbito y la forma de manifestar su verdad como sujeto de un modo que se considera equivalente a la profesión de fe del mártir. Esta experiencia no puede denominarse, por supuesto, una experiencia de la carne. Si seguimos a Clemente de Alejandría, sería la experiencia de la constitución de una vida sencilla por quien se dirige a ser espiritualmente pobre, mientras que si escuchamos a Cipriano de Cartago la llamaríamos simplemente la de la constitución de un sujeto misericorde.
Esta experiencia de la pobreza espiritual o de la misericordia forjada para responder al problema de las riquezas descansa en una profesión de fe ¿Es esa profesión equivalente al acto de fe que Foucault caracterizó como una simple adhesión que no suponía la elaboración de la verdad por parte del sujeto (Foucault, 2014aFoucault, M. (2014a). Del gobierno de los vivos: Curso en el Collège de France (1979-1980). Fondo de Cultura Económica., pp. 106-108)? ¿O es, en cambio, un acto análogo al acto verdad no reflexivo que parecería ser apto para comprender el hacer verdadero de la penitencia postbautismal (Foucault, 2019Foucault, M. (2019). Historia de la sexualidad 4: las confesiones de la carne. Siglo XXI editores., pp. 75-76)? Ninguna de ambas caracterizaciones parece suficiente. La profesión de fe que testimonian las obras penitenciales y el uso de las riquezas propuesta por Clemente de Alejandría contiene, por una parte, la afirmación por parte del sujeto de una verdad cristiana vinculada a los bienes de la creación (acto de fe) que articula, por otra parte, el deber de verdad que el cristiano realiza al constituirse a sí mismo a través de esas obras (acto de verdad). En otras palabras, las obras penitenciales y el uso de las riquezas propuesto por Clemente son actos donde el benefactor,56