Para Axel Honneth, a las luchas por la emancipación actuales les falta una orientación clara, que sea capaz de convertir la indignación moral en proyectos políticos integradores y verdaderamente transformadores. Por corregir esta situación, estas luchas deben ir acompañadas de desarrollos teóricos que tomen en consideración experiencias pasadas a la vez que elaboren principios y presupuestos normativos que orienten nuestras prácticas de lucha colectiva. Con sus últimos trabajos, Honneth pretende precisamente contribuir a esta tarea: ¿Cómo pensar, desde las diferentes experiencias de la opresión, una sociedad emancipada, donde el ejercicio de la libertad individual quede reforzado como el ejercicio de una libertad social? O más recientemente: ¿Cómo imaginar un mundo del trabajo que responda a los requisitos de una vida democrática plena?
En este contexto, el nuevo volumen Recuperar el socialismo: Un debate con Axel Honneth (Akal, 2022), editado por José Luis Moreno Pestaña y José Manuel Romero Cuevas, dos grandes conocedores de la tradición de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, representa un esfuerzo loable y necesario de cultivar la recepción crítica de la obra de Honneth en habla hispana. Con ello, los autores que participan en el volumen contribuyen a realizar avances interesantes (y no solo a recibir o interpretar) en los debates actuales sobre las formas de crítica social que necesitan nuestras sociedades democráticas. Uno de los elementos a destacar en el volumen es que incluye dos textos del mismo Honneth, el primero de los cuales responde directamente a las críticas y comentarios que se formulan en las diferentes contribuciones, mientras que el segundo representa una traducción de un discurso pronunciado con ocasión de la entrega del Premio Bruno Kreisky sobre la Viena Roja, la cual Honneth considera un ejemplo paradigmático de experimentación socialista.
El volumen empieza con una introducción de Moreno Pestaña y Romero Cuevas que enumera y discute brevemente los cuatro puntos críticos con el ideal socialista marxista que Honneth formula en su libro: economicismo, la creencia en el proletariado como sujeto emancipador, la idea de progreso como necesidad histórica, y la insuficiente consideración del trabajo reproductivo y la opresión de género. Más allá de estos puntos, los autores inciden en una idea que estará presente en otras contribuciones: la creencia de Honneth, de que la consecución de la libertad social según el ideal socialista no excluye a priori el socialismo de mercado. Los autores se limitan a apuntar que Honneth se podría haber apoyado en la obra de Cornelius Castoriadis o incluso en el mismo Marx para buscar argumentos para sostener que es posible separar mercado y capitalismo. Sin embargo, dejan la discusión más profunda sobre esta cuestión para sus propias contribuciones, ya que ambos difieren en su análisis.
Los autores ponen de manifiesto y dan la bienvenida a los elementos centrales que separan a Honneth de los planteamientos de Jürgen Habermas, sobre todo, la crítica del primero al concepto de sistema y a sus consecuencias conservadoras. Al pensar todas las esferas sociales, también la política y la economía, como atravesadas por la normatividad, se abre la puerta, finalmente, a las transformaciones sociales de gran calado que intenta recoger el proyecto socialista. Pienso que los autores también hubieran podido discutir aquí en qué medida, con la adopción del experimentalismo democrático, Honneth se distancia de Habermas como teórico de la deliberación. Es importante tener en cuenta el lugar sistemático que ocupa el experimentalismo de corte deweyana en la Idea del Socialismo: y es que la misma idea de un socialismo de mercado, o la de sus formas de realización y sus límites, es vista por Honneth como una hipótesis más cuyo valor solo puede ser determinado por las consecuencias de su implementación. A diferencia de Dewey, sin embargo, estas consecuencias no tienen como punto de fuga normativo la idea deweyana de crecimiento (growth), sino la idea de libertad social y de comunicación sin barreras, la cuales Honneth identifica como un potencial normativo inmanente (aunque no realizado) en las instituciones sociales de las sociedades contemporáneas. El socialismo tiene que ser evaluado tanto desde los experimentos históricos anteriores como desde las consecuencias de aquellos que están por venir. La contribución de César Ortega Esquembre planteará la cuestión de cuánto se diferencia el experimentalismo de Honneth de la ética discursiva de Habermas.
