ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política  (70)
ISSN-L: 1130-2097, eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2024.70.1594

Juan Antonio Rivera, un filósofo honesto (1958-2024)

Juan Antonio Rivera, an honest philosopher (1958-2024)

 

Un amigo común me comunica el fallecimiento de Juan Antonio Rivera, cuya producción filosófica es muy significativa, sobre todo porque la realizó como profesor en la enseñanza secundaria, primero en Canarias y luego en Cataluña, hasta su reciente jubilación. Sin ser exhaustivo, hago a bote pronto un pequeño inventario. Al comenzar el milenio publica El gobierno de la fortuna: El poder del azar en la historia y los asuntos humanos (2000). Tres años después gana el Premio Espasa de Ensayo con Lo que Sócrates le diría a Woody Allen: Cine y Filosofía (2003), que tendría una segunda entrega con Carta abierta de Woody Allen a Platón (2006). En 2006 es galardonado con el Premio Libre Empresa su Menos utopía y más libertad: La teoría política y sus aditivos (2005). Su experiencia como docente de medias le hace publicar Camelia y la filosofía: Andanzas, venturas y desventuras de una joven estudiante (2016). Este mismo año había publicado Moral y civilización: Una historia. El progreso del comportamiento humano: del altruismo en la Prehistoria a la ética del respeto hoy (2024). En su mesa de trabajo se localizarán los materiales para el nuevo libro que tenía proyectado, porque se trataba de un intelectual infatigable y estaba casado con el estudio.

Su pluma se beneficiaba de las fuentes que fue acumulando. Fue un lector insaciable de literatura, especialmente la decimonónica, hasta que redescubrió su juvenil pasión por el cine, sin dejar nunca de leer todo cuanto creía requerir para tratar un determinado tema, ya se tratase de antropología, economía o matemáticas. Le conocí hace ahora medio siglo en las aulas de la Universidad Complutense, cuando ambos cursábamos la licenciatura de filosofía. Desde 1978 fraguamos una entrañable amistad que se vio consolidada por compartir un par de viajes en Interrail. Alguna vez me gustaría releer los diarios de viaje que iba redactando mientras viajábamos en tren. Como no teníamos presupuesto dormíamos en los trayectos nocturnos y jugábamos al ajedrez en los diurnos.

Fue una suerte dejarse contagiar de su pasión por el estudio durante la carrera y formar un quinteto de amistad con Carlos Gómez Muños, Rosa García Montealegre y Concha Roldán. Ciertamente podría haber aspirado a una beca para hacer su tesis doctoral y ver si hacía carrera universitaria, pero prefirió presentarse nada más acabar a las oposiciones de instituto y más tarde renunció a ser contratado como ayudante universitario para no perder dinero. El caso es que nunca llegó a presentar una tesis al uso, aunque podría haberlo hecho así con su tesina, según le aconsejaron. Con todo, tiene un doctorado honoris causa en el universo de las ideas filosóficas, tal como testimonian sus variados e interesantes libros. Me precio de haberle puesto en contacto con la revista Claves de razón práctica, donde fue publicando el anticipo de algunas obras posteriores.

Cuando leo sus ardorosas defensas de las teorías liberales pienso siempre lo mismo. Es como si quisiera perdonarse un pecadillo de juventud, al ser un testimonio vivo del aforismo apócrifo con muchas atribuciones muy variopintas: «Quien a los veinte años no ha sido revolucionario es que no tiene corazón y quien sigue siéndolo a los cuarenta es que no tiene cabeza». En su primera juventud rendía culto a tres autores: Cortázar, Marx y Wittgenstein. Han leído bien. Por aquel entonces era un ardoroso defensor de los análisis marxistas, aunque luego se convirtiera en un paladín de las innumerables bondades del capitalismo. Sus ensayos están modulados por un bajo continuo: estudiar el comportamiento humano a la luz de las ciencias humanas y sociales, dedicando especial atención últimamente a la biología, la psicología y la economía, siempre con un talante propio de la tradición analítica.

El papel de los distintos azares ha sido también una constante. Su prosa tiene una inusual riqueza de vocabulario y las frases nunca están escritas a la buena de dios. Este cuidado estilo se combina con esa claridad que Ortega reivindicaba como la cortesía del filósofo. Por otro lado, su afición por el cine le hizo prodigar los ejemplos y mantener una constante interlocución con sus lectores para que sigan atentos a las peripecias narradas como capítulos de una serie televisiva. La filosofía ha perdido a quien pudo ser un gran profesor universitario, pero prefirió asegurarse una estabilidad laboral para dedicarse al estudio y la escritura. No son pocos los casos que han elegido ese itinerario, dado el interminable viacrucis académico que conlleva intentar consolidarse dentro de la universidad española. Nuestra entrañable amistad solo ha llegado a cumplir las bodas de oro, pero la honda impronta de su personalidad permanecerá entre quienes le tratamos. Su obra le asegura una incidencia en esa posteridad que Diderot caracterizó como el otro mundo para los pensadores ateos. Perdemos a un filósofo honesto, un pensador liberal con alma socialdemócrata. Ojalá cundiera esa especie.