Isegoría. Revista de Filosofía moral y política
N.º 70, enero-junio, 2024, 1485
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2024.70.1485

CRÍTICA DE LIBROS

Atención y resistencia como responsabilidad. Reseña de: Olga Belmonte, Víctimas e ilesos. Ensayo sobre la resistencia ética, Barcelona, Herder editorial, 2022

Attention and resistance as responsibility. Review of: Olga Belmonte, Víctimas e ilesos. Ensayo sobre la resistencia ética, Barcelona, Herder editorial, 2022

Aïda Palacios Morales

Universitat de Barcelona / Universidad Complutense de Madrid

https://orcid.org/0000-0001-5103-4890

CONTENIDO

En esta obra, Olga Belmonte alienta a la resistencia ética. Con la esperanza de encontrar “la senda de la bondad de la que también somos capaces” (p. 32) y la mirada puesta en las víctimas, tal resistencia se concreta en la responsabilidad de atender a su experiencia, reparar su dolor y prevenir daños futuros; esto es, no ceder al dominio, no caer en la indiferencia y la injusticia, en lo inhumano. Graciela Fainstein afirma en el prólogo que el concepto clave del texto es empatía (p. 13), pero mi percepción es que el énfasis está en la responsabilidad. Puede muy bien ser, sin embargo, que ambas perspectivas se complementen: de un lado, el cuidado debido a las víctimas; del otro, la exigencia de responsabilidad a las personas ilesas.

El ensayo abre con un capítulo sobre los vínculos entre víctimas, historia y memoria, al que le siguen otros tres que reparan en cada una de las partes: las víctimas, los victimarios y la comunidad de los ilesos. El texto tiene dos virtudes principales que reflejan claramente la propuesta de resistencia ética de la que este libro es práctica y ejemplo. La primera es dar voz a las víctimas: Belmonte articula su discurso en torno a sus palabras y silencios. Cediéndoles páginas y protagonismo, reconociendo su experiencia, hace efectiva su determinación de reparación, que en parte consiste en preservar la memoria. La segunda virtud es exhortar a la responsabilidad de la comunidad de los ilesos, aquella a la que pertenecen quienes, sin ser víctimas, no permanecen impasibles. Más allá de la claridad expositiva, la fuerza del ensayo radica en la precisión afilada de las preguntas que nos hace a los ilesos. Para ellos, para nosotros, el libro es una incitación a la acción. Y no una acción cualquiera sino cuasi como acción pasiva weiliana: la que nace de la atención y no puede dejar de hacerse (Weil, 2007, p. 90Weil, S. (2007). La gravedad y la gracia. Madrid: Trotta.).

En la Introducción, Belmonte especifica que su reflexión refiere a las víctimas morales, aquellas causadas por la acción injusta de otros y, por lo tanto, evitables. Su objetivo es plantear “tareas éticas irrenunciables en el presente y de cara al futuro”. Partiendo de una ética de la alteridad que bebe de Emmanuel Lévinas, Simone Weil, más recientemente Judith Butler o, más cerca, Josep Maria Esquirol y Joan-Carles Mèlich, Belmonte entiende que ser humano no es solo ser afectable, sino ser responsable. Tal responsabilidad es respuesta al otro, atención y sensibilidad primeras, generadoras de acción en consecuencia. Com-pasión ha de devenir, por lo tanto, con-moción. Con tacto y respeto, con “un pudor reverencial” (p. 35), se acerca al sufrimiento de las víctimas no por mera voluntad de saber, sino para darle respuesta -atenderlo, repararlo, evitarlo-.

El primer capítulo, Aprender del pasado, parte de una crítica a las filosofías idealistas de la historia que justifican lo acaecido en nombre del progreso. Esos intentos de comprensión culminan en una especie de “todo pasa porque conviene” en el que los muertos resultan ser el precio a pagar. Consideran, así, que el tiempo lo cura todo cuando, muy al contrario, el sufrimiento exige reparación. Aprender de lo sucedido y reconocer a las víctimas no significa enaltecer su vivencia porque, en cualquier caso, lo inhumano “no debió suceder y no somos mejores porque haya ocurrido” (p. 32).

Testimonios del horror, el segundo capítulo, se abre con un acto de reconocimiento a las víctimas, en que Belmonte se hace eco de su voz. Lo hace a través de sus testimonios, explicitando lo singular y concreto de cada persona y cada experiencia, sin generalizar ni juzgar. Afirma que las víctimas, especialmente cuando han sufrido torturas, son expulsadas del mundo, convertidas en triplemente apátridas: sin patria física, desarraigadas de su hogar; sin patria lingüística, por falta de palabras que traduzcan el sinsentido de lo vivido, amnesia post-traumática o porque no hay nadie dispuesto a escuchar; y, en última instancia, sin patria humana, proscritas, estigmatizadas, invisibilizadas y silenciadas.

Ahora bien, la condición de víctima no está exenta de dificultades. No es elegida, sino que viene impuesta. En la segunda parte del capítulo, y en un diálogo crítico con Daniele Giglioli, autor de Crítica de la víctima (Barcelona: Herder, 2017), Belmonte ahonda en una de esas dificultades, el victimismo. Tal conducta supone una renuncia a la responsabilidad y la agencia, aunque, aclara, las víctimas son inocentes solo respecto a lo sufrido, no como condición eterna y universal. En el fondo, lo que Belmonte rebate a Giglioli es su recepción de la filosofía de la alteridad, la atención a la vulnerabilidad como núcleo de la comprensión antropológica. Lo que genera víctimas no es la condición vulnerable, sino las relaciones de poder ejercidas por los victimarios. Del mismo modo, lo que conduce a la barbarie es la falsa pretensión de autosuficiencia: “Asumir la común vulnerabilidad e interdependencia nos lleva, en cambio, a reconocer que los otros no son necesariamente una amenaza, ni culpables de nuestra situación, sino más bien aliados en la tarea de afrontarla, sobrellevarla o superarla” (p. 71).