El primer capítulo del libro, “El camping «Axel Honneth»: La idea del socialismo y el marxismo analítico” de Fernando Aguiar, pone en diálogo la idea del socialismo de Honneth con dos posiciones claves del llamado “marxismo analítico” como son las de G. A. Cohen y Van Parijs. Lo hace a través de una estrategia retórica original: imaginando que las teorías de cada uno de estos autores son la inspiración para la creación de las normas de cooperación socialista de tres campings imaginarios. La intención principal del autor es, mostrar que el socialismo de Honneth no está tan alejado del de Cohen como el primero piensa. Es cierto que un “camping Cohen” puede aprender algunos aspectos de un “camping Honneth” como, por ejemplo, que, para promover la libertad social, es necesaria una diferenciación clara entre las diferentes esferas de cooperación social. Sin embargo, Aguiar considera que, los miembros del camping de Honneth puede aprender también del de Cohen puesto que este último ha desarrollado la idea de igualdad de forma más concreta, a diferencia de Honneth, el cual se queda en un nivel alto de abstracción. Finalmente, respecto a la idea de mercado socialista, Honneth parece más “realista” en el sentido de que es consciente de las potenciales desigualdades que cualquier mecanismo de mercado puede desarrollar.
Aguiar critica a Honneth ser algo injusto con el marxismo analítico al, por un lado, afear a este último tener un carácter “puramente normativo” mientras que, por otro lado, Honneth mismo se refiere a las propuestas institucionales concretas que realizan estos autores. A pesar de que las observaciones de Aguiar son pertinentes en tanto que acercan las posiciones de Cohen y Honneth, creo que Honneth sigue teniendo razón en su crítica fundamental al marxismo analítico, pues su método de reconstrucción normativa tiene como objetivo identificar y partir de ideales normativos inmanentes, es decir, ideales que de alguna manera se encuentran ya inscritos en la realidad institucional de las sociedades contemporáneas pero que no han sido realizados, o solo de forma muy limitada. A pesar de que Honneth pueda defender un ideal del socialismo cercano al de Cohen, hacerlo desde una metodología reconstructiva le permite, al mismo tiempo, identificar los potenciales prácticos con los que puede conectar su crítica de la sociedad y con ello promover su eficacia motivacional entre los individuos.
Por su parte, César Ortega Esquembre se sumerge en dos cuestiones importantes. La primera se refiere al (posible) contraste entre dos metodologías diferentes a lo largo de la obra de Honneth: el método de la “anticipación contrafáctica de un concepto de vida buena” (p. 74) de la Lucha por el Reconocimiento y el método de la reconstrucción normativa de sus escritos más recientes. La pregunta que se plantea Ortega Esquembre es si ambas metodologías están en tensión. En su repuesta, Honneth afirma que no hay una contradicción entre ellas, puesto que la reconstrucción normativa de las experiencias pasadas tiene que servir para orientar las experimentaciones del futuro. En segundo lugar, Ortega Esquembre también formula la cuestión de los criterios normativos de “éxito” que tienen que regir la experimentación democrática socialista. Para el autor, Honneth debería aclarar si su estrategia al respecto es ético-discursiva, en el sentido de que el éxito de un experimento se determina cuando los afectados pueden llegar a un consenso al respecto bajo unas condiciones comunicativas de libertad, o si, más bien, lo que propone es que solo cuenten como resultados exitosos aquellos que “en sí mismos suponen la eliminación de barreras comunicativas” (p. 73). En su texto de respuesta, Honneth no responde a esta cuestión central. Creo, sin embargo, que, si tenemos en cuenta la influencia de Dewey, su respuesta se distancia del modelo ético-discursivo en un sentido central: Cuando Honneth habla de “comunicación”, se refiere también a “interacción”. La eliminación de las barreras comunicativas significa pues la superación de obstáculos a la cooperación entre diferentes individuos y grupos sociales respecto a la generación de un mundo social común y no solo (aunque también) a la eliminación barreras discursivas.
En su texto “Contra una idea reduccionista del socialismo” Francisco José Martínez hace una doble crítica a Honneth. Por un lado, aunque este último tiene razón en proponer un “experimentalismo político” (p. 92) así como en proponer un socialismo que vaya más de la esfera económica, este planteamiento no es nada original y muestra un desconocimiento del “pluralismo de la tradición socialista” (p. 89). Por otro lado, Martínez critica que Honneth cae en el “eticismo y el utopismo abstracto” del socialismo postmarxista ya que se desconecta de la crítica de la economía política marxista del capitalismo. La respuesta de Honneth a Martínez apunta a una cierta sorpresa puesto que la intención primordial de su obra es evitar la abstracción a través de la idea de la experimentación y reclamar el carácter material del reconocimiento.
En una contribución muy interesante, “A propósito de la actualización de la idea de socialismo”, Nuria Peist dibuja las líneas de un diálogo entre Honneth y Bourdieu entorno a cómo hay que pensar la libertad social en un contexto atravesado por relaciones de dominación. Peist considera que la idea de socialismo como experimentalismo histórico guiado por la idea de libertad social que presenta Honneth debería incorporar una visión más realista de las estructuras de dominación sociales, las cuales Bourdieu describe a través de su teoría del campo social. En realidad, estas estructuras representan un verdadero reto para Honneth, puesto que dificultan la articulación de intereses compartidos, cuya posibilidad es una de las condiciones de posibilidad de la realización de un socialismo democrático. En su respuesta, Honneth niega que tengamos que pensar la estructura del campo social, así como los intereses de los diferentes grupos que lo conforman como algo rígido. Honneth habla aquí de “plasticidad” de los intereses.
A pesar de que la respuesta de Honneth corrige la crítica de Peist en cierta medida, esta última conserva parte de su plausibilidad si uno piensa que la plasticidad de los intereses es limitada, y que, al menos en parte, esa limitación viene determinada por “los efectos duraderos” (p. 123) de las relaciones de dominación existentes. Creo que Honneth debería confrontar esta seria dificultad de forma más explícita en lugar de hacer depender su argumento de una concepción optimista sobre la maleabilidad de los intereses de los grupos sociales.
En su extensa y rica contribución “Honneth, Marx y la filosofía del socialismo de mercado”, José Luis Moreno Pestaña formula una defensa parcial del socialismo de mercado que sigue la línea de Honneth. Su defensa incorpora también una lectura de Marx como defensor del socialismo de mercado que puede, según él, enriquecer la posición de Honneth. Moreno presenta su argumento a partir de un análisis que distingue entre conocimiento, motivación y moralidad de los sujetos del mercado. Respecto al primer elemento, Moreno Pestaña apunta a que algunos autores Marxistas, junto a Honneth, fueron capaces de reconocer el valor epistémico del mercado. Este valor solo es posible si el mercado se lleva a cabo desde una motivación cooperativa. En segundo lugar, la competitividad no tiene por qué ser la base motivacional del mercado. Más bien, podemos pensar en formas de mercado que realizan la libertad social respeto al consumo, la producción y la gestión sobre la base de motivaciones no competitivas. El autor subscribe la idea de Honneth de que existen lugares de oposición al capitalismo desde el interior del mercado, a saber, las tradiciones profesionales. Al reivindicar el valor de su trabajo dentro de un mercado, los grupos profesionales tienen el potencial de criticar el capitalismo desde el interior del mismo mercado capitalista ya que este tiende inevitablemente a erosionar ese valor. Creo que en este punto Moreno Pestaña acierta en encontrar un potencial inmanente de crítica al capitalismo, aunque es necesario medir bien su alcance y sus condiciones de eficacia sobre todo después de una que la reivindicación del valor del trabajo de muchos sectores durante la pandemia de COVID-19 no haya traído consigo una crítica al capitalismo.
José Manuel Romero Cuevas argumenta en su contribución “Honneth, el mercado, el socialismo” en contra de la idea de un socialismo de mercado tal como lo plantea Honneth. Como decíamos antes, para Honneth, el mercado representa un buen candidato para formar parte del acervo de opciones disponibles para la realización experimental (junto con el control estatal de la economía y el control por parte de la sociedad civil) de la libertad social en el ámbito económico. Además, Honneth argumenta que hay que dejar a la experimentación colectiva la pregunta de si el mercado puede realizar la libertad social “junto con una expropiación del capital privado, o si también se la podría conseguir manteniendo las formas de propiedad existentes” (p. 183). Para Romero Cuevas, esta afirmación significa una desproblematización postmarxista del mercado que no aspira a una superación del capitalismo y que es por tanto problemática para cualquier desarrollo de una teoría crítica de la sociedad. Pero su crítica va más allá: no se trata solo de que el proyecto de Honneth deje la puerta abierta a un mercado fundamentado en la escisión capitalista entre capital y trabajo sino que cualquier intento de pensar un socialismo de mercado, incluso uno que incluye la transformación radical de las relaciones de propiedad - y con el cual Honneth podría estar de acuerdo si su capacidad de realizar la libertad social se constata experimentalmente – es “chocante”, ya que “el mercado es a todas luces un modo de coordinar las acciones a partir de la competencia que explícitamente reproduce la desigualdad” (p. 199). Un elemento central de la argumentación de Romero Cuevas es que considera que el mismo Honneth tiene que ser consciente de los problemas ligados a cualquier mercado libre puesto que está preocupado por limitar el tipo de instancias que pueden ser objeto de intercambios de este tipo. Honneth responde que el mercado, si tiene que realizar y contribuir a la libertad social, tiene que ser fuertemente regulado, también en su modalidad no-capitalista, aunque eso no invalida a priori su potencial para contribuir al ideal socialista. En todo caso, Romero Cuevas parece estar de acuerdo con Honneth en afirmar que el mercado, bajo condiciones no capitalistas, puede ser un buen mecanismo de coordinación, sobre todo en un escenario que combina diferentes tipos de regulación y coordinación económica, aunque ello solo será posible determinarlo experimentalmente. Considero que este punto de convergencia (que incluye también la posición de Moreno Pestaña) es el más interesante, puesto que una hibridación de diferentes formas económicas socialistas puede servir para establecer mecanismos de compensación de los déficits que afectan a cada forma de manera individual.