El tercer capítulo, La lógica de la barbarie, se fija en los victimarios. La maldad, señala Belmonte, no reside solo en los grandes actos: habita en las morales cotidianas capaces de borrar la culpa. La maldad niega a las víctimas su nombre, las diluye en una categoría, las expulsa de lo humano. Pero, así como no todas las víctimas caen en el victimismo, no todos los seres humanos pueden devenir victimarios: es necesario renunciar a la humanidad propia, a la propia conciencia. Afirmar que cualquiera puede convertirse en victimario equivale a una disculpa. Responsabilidad ética no es solo atender a las víctimas, pues incluye el deber de resistir al dominio y de hacer bien, frente a la ciega obediencia o la renuncia al pensamiento a lo Eichmann. Claro está que hay circunstancias en que se cultiva el odio. Y aun, nada absuelve la inhumanidad, pues “la lucidez no es solo una posibilidad, es además un deber” (p. 89). Belmonte señala como la espectacularización del sufrimiento inmuniza para la compasión. Ella pone de ejemplo el uso propagandístico que hacen grupos terroristas como Estado Islámico (p. 93); yo pensé inmediatamente en la insensibilización que generan las noticias en los telediarios o, aún más, en esos bucles infinitos de noticias 24 horas. Ahí, la complicidad es salir indemne, llevarse la cuchara a la boca como si nada. De nuevo, la responsabilidad ética de no caer en lo inhumano, de no obviar a las víctimas ni callar ante el odio.

Prosigue Belmonte analizando la tortura como extrema forma de crueldad, cuyo esfuerzo por aniquilar y destruir requiere de la más absoluta deshumanización de la víctima y la renuncia a la propia humanidad del victimario. Quisiera destacar dos elementos. El primero, el riesgo de obviar que la tortura sigue existiendo, bien cerca, en tanto la “privación de libertad, de luz, de comida, es una forma de tortura menos escandalosa y sigue estando amparada por la legalidad” (p. 108). El segundo, las implicaciones de esos discursos que pretenden legitimar la tortura en ciertos casos. Belmonte pregunta: “¿Qué promete una democracia que despenaliza la tortura?” (p. 109). Pensé en la reciente propuesta de Meloni de derogar parte del delito de torturas, aprobado en Italia muy recientemente, en 2017. Como afirma Belmonte, el conflicto moral “no se da en la elección general entre el bien o el mal, sino en las decisiones concretas” (p. 87). Y la decisión concreta de considerar la tortura un mal menor no solo lleva a la ruina moral, (p. 111); es elegir mal y “añadir maldad al mundo”, en palabras de Arendt (2006, p. 79)Arendt, H. (2006). Diario Filosófico. Barcelona: Herder.; o, parafraseando la cita de Etty Hillesum que abre el capítulo, hacer el mundo más inhóspito de lo que ya es (p. 73).

El último capítulo, La resistencia ética, se dirige a la comunidad de los ilesos, aquella que formamos quienes, sin ser heridos, nos sabemos vulnerables y responsables. Esa comunidad, más allá de la sensibilidad y la atención, está llamada a la acción situada, reflexiva, concreta: a asumir una responsabilidad ética que se remonta al pasado, se concreta en el presente y se proyecta al futuro. Dado que tal responsabilidad no es abstracta, sino que responde a cada situación y a cada individuo, la segunda parte versa sobre las tareas éticas.

Decía al principio que, para mí, responsabilidad es la idea nuclear del ensayo. Así se pone de relieve aún más en este último capítulo que nos exhorta a “asumir la propia tarea en primera persona (del singular y del plural)” (p. 118). Ese cometido, que incluye preservar la memoria, dar voz a las víctimas, reparar su dolor y evitar que la inhumanidad arraigue, me parece que es, fundamentalmente, resistir al dominio. Belmonte señala lo complejo de saber cuándo aún hay posibilidad efectiva de elegir, de no dejarse llevar ya por la inercia (p. 127). Resistir al dominio es no dejar que arraigue lo inhumano, pues una vez se instala no solo se reduce el margen de decisión, sino que, además, tendríamos una coartada. Resistir al dominio es conformar una solidaridad afín a aquella de los conmovidos que proponía Jan Patočka, una solidaridad como vigilia, para guardarnos no desde la condena sino desde el cuidado (p. 145).

Víctimas e ilesos es una llamada a la resistencia ética, a la responsabilidad de atención, cuidado y acción. Belmonte concluye invitándonos a preguntarnos “qué estamos haciendo para combatir el odio y el fanatismo, para evitar la deshumanización y reparar el dolor de las víctimas” (p. 148). Resuena Audre Lorde (1980, p. 21)Lorde, A. (1980). The Cancer Journals. San Francisco: Spinsters. cuando afirmaba que ella estaba haciendo su trabajo y nos preguntaba si estábamos nosotras haciendo el nuestro.

BIBLIOGRAFÍA

 

Arendt, H. (2006). Diario Filosófico. Barcelona: Herder.

Lorde, A. (1980). The Cancer Journals. San Francisco: Spinsters.

Weil, S. (2007). La gravedad y la gracia. Madrid: Trotta.