En “Socialismo, movimientos sociales y el mito de la solución definitiva”, Fernando Fernández y Neftalí Villanueva ofrecen un argumento en contra de la idea de Honneth de que el proyecto socialista deba ofrecer criterios normativos específicos que guían la práctica. El argumento es el siguiente: los movimientos sociales sufren en su capacidad de toma de decisiones y de acción cuando se hacen explícitos y se someten a discusión los valores y las normas que mueven a sus miembros. La respuesta que Honneth da a esta crítica es que, lo quieran o no, los movimientos sociales, aunque solo sea en estadios tardíos, se ven obligados en algún momento a justificar sus posturas ante otros grupos. Esto les obliga a hacer explícito el marco normativo desde el cual formulan sus demandas. Sin embargo, en su respuesta, Honneth no parece confrontar directamente la dificultad a la que apuntan los autores. En primer lugar, Honneth no aclara por qué exactamente es necesaria una explicitación del marco normativo en el marco de la justificación pública. En segundo lugar, si Honneth tiene razón, ¿en qué medida esto puede significar una dificultad para las luchas sociales? ¿Piensa Honneth que esta dificultad no es tal, o que es posible encontrar mecanismos o estrategias que permitan compensar el efecto desintegrador que tiene la explicitación de valores en una sociedad plural? Me aventuro a pensar que Honneth podría responder que el ideal socialista de libertad social es lo suficientemente abierto a interpretación como para que su explicitación no dé lugar a controversias tan irreconciliables que entorpezcan la cooperación y el entendimiento o necesarios en cualquier movimiento.
En su contribución “Conciencia de la injusticia, clase social y movilización política”, Nuria Sánchez Madrid critica que la tendencia pragmatista de Honneth a tomar como referencia la desaparición de barreras de la comunicación social como punto de fuga de su proyecto de emancipación social no es suficiente, ya que no ofrece recursos para criticar fenómenos de la sociedad neoliberal como son la “producción neoliberal de estados emocionales o de opinión aparentemente homogéneos” (p. 238). La respuesta de Honneth es que, si bien tienen lugar procesos inconscientes que generan “ilusiones de felicidad”, estos procesos pueden ser contrarrestados por fenómenos que permiten realizar reinterpretaciones culturales como, por ejemplo, la aparición de un/a líder carismático/a o el surgimiento de un movimiento social. Sin embargo, Sánchez Madrid también insiste en desplazamiento, en su opinión, problemático de una focalización en las experiencias de malestar a un interés más marcado por la cooperación y la solidaridad. Sánchez Madrid considera esto problemático, puesto que en su etapa más reciente Honneth no pone suficiente atención en los procesos como el “dispositivo socializador neoliberal” así como en las estrategias dirigidas a su superación. Creo que, más que pensarlos como dos perspectivas desligadas (o incluso mutuamente excluyentes), es interesante leer los textos Honneth en su evolución como una obra que nos invita a pensar ambas estrategias (análisis de los obstáculos que permiten articular una conciencia de injusticia y formulación de un proyecto experimental socialista) como mutuamente complementarias. De hecho, las luchas sociales en sí mismas pueden ser entendidas como espacios de experimentación democrática donde se producen saberes (prácticos) locales que subvierten el “dispositivo socializador neoliberal” al mismo tiempo que apuntan a formas de cooperación democrática que realizan la libertad social.
Finalmente, el texto de Antonio Pérez Tapias hace hincapié en el contraste del proyecto socialista republicano de Honneth con el proyecto populista de autores como Ernesto Laclau. En su respuesta, Honneth le da la razón y apunta a que el populismo, tanto el de izquierda como el de derecha lleva consigo una concepción idealizada de pueblo donde no hay “ni rastro del pluralismo” (p. 306). Creo que Pérez Tapias acierta en presentar este contraste, en un contexto donde el proyecto de un populismo de izquierdas parece haberse apropiado de una parte importante de las fuerzas sociales que se abrieron en 15-M y otras revueltas sociales. En realidad, creo que estas revueltas también eran portadoras de un proyecto socialista en un sentido Honnethiano y pragmatista, es decir: de una concepción experimentalista de la democracia donde los diferentes grupos en revuelta constituyen comunidades de investigación sobre la mejor manera de vivir juntos en libertad. En cierta medida, el populismo de izquierdas no ha sido capaz de dar cuenta del todo de esta dimensión experimentalista, radicalmente democrática y plural que nos ofrece el socialismo democrático y que es necesario reivindicar.